Las lecciones de Todorov

Tzvetan Todorov falleció el 7 de febrero de 2017. El mejor tributo, cinco años después de su muerte, es constatar su vigencia. Nacido en Bulgaria en 1939, con la II Guerra Mundial, conoció el siniestro socialismo real. En 1956, el año de la invasión soviética de Hungría, Todorov cursa Letras en la Universidad de Sofía. Hablar de literatura bajo el régimen comunista sin caer en la exaltación del dogma no era fácil. Para salir indemne de tal inquisición, Todorov soslayó la vertiente política de los textos literarios y priorizó sus mecanismos lingüísticos. De esta manera, «no corría el riesgo de transgredir los tabúes ideológicos del partido», recuerda en su ensayo ‘La literatura en peligro’,

La oportunidad de ampliar estudios más allá del Telón de Acero le llevó en 1963 a París, donde acabaría fijando su residencia hasta adoptar la nacionalidad francesa.

Su metodología centrada en la Lingüística le asocia, en la primera etapa de su biografía académica, al estructuralismo de Roland Barthes y Gérard Genette. Aquel enfoque acabó reduciendo otras disciplinas -la visión marxista de la Historia es la más evidente- a simples mecanismos de relojería, compartimentos autosuficientes ajenos a la diversidad del conocimiento.

El alumnado aprendía las funciones del lenguaje de Jakobson sin haber leído ‘Las flores del mal’. La literatura atañe a la condición humana, ayuda a vivir, reconocerá Todorov: «Hoy parece que el único objetivo en los institutos es formar profesores en literatura, algo que me parece absurdo. Los creadores pergeñan sus obras pensando en los críticos, como sucede con el arte conceptual. Y la literatura que lee el público no especializado, a menudo no coincide con la que interesa al erudito. Los grupos más influyentes controlan las subvenciones del Estado y modelan la opinión pública desde la crítica literaria y los programas educativos».

Tras este ‘mea culpa’, Todorov edifica en cuarenta títulos un pensamiento complejo que compone una autobiografía intelectual del siglo XX. «Crecí en una sociedad que, al día siguiente de finalizar la Segunda Guerra Mundial, convirtió en obligatorios los ideales colectivos: el régimen comunista nos imponía idolatrar abstracciones como ‘la clase obrera’, el ‘socialismo’ o la ‘unidad fraternal de los pueblos’, al tiempo que ponía como modelo a algunos individuos que, según se suponía, encarnaban esos ideales. Sin embargo, terminada mi infancia, no pude dejar de advertir que los hermosos vocablos no servían para designar los hechos, sino para camuflar su ausencia. También constaté que los individuos que debíamos admirar eran dictadores con las manos manchadas de sangre», explica en ‘Los aventureros del absoluto’.

Un camino de perfección jalonado con memorias, testimonios, obras históricas, reflexiones, textos epistolares, folclóricos y anónimos. La urdimbre de ‘Las morales de la historia’, ‘El hombre desplazado’, ‘Los abusos de la memoria’, ‘Los aventureros del absoluto’, ‘Elogio del individuo’, ‘La experiencia totalitaria’ -editados por Galaxia Gutenberg- y ‘Memoria del mal, tentación del bien’ (Península), antídoto sin fecha de caducidad contra la instrumentalización política. Todorov lo escribió en 2000 (en España vio la luz en 2002): veinte años después, sigue siendo un título de cabecera sobre el eterno retorno del totalitarismo.

Primera lección de ‘Memoria del mal, tentación del bien’. La ‘memoria histórica’, espurio binomio promovido en España por la izquierda y los nacionalismos. La memoria, advierte, es «siempre y solo» individual, mientras que la memoria colectiva «no es una memoria sino un discurso que se mueve en el espacio público».

La ‘rememoración’, que para Todorov es «el intento de aprehender el pasado en su verdad», se adultera con la ‘conmemoración’, tramposa «adaptación del pasado a las necesidades del presente». Frente a la Historia del rigor, la Historia Piadosa que sacraliza unos monumentos y demoniza otros. Moraleja: la relación de los hechos pasados en las sociedades moldeadas por la ideología y la corrección política es más conmemorativa que histórica.

Segunda lección. Simplificación. «La historia complica nuestro conocimiento del pasado; la conmemoración lo simplifica, puesto que su objetivo más frecuente es procurarnos ídolos para venerar y enemigos para aborrecer», apunta. Difundida en la escuela, medios de comunicación, redes, discursos políticos y sociedad civil, la conmemoración es histórica -en apariencia- pero carece de lo que el filósofo denomina «pruebas de verdad».

Tercera lección. El victimismo, tan caro a nuestros nacionalistas: «Cuanto mayor haya sido la ofensa en el pasado mejores serán los derechos en el presente. En vez de tener que luchar para recibir un privilegio, se recibe de oficio, por la mera pertenencia al grupo antaño desfavorecido».

Cuarta lección. El pasado legitima la política del presente. El pasado no es un valor ‘per se’ que otorgue sentido al presente si solamente va a ser utilizado como justificación de una estrategia propagandística: «El pasado puede alimentar nuestros principios de acción en el presente; no por ello nos ofrece el sentido del presente».

Quinta lección. Banalización. Si sacralizar el pasado es un arma peligrosa, lo es también la banalización que asimila los hechos actuales con otros hechos del pasado (esa pertinaz comparación por la extrema izquierda y el secesionismo de la democracia española de 1978 con el régimen franquista): «Un mal tan extremo como el del siglo XX se transforma fácilmente en arma retórica… Cuando se utiliza el término ‘nazi’ como simple sinónimo de ‘canalla’, toda la lección de Auschwitz se ha perdido».

Sexta lección. Buenismo (de los nuestros). Se atribuye al otro la causa de nuestros males, sin abordar críticamente nuestra historia menos «conmemorada», escribe Todorov: «Recordar páginas del pasado en las que nuestro grupo no es ni un puro héroe ni, por lo demás, pura víctima sería, para los autores de relatos históricos, un acto de superior valor moral».

Séptima lección. Adoctrinamiento. La ‘memoria histórica’ se imparte en colectivos acríticos: «El maestro sabe y los alumnos se limitan a aprender; en la televisión, los espectadores son mudos, y también lo son los asistentes al discurso del alcalde; en el Parlamento, los diputados de la oposición no sabían que el primer ministro fuera a evocar una página del pasado, precisamente aquel día, no se habían preparado y callan».

En una entrevista con Enrique Moradiellos para ABC acerca de ‘Memoria del mal, tentación del bien’ Todorov cuestionó que los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla. Acertó: la agresión rusa es una historia conocida que se repite. Señaló tres peligrosas derivas en las democracias del siglo XXI: «La identitaria (si la exigencia de identidad colectiva prevalece sobre los derechos individuales); moralizadora (si la ‘corrección política’ consigue eclipsar el pluralismo); y una instrumental (si la perspectiva técnica anula la necesidad de justificar moralmente decisiones sociopolíticas)».

Las lecciones de Todorov.

Sergi Doria es escritor.

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