Las lecciones del ébola para combatir el COVID-19

El 2 de abril, la República Democrática del Congo celebrará 42 días desde que la última persona que dio positivo por el ébola fue dada de alta del hospital.

La fecha es un hito importante. Se refiere al doble del período máximo de incubación del virus -21 días-, que es la manera en que la Organización Mundial de la Salud estipula cuándo un brote ha terminado. Si todo va bien, será un cambio considerable para la RDC y un testimonio de la valentía y dedicación de los trabajadores de la salud, algunos de los cuales perdieron la vida tratando a los enfermos.

El éxito de la RDC a la hora de combatir el ébola quedó eclipsado por el hecho de que, durante esa lucha, aproximadamente el doble de personas murió como consecuencia de un brote prevenible de sarampión. Una lección esencial para los responsables de las políticas que hacen frente a la mayor crisis sanitaria global en un siglo es que deben hacer todo lo que está en su poder para impedir que los sistemas de salud sobrecargados tengan que combatir dos epidemias al mismo tiempo.

El derramamiento de sangre y el combate durante una guerra civil brutal exacerbaron el desafío que enfrentaba la RDC cuando luchaba contra los brotes de ébola y sarampión. El país experimentó profundas dificultades para inmunizar a su población contra enfermedades completamente prevenibles. Se encontró librando una batalla sanitaria de varios frentes cuando necesitaba desesperadamente organizar sus recursos disponibles contra una amenaza importante.

La trayectoria del COVID-19 puede estar menos avanzada en muchos de los países más pobres del mundo, pero no debemos engañarnos y pensar que un clima más cálido, o un perfil demográfico más joven, mitigarán su impacto. El potencial de muerte y alteración es aún más pronunciado que en los países más ricos donde el virus ha tenido su mayor impacto.

Sin embargo, capear dos amenazas sanitarias importantes al mismo tiempo nos ha enseñado a prevenir este panorama aterrador.

Nuestra primera prioridad es mantener los programas de inmunización existentes. Para el sarampión, la polio o cualquier otra enfermedad para la cual existe, normalmente, una vacuna de bajo costo, es esencial que se mantenga la inmunidad colectiva para impedir cualquier drenaje innecesario de recursos de atención médica escasos.

Luego, debemos fomentar la preparación. Una cantidad de organizaciones, entre ellas Gavi, la Alianza para Vacunas (que yo presido), han puesto a disposición fondos -200-300 millones de dólares en el caso de Gavi- para ayudar a los sistemas sanitarios más pobres del mundo a incrementar las actividades de vigilancia, invertir en pruebas, procurar un equipamiento protector y entrenar a los trabajadores de la salud. La tecnología también está desempeñando un papel importante: a pesar de cuestiones de privacidad que resultan válidas, algunos países están implementando aplicaciones de rastreo –una manera efectiva y de un costo relativamente bajo para mitigar la propagación del virus-. África también está utilizando drones para distribuir vacunas, equipos de protección y otros suministros vitales en zonas remotas.

El distanciamiento social desacelerará la propagación del COVID-19, pero no ganará la guerra. Nuestra mejor esperanza reside en encontrar una vacuna. Si bien puede haber 41 candidatos con diferentes niveles de promesa en cartera, debemos aprender de los errores pasados. Muchas veces, los gobiernos han secuestrado vacunas en los países donde se las fabricaba. Debemos garantizar que, cuando exista una vacuna efectiva, cualquiera que la necesite pueda conseguirla, no sólo unos pocos ricos y afortunados.

Hay maneras de evitar la distribución inequitativa de las vacunas. Gavi, que obtiene vacunas y las distribuye para el 60% de los niños del mundo a precios asequibles, regularmente emplea mecanismos innovadores como el Mecanismo Internacional de Financiación de Programas de Inmunización, el Compromiso Anticipado de Mercado y el Compromiso Anticipado de Compra para alentar la producción y distribución de vacunas. En el caso del ébola, Gavi creó incentivos para que Merck acopiara una vacuna experimental contra el ébola que luego se puso a disposición de la OMS, que la distribuyó en la RDC. Puede incentivar la producción, el alcance y la distribución global equitativa de una vacuna también para el COVID-19.

Los países más pobres de África y otras partes tal vez no puedan lidiar con la salud y con las consecuencias económicas de esta pandemia por cuenta propia. El esfuerzo global que ya está en curso es esencial, porque el COVID-19 no conoce fronteras. Ningún país está a salvo hasta que todos los países estén a salvo.

Todavía no estamos cerca del fin del comienzo de la crisis del COVID-19. Debemos usar el tiempo precioso que tengamos para reforzar nuestros sistemas de salud y nuestras economías más débiles. Pero apuntalar nuestras defensas no es suficiente. Debemos ir a la ofensiva y hacer que el desarrollo y la distribución global de una vacuna sea nuestra máxima prioridad.

Ngozi Okonjo-Iweala, a former finance minister of Nigeria, is Board Chair of Gavi, the Vaccine Alliance.

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