Las lecciones demográficas de Japón para Europa

Las lecciones demográficas de Japón para Europa

La demografía no determina el destino, al menos no del todo. A lo largo de siglos, las políticas pueden afectar las decisiones de fertilidad, y la migración puede transformar a un país, como lo demuestra la experiencia en Estados Unidos. Sin embargo, en horizontes de tiempo más cortos, las tendencias demográficas deben darse por sentadas, y ellas pueden tener un profundo impacto en el crecimiento. No obstante, los factores demográficos a menudo se descuidan en los informes económicos, lo que genera distorsiones significativas en las evaluaciones de desempeño de los países. En ningún lugar esto se hace esto más evidente que en Japón.

Debido a que la producción real – que es la medida clave del desempeño económico – ha aumentado únicamente en alrededor de un 15% desde el año 2000, es decir en menos de un 1% anual, Japón aparentemente se muestra como la menos dinámica de las principales economías del mundo. Sin embargo, si se tiene en cuenta el perfil demográfico de Japón – la población en edad de trabajar del país se ha estado reduciendo en casi un 1% por año desde el inicio de este siglo – este resultado es sobresaliente.

De hecho, la tasa de crecimiento de Japón por persona en edad de trabajar fue cercana al 2% – una tasa mucho más alta que la registrada en Estados Unidos o Europa. Si bien la economía estadounidense creció más del 35% desde el año 2000, su población en edad de trabajar también creció notablemente, dejando la tasa de crecimiento anual por persona en edad de trabajar en un nivel que sólo se sitúa en alrededor del 1%.

Ese indicador – la tasa de crecimiento por persona en edad de trabajar – no es ampliamente utilizado por los economistas, que en vez del mismo se centran en el PIB per cápita. Según el indicador mencionado en primer término a Japón le va tan bien como a Europa y Estados Unidos. Pero, aunque los indicadores per cápita son útiles para evaluar el potencial de consumo de un país, ellos no brindan una imagen adecuada del potencial de crecimiento, porque incluyen a los ancianos y los jóvenes, que no contribuyen a la producción. Incluso en Japón, con su alta esperanza de vida, los mayores de 70 años no contribuyen mucho a la producción.

Así que, dado su potencial rápidamente decreciente, Japón ha sido un país extraordinariamente exitoso. Una razón clave es que ha puesto a trabajar a una proporción creciente de su población en edad laboral: hoy en día el desempleo se sitúa en un mínimo histórico de menos de 3% y casi el 80% de los que podrían trabajar tienen un empleo, en comparación con alrededor del 70% en los casos de Europa y Estados Unidos.

El logro de Japón de pleno empleo y alto crecimiento laboral en las últimas dos décadas es aún más notable en vista de la deflación casi permanente durante este período (la mayoría de los precios son aún más bajos hoy que 15 a 20 años atrás). Esto debería hacer reflexionar a aquellos que sostienen que la deflación impone costos económicos insoportables.

La experiencia japonesa imparte importantes lecciones para Europa, donde el futuro demográfico se parece mucho al pasado de Japón. La población en edad de trabajar de la eurozona no ha crecido en absoluto en los últimos años, y pronto comenzará a disminuir a un ritmo similar al de Japón durante la generación más reciente. Parece poco probable que la inmigración altere la tendencia. En los últimos años tanto los europeos como los japoneses han demostrado tener mucha resistencia frente a la inmigración a gran escala, que es lo que se necesitaría para contrarrestar el declive demográfico.

Además, la eurozona se ha asentado en un superávit en cuenta corriente de alrededor del 3% del PIB. Ese superávit es similar al nivel visto desde hace mucho tiempo en Japón (excepto por el corto período posterior al accidente nuclear en Fukushima Daiichi el año 2011).

Una primera lección de la experiencia de Japón es que, a pesar de la dificultad de la eurozona para generar inflación en una sociedad que envejece y que se caracteriza por un exceso de ahorro, el crecimiento no está necesariamente fuera de alcance. Por el contrario, dado el récord de crecimiento sin inflación de Japón, el Banco Central Europeo debería reconocer que su objetivo de alcanzar una inflación “cercana al 2%” podría no ser tan importante al fin de cuentas. En cualquier caso, las particularidades de la estructura de la eurozona se traducen en que el BCE no tendrá más remedio que detener sus operaciones de compra de bonos en un año más o menos. Esto significa que el BCE no podrá seguir los pasos del Banco de Japón, que continúa adquiriendo grandes volúmenes de bonos del gobierno, sin que exista un aumento visible en la inflación.

Otra lección de Japón es que un país con un gran excedente de ahorro puede manejar una gran deuda pública, debido a que la misma puede ser financiada internamente. Eso no quiere decir que necesariamente sea deseable acumular deuda. El ratio deuda-PIB de Japón supera ahora el 150% del PIB (teniendo en cuenta los grandes activos financieros de las instituciones de ahorro de propiedad del gobierno), y sigue aumentando, debido a los grandes déficits fiscales.

Esto nos lleva a una última lección clave proveniente de Japón: en una economía de bajo crecimiento, el ratio deuda-PIB puede salirse de control de manera rápida. Afortunadamente, parece que esta lección ya se ha aprendido, ya que hoy en día el déficit promedio en la eurozona asciende a sólo alrededor del 2% del PIB. El tope de déficit que impone el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (3% del PIB) parece haber tenido al menos algún impacto en términos de estabilización del ratio de deuda.

La estructura de la eurozona impone límites al uso de ambas políticas, es decir de la política fiscal y la monetaria. Esto debería evitar la acumulación excesiva de deuda, lo que al fin de cuentas facilitará que la eurozona administre un futuro en el que la única forma de mantener el crecimiento sea aprovechar al máximo el decreciente potencial demográfico de la economía.

Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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