Las llaves del cielo

¿Por qué la mataron? Zilla Huma Usman tenía 35 años, ocupaba la cartera de Asuntos Sociales en la provincia de Punjab, y por la foto que suministró la Agencia France Press, era una mujer hermosa, tocada con un velo que resalta un rostro de persona inquieta, atenta, preocupada. Pertenecía a la Liga Musulmana de Pakistán, uno de los partidos gubernamentales, y había sido hace un par de años causante involuntaria de un grave tumulto al promover una maratón, algo tan simple como una carrera donde pudieran participar hombres y mujeres, lo que desató las iras fundamentalistas. La mató un hijo de perra, por nombre Mohammed Sarwar, mayor de cuarenta años y con antecedentes penales leves, sin condena, porque su especialidad al parecer era - y es, porque este cabrón está vivo- la liquidación de mujeres de conducta licenciosa. Se cargó a algunas prostitutas, pero lo absolvieron por falta de demasiadas pruebas. ¿Por qué mató a Zilla? Aseguran que lo hizo porque ella no respetaba el código de vestimenta islámica y hacía campaña por la emancipación de las mujeres. Y no es verdad.

La verdad verdadera es que al asesino, probablemente hombre cabal, obsesivo lector del Corán, enfermo de inseguridades en la vida, angustiado por el más allá y la fe y su propia miseria, algún imán, algún profeta barbado, algún cura de aldea pakistaní, le aseguró con rotundidad manifiesta de mercader de almas, que si mataba el pecado en los otros el gran Dios le consagraría con la vida eterna y le permitiría entrar en el cielo, con las huríes, la miel, el gozo y toda esa parafernalia relamida y cursi que tanto atrae a los asesinos implacables.

El secreto de todo integrista se reduce a algo tan trascendental para su vida como poder asegurarse las llaves del cielo. No sé si somos conscientes de la particularidad que tiene el fundamentalismo respecto a las luchas de los últimos dos siglos. Aquí no se trata de la lucha de clases en su sentido estricto, ni de una batalla de apostolado ideológico por la conquista de nuevos territorios. Aquí el pobre, o el ingeniero, o el técnico que se sublima matando a otros, no va a conseguir la libertad de los suyos, ni siquiera el castigo o la derrota del enemigo, ni por supuesto el viejo sueño anarquista de la venganza de los humildes frente a la prepotencia de los poderosos.

Aquí el que se mata llevándose por delante lo que pille sólo ansía una recompensa: abrirse las puertas del cielo.

¿Qué está ocurriendo en nuestro mundo para que el integrismo haya vuelto con una fuerza tal que amenaza con arrollarnos? Dejemos a un lado la arrogancia de Bush, que es mucho dejar, ya lo sé, tratándose de un caso infrecuente en la historia de la humanidad, como es el de conseguir el título de primer provocador de terrorismo del mundo y dirigente de la potencia más poderosa, conservadora, culta y rica del planeta. Noes suficiente con la evocación del bombero pirómano. Es algo mucho más serio y más trascendental. En la gran política nada se hace que no haya sido muy pensado; lo cual no alivia nada, porque no expresa de qué tipo de pensamiento se trata. Cuando José María Aznar dice que él desconocía que en Iraq no había armas de destrucción masiva, miente dos veces. Dos veces como mínimo. Primera, porque le importaba un carajo si había o no armas en Iraq. Y segundo, porque él no se sumó a la guerra de Iraq para destruir armas sino para hacer una reubicación de la política exterior española y convertirse él mismo en algo que España ni quería, ni estaba preparada. Si no fuera un sarcasmo excesivo, por la cantidad de muertos que ha provocado, diríamos que el Aznar presidente, con su gesto de las Azores y su sumisión a la política del presidente Bush, aspiraba a tener también las llaves del cielo.

Creíamos vivir en una sociedad laica, democrática, abierta, donde uno podía ser lo que quisiera ser, cristiano sin iglesia, católico irritado, protestante por horas, evangelista los fines de semana, vegetariano obsesivo en Vic, allí donde centenares de musulmanes se dedican ¡¡a la manipulación del cerdo!!, incluso ateo, a menos que se presentara a las elecciones y entonces se convirtiera en agnóstico para no llamar la atención. Una sociedad donde las obsesiones religiosas que marcaron tantos rasgos de nuestra infancia habían sido desterradas. Apenas si dábamos importancia a esas manifestaciones, entre folklóricas y atávicas, de las procesiones, atenuado un poco lo del antijudaísmo ancestral - aquí el único antisemitismo que existió, y hasta el asesinato purificador, fue siempre de sacristía, por más que ahora se hayan olvidado de ello los sionistas del negocio- y lo de la morería y Mahoma - "que nunca hubiera nacido en el mundo", escribió Covarrubias-. Y de pronto se nos aparece el fantasma redivivo de nuestra infancia. El integrismo católico a tambor batiente y con una seguridad y una desvergüenza inaudita, como si no hubiera pasado nada y se nos hubiera borrado la memoria. Después de tantos años henos aquí rejuvenecidos en nuestra condición de pecadores. ¡Somos pecadores, como cuando llevábamos pantalón corto! Y ahora no es por hacer deliciosas porquerías a solas, ni por tener malos pensamientos que sabían a gloria, ni por gozar con la imaginación para que aquellos buitres no nos descubrieran disfrutando del lado más divino de la vida; el placer, los placeres, ay, que creíamos al fin recuperados.
Ahora resulta que somos de ideología laicista,o más exactamente integristas laicos según los probos obispos que dictaminan sobre algo que o bien no conocen o bien han contravenido, la vida sexual. Un cura asesorando sobre la vida sexual es el mayor contrasentido que conocieron los tiempos después de la promoción del método Ogino para la sexualidad matrimonial que aún recuerdo de mi adolescencia. Y yo juro por mi honor, y empeño en ello mi palabra y la de muchos de mis amigos y comilitones en el laicismo a secas, que lo único que me parece fuera de lugar es volver a colocar los crucifijos en las escuelas públicas, como se está haciendo en Castilla-León, Aragón y Andalucía - publicado en diario tan veraz en estos menesteres como ABC-,que no hay por qué ofender a la verdad y a la inteligencia - que no siempre son lo mismo- dando conferencias como la del catedrático de Física de Materiales de la Autónoma de Madrid, don José Antonio González González titulada El origen cristiano de la Ciencia Contemporánea,ni considerar anatema que "la ideología laicista (sic) pretenda reducir la religión al ámbito privado" - ¡pero si siempre creímos que hablar con Dios era una cuestión íntima!-.

Y luego lo doméstico, lo más cercano. Que nadie tenga la desvergüenza de titular un artículo como la ha hecho el presidente de Comunión y Liberación, José Miguel Oriol, donde se puede leer negro sobre blanco: "Laico, es decir, cristiano". Ni que el reverendo Hilari Raguer sugiera que en el fondo el castigo del ejército de Franco sobre la Barcelona republicana se debió a que el Vaticano había pedido al Caudillo el indulto de Carrasco y Formiguera, y sobre todo que no denuncie a los humoristas de El Jueves por "obscenidad" hacia Cristo y "benevolencia" respecto a Mahoma. Y, en fin, que retiren de nosotros ese cáliz obsesivo por definir la identidad europea como cristiana, a menos que seamos tan insensatos que queramos dejar constancia de que la religión ha sido históricamente la mayor epidemia para la inteligencia durante los siglos más terribles de esa Europa hoy usurpada por la impostura. Estamos a un palmo de oír que el Congreso Eucarístico del 52 en Barcelona fue una gran manifestación antifranquista de la Iglesia Católica en su empeño frente a la dictadura y por la libertad, ¿de cultos? Para qué decir más. Ni siquiera somos capaces de hacer un reportaje, en el 2007, que explique por qué razones ninguna mujer puede abortar legalmente en Navarra, y han de desplazarse a Aragón. Yno lo escribimos pensando en no herir las sensibilidades de unos hombres que hegemonizan una sociedad exclusiva en manifiesto detrimento de las mujeres.

La pasada semana el Congreso Musulmán de la Gran Bretaña, que orienta una grey de creyentes calculada en un millón seiscientas mil almas - rebaño, gustaban de decir los pastores de almas- ha exigido al Gobierno de Tony Blair la implantación de "escuelas públicas adaptadas a la moral islámica". Seguro que a los integristas cristianos les parece de perlas porque ellos pujarán a su vez por una cuota mayor. Y pensar que la gran ruptura del cristianismo en Occidente, la que provocó Lutero en Wittenberg, planteaba un nuevo reparto en el mercado de las llaves del cielo. El problema fundamental es que se reduce el mercado y aumentan los mercaderes. Una desproporción entre oferta y demanda, agravada cada día que pasa por la desafección de mayor cantidad de jóvenes.

Ahora bien, qué hacen con los que no pretendemos ascender a ninguna parte y cuyas únicas llaves ansiadas son las de una vivienda digna. Nosotros sí somos el enemigo a batir. Vivimos fuera del mercado y damos mal ejemplo incitando a los demás a abandonarlo. Estamos al albur de que cualquier pasional del cielo y la eternidad te vuele la cabeza. O te forre a hostias, para llevarte con él a las puertas del más allá. La oleada integrista tiene tantas formas como países, pero coinciden en una cosa: nadie tiene derecho a salir del mercado de las almas, ni siquiera a pedir un mercado libre y en igualdad de condiciones. Demasiados propietarios de las llaves del cielo y demasiado acostumbrados al monopolio. Allá y acá.

Gregorio Morán