Las máscaras de la multitud

Una de las cosas que hemos de agradecer a Podemos es que sus fieles, siguiendo a Montesquieu, hayan ejercido el voto emergiendo de la faz de la multitud antisistema. Pablo Iglesias admira tanto la Revolución Francesa que llegó a pedir una guillotina en la Puerta del Sol madrileña. Cómo no compartir con Iglesias el ideal de "Libertad, igualdad y fraternidad", aunque los franceses son tan patriotas que borraron de dicho lema la palabra "muerte". Uno se pregunta si los españoles hubiéramos hecho lo mismo, llegando a la conclusión de que nuestra revolución habría pasado a la Historia como "La Revolución de la Muerte". Aquella Francia exaltada espejo de podemitas llamaba "ciudadanos" a los revolucionarios y "traidores" a los federalistas.

En la adormecida España franquista, que guillotinaba en la imprenta libros marxistas, estaba prohibida la palabra "carnaval". A María Antonieta, por el contrario, le encantaban los carnavales y los bailes de máscaras; la fimosis de Luis XVI la había convertido en una mujer insatisfecha, a pesar de que en el balcón de las Tullerías el mariscal de Brissac le había susurrado: "Señora, veis aquí doscientas mil personas enamoradas de vuestra alteza".

Años después, esos mismos barberos, abogados, costureras… que aclamaban a la joven y hermosa reina, insultarán a la mujer prematuramente envejecida en que se había convertido, las manos atadas a la espalda, camino del patíbulo en la carreta del verdugo. La cuchilla de la guillotina depositará la regia cabeza en una cesta. Ya muerta, sus ojos parpadearán unos segundos, como el corazón de una tortuga, que sigue latiendo después de morir. Tal era la excitación de las masas durante esas ejecuciones, que muchos hombres levantaban las faldas de las damas para penetrarlas por detrás.

El Martes de Carnaval de 1497, seguidores del monje Savonarola quemaron en Florencia espejos, pinturas y vestidos -Hoguera de las vanidades- por considerarlos pecaminosos. Un año después, formando parte de la multitud, algunos de esos seguidores (tenderos, magistrados, pescaderas…) contemplarán el espectáculo del vanidoso dominico ardiendo, las cenizas arrojadas al río Arno.

Las mismas masas, con sus obreros, jubilados, lavanderas…, que vitoreaban al canciller Schuschnigg en Viena, meses después enloquecerán de placer: "¡Un pueblo, un imperio, un Führer!" (algunos historiadores afirman que Hitler tenía orgasmos al llegar al clímax de sus discursos). Mientras, la Gestapo bajaba los pantalones a los detenidos para comprobar si estaban circuncidados.

Los lecheros, criados, peluqueras… de la Barcelona franquista vibraban con cada visita del Generalísimo, La Vanguardia Española entre las manos: "¡Una patria, un Estado, un caudillo!". Hoy en día vibran envueltos en la estelada, ensordecidos por la llamada de la tribu popperiana: "¡Una escola, una llengua, un país!".

Durante un año, el vídeo del ahorcamiento de Sadam Hussein fue el más visto en internet: millones de personas, la mayoría contrarias a la pena de muerte seguramente, se pusieron delante del ordenador -salivando de emoción- para ver cómo sufría el dictador, mirándole el paquete en busca de alguna erección.

Freud estaba en lo cierto al negar la supremacía de la cultura sobre los instintos. El hombre de las cavernas no era tan distinto a nosotros, todos arrimados al sol que más calienta o al fuego que mejor quema; como los juncos, doblados siempre a favor de la corriente.

Los actores grecolatinos llevaban una careta que distinguía al actor de su personaje. El problema surge si se disipan las diferencias. "Cuando traté de quitarme la máscara, me arranqué la cara", confesaba Pessoa con esa melancolía tan suya. A lo largo de la Historia se han repetido las masas uniformes y uniformadas; y seguirán repitiéndose mientras haya dirigentes que apelen al corazón en vez de al cerebro, y ciudadanos que lo acepten gregarios.

Siendo un niño, a Bertrand Russell su abuela le regaló una biblia en la que había subrayado: "No seguirás a la multitud para hacer el mal". Aquel niño retraído vivirá casi cien años luchando por la paz en el mundo: "Disfruta más con la discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva".

José Blasco del Álamo es periodista y escritor. Su último libro es 'Azaña será ejecutado' (Editorial Funambulista, 2015).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *