Las mejores series de televisión de 2019 han sido europeas

Tras ganar este año seis premios Emmy, la serie Fleabag, escrita y protagonizada por la brillante dramaturga británica Phoebe Waller-Bridge, es la favorita para ser coronada en la ceremonia de los Globos de Oro del próximo 6 de enero. Es la mejor comedia del año. Y, aunque no haya ganado ningún premio, la mejor serie dramática también ha sido europea: la italiana Gomorra ha tenido una nueva temporada perfecta.

A la alternancia entre humor negro, blanco y hasta tierno de la primera temporada de Fleabag, Waller-Bridge le ha añadido en la segunda algunos momentos inolvidables (como el que convierte un aborto en un gag) y un hallazgo formal inteligentísimo: aunque la protagonista sigue rompiendo la cuarta pared para buscar —y encontrar— la complicidad del espectador, a veces, cuando lo hace en presencia de su amigo sacerdote, este detecta que está ocurriendo algo extraño y le pregunta que qué hace, como si tuviera un sexto sentido divino (o, lo que es lo mismo, metaficcional). La cuarta temporada de Gomorra, por su parte, no baja el elevado nivel de guion, realización e interpretación de las anteriores. Aunque ya hayan muerto la mayoría de los personajes iniciales, nos sigue importando la difícil negociación que Genny lleva a cabo con su destino napolitano.

De modo que el mismo año en que se han emitido las temporadas finales de dos auténticos fenómenos multipremiados de la televisión, la comedia Veep y el drama fantástico Juego de tronos, el liderazgo de Estados Unidos ha dejado de ser indiscutible. Tal vez por primera vez desde que empezó la tercera edad de oro de la televisión en 1999, Europa empieza a competir en serio en la liga internacional.

Las miniseries del año con una narrativa más arriesgada también son ideas originales del Viejo Continente. La británica Years and Years, de Russell T. Davies, narra las vidas en contrapunto de los miembros de una familia mientras la historia avanza desde 2019 hasta 2034, en una continua aceleración que incluye saltos temporales, para dibujar un complejo horizonte posbrexit. El prestigioso director y guionista inglés Shane Meadows, por su parte, construye en The Virtues una historia durísima, ambientada en Irlanda, sobre alcoholismo, abusos sexuales y venganza, en la que logra representar los flashbacks y sobre todo las borracheras del protagonista con texturas y estéticas menos propias de la pequeña pantalla que del cine independiente. Y la francesa L’Effondrement cuenta en cada episodio historias distintas con dos rasgos en común: personajes que se enfrentan a una situación de hundimiento o descomposición y larguísimos planos secuencia.

Solamente en Francia es posible que una serie de televisión esté basada en una tendencia filosófica: la obra del colectivo Les Parasites lleva a la ficción audiovisual las tesis de la colapsología, una exploración de los diversos tipos de fin de la civilización a los que nos enfrentamos los seres humanos. Chernóbil y The Crown —dos coproducciones entre Gran Bretaña y Estados Unidos que se encuentran con justicia en todas las listas de las mejores obras actuales— también cuentan hundimientos, pero históricos. Inspirándose en el extraordinario libro documental Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich, y en los dos volúmenes de The Crown. The official companion, de Robert Lacey, los guionistas Craig Mazin y Peter Morgan —respectivamente— reconstruyen algunas de las crisis más célebres de la segunda mitad del siglo XX, en el contexto de la descomposición a cámara rápida de la Unión Soviética y el lentísimo desmoronamiento de la monarquía británica.

Estamos ante la globalización de la televisión —postelevisiva— de alta calidad. La supuesta hegemonía de HBO, Netflix, Amazon y otros sellos, tanto tradicionales como nuevos, ha empezado a ser puesta en entredicho por plataformas de otros espacios geopolíticos. Sobre todo por Europa, donde varios agentes clásicos se han rearmado durante los últimos años para competir más allá de las fronteras nacionales. A la televisión pública británica (Fleabag se emite en BBC Three y en Amazon, Years and Years es de BBC One y The Virtues, de Channel 4), Canal+ Francia (L’Effondrement), la corporación paneuropea Sky (que está detrás de Gomorra y Chernóbil) o la radiotelevisión pública danesa (donde se impulsaron clásicos recientes como Borgen o Bron/Broen), hay que sumarles otras empresas audiovisuales, como las españolas Movistar+ o Mediapro.

Es importante que exista ese contrapeso porque las series de televisión le han expropiado al cine gran parte de su capacidad de influencia. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos entendió que la política exterior del nuevo imperio necesitaba tanto una red internacional de servicios de inteligencia y de bases militares como una eficaz distribución de sus productos culturales. La música, el cine, la literatura o el arte no son solo manifestaciones de la inteligencia o del espíritu, también pueden ser instrumentos de propaganda ideológica. En los años noventa, el profesor de Harvard Joseph Nye denominó a ese capital el “poder blando” de un Estado. En nuestro cambio de siglo, el fenómeno de las series ha permitido que el país norteamericano haya conseguido mantener la presencia de su imaginario en los dispositivos fijos o móviles de la mayor parte de la humanidad.

En este momento de emergencia imperial de la República Popular China, de redefinición global de internet y de la irrupción de nuevas plataformas de streaming made in USA (como Apple TV+ o Disney+, que aparecieron este año), Europa tiene dos opciones. O bien tiende hacia la generación de contenidos audiovisuales que puedan integrarse cómodamente en el consolidado mercado anglosajón, que muy probablemente vaya a ser potenciado tras el brexit; o bien se reafirma en su singularidad estética, narrativa y ética. La segunda opción me parece no solo más conveniente, sino también mucho más interesante. Porque la cultura del Viejo Continente debe seguir irradiando su cosmovisión, para encontrar su relato propio en el nuevo escenario de la geopolítica blanda internacional. Y quién sabe si, también, para arbitrar o mediar o simplemente incordiar entre los dos imperios que —como casi todo en nuestra época— están condenados, al menos durante un tiempo, a la convivencia.

Jorge Carrión es periodista y escritor. Su último libro publicado es Contra Amazon.

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