Las memorias de Suárez

Tras su retirada de la política, después del fracaso del CDS y el ascenso irresistible del felipismo, se dijo que el ex presidente Suárez estaba escribiendo sus memorias. Sus más cercanos colaboradores nunca, sin embargo, confirmaron que estuviera en ese proyecto como algo inmediatamente prioritario en su vida. En su despacho de la calle Antonio Maura, me contó que tenía una oferta editorial de gran relevancia e inmediatamente después, con una leve sonrisa en los labios, me hizo la pregunta. «¿Cuánto crees que valen mis memorias?». No supe contestarle en cantidad económica, aunque intuí que quien le había hecho la oferta era el viejo Lara. De todas maneras le contesté como él hubiera querido que lo hiciera: «No tienen precio». Seguimos hablando sobre la hipótesis de sus memorias un buen rato. Suárez estaba esa mañana de buen humor, o lo aparentaba, y suelto de palabra, aunque sin llegar a decir nunca nada que lo comprometiera más de la cuenta con mi propia memoria. «Tengo muchas notas, he empezado a escribir algún capítulo...», me dijo sin quitarme los ojos de encima. Confieso que ese fue el momento en que estuve a punto de pedírselo, de ofrecerme a trabajar con él en sus memorias, de ponerme a ordenar aquellos papeles que supuestamente ya estaban escritos y a redactar lo que hiciera falta de aquel proyecto de repente en marcha. Aguanté la tentación y le pregunté: «¿Lo vas a contar todo, presidente?». «Todo lo que pueda», contestó al instante.

Después de esa conversación en su despacho, hablé con Suárez en varias ocasiones sobre la hipótesis de escribir y publicar sus memorias en dos tomos que incluían dos tiempos distintos: los últimos años de Franco y los principios del cambio político, en un volumen; y la transición, los años de su presidencia y su salida de la política, en el segundo volumen. Las veces que después nos vimos y hablamos, en privado los dos o con más gente delante, ya no volvimos a hablar del asunto. Como si cada uno por nuestro lado nos estuviéramos dando tiempo para un proyecto de escritura con el que yo, con toda sinceridad, me había hecho muchas ilusiones.

Mis amigos felipistas, los que por entonces me quedaban en esa tribu sentimental (que no eran muchos), me habían proclamado sin mi permiso «suarista sin remisión». Me gustaba «la condena». Se trataba de la puesta en práctica de «las técnicas de la mezquindad» que retraté después en las páginas de Los años que fuimos Marilyn y que tan mal sentó en las alturas y las mediocridades felipistas. De modo que las memorias de Suárez quedaron en el aire, entre el rumor de los siempre muy bien informados y el protagonismo de alguna periodista de postín que se atribuyó en los círculos políticos y profesionales de la información que ella era definitivamente la elegida por Adolfo Suárez para redactar y escribir sus memorias.

Un año antes, en mi casa de Las Rozas en aquel entonces, convoqué de la mano de Fernando Castedo a algunos amigos escritores porque Suárez, con la misma elegancia de Sydney Poitier, venía a cenar aquella noche. Lo ha contado Rafael Conte en sus memorias y lo tengo contado yo en alguna Tercera de este periódico, artículo que figura junto a otros escogidos en Artículos literarios en la prensa (1975-2005), editado en Cátedra por Francisco Gutiérrez Carbajo y José Luis Martín Nogales. Durante esa cena y entre otras impertinencias muy propias del ingeniero, Juan Benet le preguntó a Suárez por la posibilidad de escribir sus memorias. «Tienes que escribirlas», le dijo imperativo. «En su momento», contestó Suárez, «todo llegará».

Durante estos últimos veinte años, la transición democrática de España ha sido glosada por activa, pasiva y perifrástica por titulares y suplentes, por propios y extraños con un aparente conocimiento de todo cuanto sucedió en aquellos tiempos todavía cercanos, incluso entre las bambalinas susurrantes de tantos malos presagios, bisbiseos y rumores que llevaban directamente al abismo. De modo que cada vez que se publica un libro que rememora los años últimos del franquismo y los de la transición, soy de los que me acuerdo al instante de las memorias de Suárez, un libro tan etéreo y al mismo tiempo tan poderoso que aún no estando escrito se hace presente como si realmente todos estuviéramos ya de vuelta de sus páginas. Lo dijo el poeta con conocimiento de causa: nosotros que fuimos hombres, hoy somos épocas. Lo que nos sucede es que cada español más o menos informado se cree en la necesidad vanidosa de tener su criterio sobre la transición. Y quien más informado estaba -Suárez como protagonista que fue de esa temporada de vértigos y libertades renovadas- guardó silencio en aquel entonces y sus memorias quedarán ya para siempre en el aire, en la leyenda urbana que cada uno vaya dibujando en su memoria personal por los años de los años.
En este caso de las memorias de Suárez, la tentación también vive arriba. Habrá, a no tardar mucho tiempo, quien escriba en primera persona como si fuera el ex presidente pero sin serlo, una autobiografía de aquella historia de la transición en la que tanto aprendimos de democracia, respeto, libertades y subterfugios de supervivientes. Veníamos de una larga temporada de desastres y dictadura, llegábamos a un mundo que para la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles resultó una epifanía inolvidable. En los días que corren, una nueva generación de políticos maneja el poder con una exasperante arbitrariedad y descuido que les hace rectificar un cuarto de hora más tarde como si nada hubiera sucedido. Y tal parece que nada sucede, aunque están sucediendo muchas cosas. Entre otras, las evidentes ganas de quienes nos gobiernan por esa manía que ocupa tanto a los egoístas del poder: antes de nosotros nada, después de nosotros, tampoco.

Sin embargo, la memoria de Suárez crece en el recuerdo colectivo, en la conversación de las gentes informadas, en quienes guardamos memoria de su grandeza personal y política. Y sí, lo confieso, soy de esos escritores que tengo la tentación de escribir unas memorias apócrifas desde la perspectiva de aquel presidente que fue vituperado por sus adversarios políticos y por sus propios aliados como si fuera el payaso de las bofetadas. Recuerden que, cuando estuvo arriba, en lo más alto, lo aguantó todo, hasta las intrigas para derrocarlo que llegaron incluso a los cuartos de bandera; y abajo, en la nada del poder y el respeto de la calle, momento contradictorio en el que el personaje empezó a hacerse humano a los ojos de los ciudadanos españoles que hoy saben que fue un gran presidente. Es desgraciadamente seguro que él ya no podrá escribir sus memorias, pero no sería capaz de confirmar que Suárez no ha dejado nada escrito sobre aquellos años de la transición y la instauración democrática en España. Por mucho que el tiempo pase y nos vayamos poniendo viejos, sabemos por nosotros mismos que aquella epopeya ciudadana tuvo un mago político de primera magnitud: Adolfo Suárez. Hubiera sido magnífico tener hoy en nuestras manos y ante nuestros ojos el testimonio escrito del primer protagonista político de nuestros años democráticos.

J.J. Armas Marcelo, escritor.