Las mentiras del separatismo

El embajador Cuenca acaba de publicar en Ediciones Insólitas «Las mentiras del separatismo (Cataluña y Quebec)», una obra que considero de lectura indispensable para quienes puedan albergar dudas sobre los mantras separatistas porque las disipará por completo.

José Cuenca Anaya (Iznatoraf, 1934), además de pluma de primera fila, ha sido embajador de España en Bulgaria, Unión Soviética, Grecia y Canadá. Su experiencia en este último país le ha permitido condensar en prosa nítida y elegante la brillante gestión política y jurídica del Gobierno canadiense ante la amenaza secesionista del Quebec y compararla con la que nuestros dirigentes políticos han venido llevando a cabo hasta ahora. Sólo esa comparación da idea de la importancia de la lectura de su libro.

Como es sabido, los medios afines al separatismo catalán suelen alegar el precedente quebequés en apoyo de sus tesis, olvidando mencionar que la legislación constitucional canadiense, a diferencia de la española, no proscribe la posibilidad de secesión de una provincia. También olvidan mencionar que dicha posibilidad sólo es admisible «de conformidad con la legislación federal» y no en base a un supuesto derecho de autodeterminación, que ni la legalidad internacional ni la canadiense contemplan, lo que les conduce a alegar un supuesto «derecho a decidir» utilizado a ambos lados del Atlántico como bálsamo de Fierabrás por quienes pretenden alcanzar sus fines por cualquier medio menos el legal. Lo explica claramente mi compañero en su libro y vale la pena leerlo con detenimiento porque delimita el ámbito político del fanatismo y ya explicó Churchill que el fanático es alguien incapaz de cambiar de opinión ni de tema.

En cuanto a la gestión del problema, el Gobierno canadiense elevó una consulta al Tribunal Supremo (en Canadá no hay tribunal constitucional) con tres preguntas: ¿puede procederse unilateralmente a la secesión de Quebec?, ¿existe un derecho de autodeterminación amparado por el Derecho Internacional? y ¿en caso de conflicto entre el derecho interno canadiense y el internacional, cuál prevalecería? Casi dos años más tarde, los nueve magistrados del Supremo (tres de ellos quebequeses por imperativo legal) emitieron su dictamen: de existir una mayoría clara en respuesta a una pregunta clara «el proyecto de secesión gozaría de una legitimidad democrática» que obligaría a negociar con el Gobierno central, las asambleas provinciales y las comunidades aborígenes, porque «los derechos democráticos fundados en la Constitución no pueden disociarse de las obligaciones constitucionales». Por otra parte, ninguna norma de Derecho Internacional ampara el derecho de autodeterminación del territorio de un estado democrático. En virtud de esas dos respuestas, el Supremo concluyó que no existía ningún conflicto entre el derecho interno y el internacional que debiera ser examinado en el dictamen.

A la vista de tales pronunciamientos, el Gobierno canadiense acometió la tarea de promulgar una «Ley de Claridad» que, básicamente, establecía que, de producirse un referéndum, la pregunta sometida al electorado debería ser clara (en casos anteriores había llegado a estar formada por 117 palabras); la respuesta también debía serlo, entendiéndose que la regla del 50%+1 debería ceder ante la exigencia de una mayoría calificada y, por último, consagró la obligación de negociar con las demás provincias en temas como el reparto de activos y pasivos, la modificación de las fronteras, los derechos legítimos de los pueblos autóctonos y la protección de los de las minorías.

La última parte del libro está destinada a rebatir las mentiras del separatismo catalán, que resumo por falta de espacio: «Cataluña combatió vigorosamente contra Franco»; «Madrid tiene fobia a las urnas»; «España nos roba»; «la recién instaurada República catalana será reconocida por todas las naciones»; «la Cataluña desgajada de España seguirá siendo miembro de la Unión Europea» y «Cataluña será más próspera si se separa de España». El autor las desmonta todas con solvente contundencia.

El libro del embajador Cuenca constituye un envidiable colofón a una brillante carrera diplomática y literaria y, como me ha confiado, le gustaría que fuese su «último servicio a España».

Melitón Cardona es embajador de España.

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