Las Navas de Tolosa

En el siglo XII se aceleró la Reconquista por parte de Castilla y de Aragón, gracias a la división del califato de Córdoba en numerosos reinos de taifas, lo que provocó las sucesivas oleadas –procedentes de África– de los almorávides y de los almohades, fanáticos partidarios de una interpretación rigorista del islam, que restablecieron la diezmada unidad política de Al Ándalus. La rebelión de los almohades contra los almorávides fue africana en su origen, pero se extendió a los territorios hispanos dominados por estos, con lo que aquel movimiento fundamentalista, rudimentario y brutal, puso fin definitivo a la fugaz vigencia de una sociedad culta y refinada en muchos aspectos, que se había constituido en la península Ibérica bajo el dominio árabe. La divisoria de aguas entre las dos grandes etapas en las que se divide la Reconquista fue la batalla de Las Navas de Tolosa, que enfrentó a cristianos y almohades –con victoria de aquellos– y tuvo lugar en unos calcinados campos, no lejos de Despeñaperros, el lunes 16 de julio de 1212, es decir, justo acaban de cumplirse ochocientos años. A partir de esta fecha, se consolidó para siempre la hegemonía cristiana en la Península, facilitada por el rebrote del particularismo andalusí.

Todo comenzó en 1211, cuando Inocencio III ordenó al arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada que conminase al rey de Castilla, Alfonso VIII, a reanudar la lucha contra el islam, de la misma forma como se proponía hacerlo Pedro II, rey de Aragón. Asimismo, el Romano Pontífice concedió los privilegios espirituales de la cruzada a los fieles franceses que emprendiesen la lucha contra los musulmanes en España, a la vez que amenazaba con excomulgar a cuantos no respetasen la tregua existente entre los reinos cristianos peninsulares. La respuesta a esta convocatoria de una santa cruzada no se hizo esperar y a ella acudieron los castellanos de Alfonso VIII, los catalanes y aragoneses de Pedro II, las tropas de Diego López de Haro, señor de Vizcaya, caballeros leoneses, gallegos y portugueses, las órdenes militares e, inicialmente, tropas venidas de allende los Pirineos. Pero estos ultramontanos se fueron pronto, antes de la batalla decisiva, en parte por quejas sobre los víveres, en parte por no haber permitido los españoles el saqueo de la conquistada Calatrava. Por eso quedaron “soli Hispani”, según dice la Historia gótica del obispo Ximénez de Rada.

En un reciente estudio sobre esta batalla debido a Carlos Vara, el autor dice de la aportación de Pedro II de Aragón que “fue, sin duda alguna, especialmente importante, dada la gran experiencia de sus hombres de armas, y sobre todo hay que valorar el apoyo moral que supuso su colaboración en el momento de la deserción del ejército ultramontano tras la toma de Calatrava”. Y el obispo Ximénez de Rada escribe de los caballeros catalanes y aragoneses que eran “caballeros famosos por su valentía (y) virtuosos por su marcialidad”. En el campo de Las Navas de Tolosa se ha encontrado un escudo con tres franjas de gules sobre campo de oro.

El viernes día 13, las tropas cristianas –tras haber tomado el castillo del Ferral– se encontraron con una insalvable dificultad para proseguir su camino hacia donde hoy se levanta Santa Elena, al encuentro del ejército almohade. Apareció entonces el famoso pastor, descrito por Ximénez de Rada como “un hombre del lugar, muy desaliñado en su ropa y persona, que tiempo atrás había guardado ganado en aquellas montañas”. Posiblemente fuese uno de aquellos numerosos sujetos que, huidos de la justicia, merodeaban por la frontera. Sigue diciendo el obispo que “indicó (el pastor) un camino más fácil, completamente accesible, por una subida de la ladera del monte”. Y, hechas las oportunas comprobaciones, por este camino accedió el ejército cristiano a la que hoy se denomina Mesa del Rey, donde acampó el sábado 14 y el domingo 15.

A las seis de la mañana del lunes 16, el ejército cristiano inició su avance. El rey de Aragón capitaneaba el ala izquierda; el cuerpo central lo mandaba Alfonso de Castilla, con Diego López de Haro en la vanguardia; y el ala derecha estaba al mando de Sancho el Fuerte de Navarra. Todo terminó, muchas horas después, cuando la caballería pesada cristiana atacó el palenque del califa. Es tradición que fue Sancho de Navarra el protagonista principal de esta acción, adoptando desde entonces como blasón el que hoy lo es de Navarra: las cadenas que rodeaban el palenque y que se conservan en Roncesvalles. El siguiente día –martes 17– presenció el reparto del rico botín entre los diversos contingentes.

Pierre Vilar inicia su síntesis Historia de España (1947) con estas palabras: “El Océano. El Mediterráneo. La Cordillera Pirenaica. Entre estos límites perfectamente diferenciados, parece como si el medio natural se ofreciera al destino particular de un grupo humano, a la elaboración de una unidad histórica”. Hace ochocientos años se escribió una página de este destino. Una página que lo unió para siempre al destino de Europa.

Juan-José López Burniol, notario.

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