Las nubes anuncian tormenta

Estamos viviendo un tiempo cuajado de incertidumbre. Aún no hemos asimilado en toda su magnitud enorme la dimensión de la pandemia, Covid-19, que cual negro nubarrón anuncia una poderosa tormenta y como todo fenómeno social de carácter global las consecuencias son muy variadas, y todas negativas. La primera se refiere a la salud, que está tomando un cariz muy preocupante. Las cifras de afectados y fallecidos -en el mundo y en España- son un número cada vez más alarmante que exige medidas enérgicas y certeras que eviten la catástrofe. Ahí juega un papel fundamental la responsabilidad personal, pues por muchas normas que se dicten, si no tomamos conciencia de que debemos tomar medidas precautorias cada uno de nosotros, será difícil librarnos de contagios.

Ayer a la noche pasé por una calle céntrica de Madrid donde se ubica un restaurante muy conocido que tiene terraza y vi asombrado que estaba abarrotado, con las personas sentadas muy cerca unas de otras y nadie con mascarilla. Ello evidencia algo muy propio de nosotros, desgraciadamente, que es la irresponsabilidad personal. No nos mueve la zanahoria, sino el palo.

Otro frente que tenemos ante nosotros, desafiante y peligroso, es el económico. Llevamos un tiempo en que soplan vientos favorables para las cuentas públicas y la marcha de los negocios, pero van apareciendo señales de que viene un cierzo frío y desagradable. Los números se van poniendo hostiles y el crecimiento va a exigirnos sacrificio y mesura en el gasto público. Sin embargo, algunos comentarios oficiosos sobre las cuentas públicas nos anuncian más gasto -no productivo- y más impuestos. Como acabo de señalar, el Covid-19 está produciendo un terremoto en nuestra economía, con una preocupante tendencia al alza, y eso deben tenerlo muy en cuenta los gobernantes, pues estamos viendo con creciente claridad y preocupación cómo se van deteriorando las magnitudes macroeconómicas con la consiguiente repercusión negativa en las economías familiares. Y no olvidemos que la paz social y la microeconomía están profundamente ligadas.

Existe en el ideario populista una visión negativa de la empresa y de su papel en la sociedad. Y por eso las políticas populistas no premian, sino que fustigan el ímpetu empresarial a base de exprimir sus recursos vía impuestos y acciones interventoras. Hoy nadie duda de la exigencia a las empresas de su responsabilidad social, pero a la vez resulta fundamental que la empresa tenga un hábitat propicio para el crecimiento y la sostenibilidad. No se puede ver a la empresa solo como una fuente de ingresos para el erario público, sino como un motor del crecimiento y de la prosperidad social y desde esa perspectiva la dosis de intervencionismo tiene que estar muy medida. En la carrera económica que se corre en cada ejercicio el Estado no puede limitarse a poner las reglas y vigilar a los corredores, sino que tiene que idear incentivos para que los protagonistas hagan carreras veloces y ganadoras. Ver como enemigo a quien nos puede llevar a una meta satisfactoria es un error de bulto con nefastas consecuencias. El objetivo no puede ser exprimir a los corredores, sino que es necesario prepararlos y animarlos, y en los tiempos que vienen esa filosofía es fundamental si no queremos ver caer a los corredores en plena carrera.

Creo que en el imaginario colectivo de los españoles existe una visión negativa de la empresa, a quien se ve como un modo de ganar dinero más que como un motor de creación de empleo y de prosperidad colectiva. No entro en el porqué de esa visión, pero parece evidente que resulta fundamental para la prosperidad social y económica que esa visión cambie radicalmente y se perciba y vea a la empresa como un elemento clave para que nuestro vivir tenga unos parámetros razonables de bienestar.

No solo el Gobierno, sino también la sociedad tiene que ser consciente que el nivel social, económico y moral de nuestras vidas no viene solo y sin esfuerzo, sino que es consecuencia del empuje, dedicación y sacrificio de cada uno de nosotros, si bien es cierto que en esa tarea juega un papel fundamental una buena dirección gubernativa que impida que los vientos que vienen sean huracanados y se lleven por el aire mucho de lo que hemos conseguido hasta ahora. En línea con lo que estoy diciendo, creo que tenemos que hacer todos un esfuerzo por elevar nuestro tono vital. Cuando a lo largo de nuestras vidas hacemos un examen de cómo hemos afrontado las distintas situaciones por las que hemos pasado, comprobamos que es fundamental para lograr el objetivo el querer lograrlo, el poner ímpetu y ganas en llegar a la meta propuesta: «Si quieres, puedes». Siempre me ha impresionado el valor, el empuje y la decisión que pusieron en juego los descubridores y primeros actores del descubrimiento y colonización de América. Fue una hazaña que yo la identificaría con el ímpetu vital de los protagonistas y su fe en lo que hacían.

España es un gran país y necesita de nuestra fe en ella, de nuestra contribución a su crecimiento social y económico y, en definitiva, de nuestro tono vital. Yo creo que vienen tiempos duros que nos van a enfrentar a una situación -especialmente en lo económico- no muy grata. Ante ello, pienso, asimismo, que es fundamental encararla con optimismo y la determinación de que podemos superar las dificultades. Pero a ese optimismo es clave acompañarlo de dos elementos clave para el éxito como son la unidad y la voluntad. En suma, no es la hora de políticas miopes de carga ideológica, sino de políticas de amplias miras y dotadas de pragmatismo. Los castillos ideológicos pueden convertirse en prisiones paralizantes.

En definitiva, debemos pedir al Gobierno -sin perjuicio de nuestra responsabilidad personal- que busque la unidad sin fragmentaciones ideológicas, que se vuelque en la formación, que en sus políticas infunda ánimo, en vez de coartar, y que, ante la tormenta, además de darnos elementos protectores, haga lo posible para que no se produzcan daños indeseados y que aún así, los que se produzcan sean de la menor gravedad posible. En estos momentos históricos para España tomar el camino equivocado sería imperdonable. Tenemos que acertar.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea es Académico de Número de la Real de Jurisprudencia y Legislación.

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