Las ocasiones perdidas

La vida es una continua oferta de oportunidades. Las oportunidades nos vienen dadas; no dependen de nosotros; pero lo que sí está a nuestro alcance es aprovecharlas o no. Muchas veces, la mayoría, no las aprovechamos por pereza, por miedo o porque supone un sacrificio mayor o menor. Y cuando una oportunidad se deja pasar, estamos ante una ocasión perdida. Cuando pasa el tiempo solemos arrepentirnos de no haber hecho esto o lo otro, de no haber elegido bien, de haber dejado pasar lo que podría habernos hecho más felices o, al menos, más realizados. Y comienza lo que alguien denominó muy acertadamente como «mística hojalatera». «Ojalá» hubiera emprendido aquel negocio, «ojalá» hubiese comprado aquella casa, «ojalá» no hubiera reñido con éste o aquél, «ojalá» hubiera estudiado otra cosa, «ojalá» no me hubiera casado, «ojalá» hubiera ido a trabajar a tal o cual empresa, ojalá, ojalá... Y los «ojalás» sólo traen melancolía, por lo que no son recomendables. Lo hecho, hecho está, y lamentarse no nos lleva a nada positivo. Distinto es que cuando aún estamos a tiempo cambiemos el rumbo y hagamos lo que nos parece más adecuado.

Manel Reyes expone muy bien las cuatro leyes de las oportunidades: 1. Las oportunidades siempre están ahí. 2. Siempre llevan consigo fecha de caducidad. 3. Si no la aprovechas tú, alguien lo hará y 4. Ante la duda, atrévete. La primera es quizá la más importante, pues todos tenemos oportunidades en nuestra vida. Hay que saber verlas y luego aprovecharlas. La mayoría de los grandes personajes en la Historia han pasado a la posteridad porque supieron captar las oportunidades que se les presentaron en la vida. Los grandes científicos (por ejemplo Einstein o Ramón y Cajal) llegaron a su cénit porque supieron llevar adelante sus proyectos de vida. Y lo mismo los grandes deportistas, o compositores, o artistas. Si no hubieran realizado las oportunidades que se les presentaron seguro que hoy ni los conocíamos. Y es seguro que su triunfo les costó un gran esfuerzo y notables sacrificios. Por ejemplo, cuando uno oye cantar a Plácido Domingo hay que pensar en los cientos de horas de entrenamiento y privaciones. Todos supieron aprovechar sus oportunidades.

Normalmente materializamos las oportunidades, y eso es una falta de visión, pues las oportunidades que afectan a nuestro espíritu, sobre todo la de ser felices, también hay que buscarlas y sacarles fruto. No todo es la prosperidad material, el tener más o menos cosas, más o menos dinero, más o menos confort. La gran oportunidad de nuestra vida es la de ser felices, y eso es algo más amplio que el bienestar material.

Solemos pensar que las ocasiones se nos presentan en nuestra juventud, y no es así; las oportunidades, efectivamente, tienen una gran trascendencia en nuestros primeros años de madurez, pero siguen presentándose ante nosotros hasta el fin de nuestra vida. Por ejemplo, en la vida matrimonial, a lo largo de los años de unión, seguimos teniendo la oportunidad de ser felices o infortunados. De nosotros depende en buena parte. Y la relación con nuestros hijos siempre es una asignatura pendiente. Siempre hay ocasiones de mejorarla, con creciente cariño, comprensión y algo de exigencia.

Otro componente vital de primer orden es la amistad. Los amigos no se imponen, sino que se eligen. Y ahí, otra vez, se nos abre un fértil campo de oportunidades. De entre ellas quizá la más enriquecedora es dedicar tiempo a los amigos que tenemos, pues luego es difícil recuperarlo.

Pero sobre todo debemos estar muy atentos y a la vez dispuestos respecto de las oportunidades que van a marcar nuestra vida. Si no se aprovechan, se van para siempre. Ocurre a veces -y a mí me pasó- que se nos presentan oportunidades que en teoría apreciamos como muy positivas para nuestro futuro pero que, por el momento en que se presentan, nos suponen un notable esfuerzo y sacrificio el hacerlas realidad. Ahí es donde resulta clave la decisión, aunque cueste, pues luego seguro que nos arrepentiremos de no haber dado el paso.

Me llamó mucho la atención el ejemplo de Bronnie Ware, escritora australiana que trabajó por muchos años en cuidados paliativos, y que escribió después de esa larga experiencia sobre cuáles eran los sentimientos de esas personas frente a la inminencia del final de su vida: ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que quería hacer; ojalá no hubiera trabajado tanto, pues me perdí la infancia de mis hijos y la compañía de mi pareja; me hubiera gustado tener el coraje de expresar libremente mis sentimientos; ojalá hubiera tenido más contacto con los amigos y haberles brindado el tiempo y el esfuerzo que merecían y, por último, expresaban el deseo de haber hecho más esfuerzos por ser felices. Como dice la autora, muchos no se dan cuenta hasta el final de su vida de que la felicidad es una elección y se han quedado trabados en viejos patrones y hábitos. El miedo al cambio, sigue diciendo, les ha llevado a fingir ante los demás y ante sí mismos que eran felices, cuando en su interior ansiaban poder reírse con ganas y tomarse la vida con humor.

Tenemos que aprovechar cada minuto de nuestra vida para ser más felices y hacerlos a los que nos rodean; y desde luego para los que estén comenzando la etapa de adultos, los veinteañeros, hay que pedirles que no regateen esfuerzos en aprovechar las ocasiones que la vida les depare de volar más alto, ser más completos y tener en cuenta que hay tres cosas en la vida que una vez que pasan ya no vuelven: el tiempo, las palabras pronunciadas y las oportunidades.

Pero sobre todo no perdamos la oportunidad de manifestar nuestro amor a todos los que tenemos cerca. Y decirles que los queremos. Esa es la gran ocasión que no podemos perder. Irnos de este mundo con esa asignatura pendiente es una pena.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea es académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y del Colegio Libre de Eméritos.

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