Las olimpiadas de la incertidumbre

Las olimpiadas de la incertidumbre

“Brasil no es para principiantes”, solía decir el compositor Antônio Carlos Jobim. Las Olimpiadas de Río mucho menos, a pesar de que los videntes vaticinen resultados categóricos —sombríos o luminosos— para los juegos olímpicos, antes incluso de la primera medalla.

Brasil ya había experimentado esa epidemia de profetas en los años previos al Mundial de Fútbol de 2014. No faltaba quien previera desmoralizadores problemas organizativos. Luego, a pesar de las numerosas complicaciones, se comprobó que la estructura de la competencia había sido mejor que la de los mundiales de Estados Unidos (1994) y de Japón (2002). Su nivel igualó a los de Francia (1998) y de Corea del Sur (2002, anfitriona en colaboración con los japoneses). Nadie me lo contó; yo fui testigo: como reportero hice la cobertura de todas esas competencias.

En el campo de juego, el equipo alemán humilló al brasileño en 2014 con una goleada de siete a uno, que se convirtió en metáfora de fracasos degradantes. Más allá de las canchas, en los siete a uno posteriores al mundial, algunos estadios nuevos y caros permanecieron casi sin uso, hubo obras que se deterioraron o quedaron inconclusas hasta hoy, y surgieron indicios elocuentes de corrupción en la construcción de escenarios deportivos.

Es recomendable que los pronósticos para los juegos olímpicos consideren el aprendizaje de hace dos años. Y también el pasado más remoto. ¿La ciudad está en capacidad de ofrecer seguridad? En 1992, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medioambiente y Desarrollo (conocida como Cumbre de la Tierra), lo estuvo. Igual que en 1999, en la Primera Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe y la Unión Europea. Lo que hace de 2016 más impredecible es el temor de que acciones terroristas del extranjero desembarquen en Río.

En la víspera de la ceremonia de apertura, la incertidumbre caracteriza a las olimpiadas. En 2014 las fallas fueron corregidas o atenuadas en el último momento. No se sabe si habrá solución para los errores de 2016, como el fiasco de la villa olímpica que recibió delegaciones sin estar lista. La tradición nacional es tratar de resolver todo a última hora. La improvisación no siempre funciona.

En junio de 2013, el 28 por ciento de los brasileños entrevistados por el Instituto Datafolha afirmaron que no tenían ningún interés en los futuros juegos olímpicos. El índice ascendió a 51 por ciento en la encuesta de julio de 2016. En una nación apasionada por los deportes, sobre todo por el fútbol, el inicio de los partidos y las pruebas puede afectar la opinión sobre las olimpiadas. O no.

La herencia olímpica para la ciudad tiene colores y tonos diversos. Las nuevas vías exprés de autobuses, la expansión de la ruta del metro y la implementación de tranvías high-tech son bienvenidos. Pero las promesas de descontaminar la pútrida Bahía de Guanabara y de salvar lagunas agonizantes no pasaron de eso: promesas no cumplidas.

Una reforma urbanística revitalizó el casco histórico. Miles de cariocas pobres, sin embargo, fueron desalojados de sus casas debido a los juegos. La transparencia de las cuentas públicas es limitada, lo que impide conocer plenamente la situación de las finanzas municipales.

Tres constructoras levantaron el Parque Olímpico. Dos de ellas, Norberto Odebrecht y Andrade Gutierrez, habían integrado el consorcio que remodeló el Maracaná para el mundial. Ejecutivos de las dos empresas denunciaron ante la justicia que, de los 1,2 mil millones de reales de recursos públicos que se destinaron al estadio (equivalentes a 526 millones de dólares en junio de 2014), un 5 por ciento correspondió a sobornos recibidos por el entonces gobernador del estado. Los juegos olímpicos son promovidos por la alcaldía, no por el estado. ¿Habrá sido distinto el modus operandi de las constructoras en las olimpiadas?

El análisis escrupuloso del legado olímpico tendrá que distinguir males recientes de males atávicos. En 2015, el 77 por ciento de los muertos a manos de la policía estatal de Río de Janeiro en supuestas confrontaciones eran negros y, de acuerdo con la clasificación oficial, pardos. Ninguna novedad. En 1888, Brasil fue una de las últimas naciones en abolir la esclavitud.

Modesto en la clasificación de medallas olímpicas, el país ostenta la infame condición de ser uno de los líderes en desigualdad social. Con todas las precariedades evidentes, los apartamentos de la Villa Olímpica serán vendidos a la clase media a precios inaccesibles para la inmensa mayoría de los ciudadanos. El drama no son los juegos olímpicos, sino el día a día.

Hasta el siglo XIX, los señores esclavistas habitaban la casa grande de las haciendas; y los esclavos vivían en la senzala, una casa solo para negros. La mentalidad del pasado sobrevive. Carlos Carvalho es el dueño de Carvalho Hosken, una de las contratistas que levantaron el Parque Olímpico en el mismo sitio donde su empresa construirá condominios residenciales de lujo. La BBC Brasil le preguntó por los habitantes pobres de una comunidad vecina.

Carvalho respondió: “No es posible vivir en un apartamento y convivir con un indígena al lado. No tenemos nada contra el indígena, pero hay ciertas cosas que no son posibles. Si tú estás oliendo mal. ¿Qué voy a hacer? ¿Voy a quedarme cerca de ti? Yo no, voy a buscar otro sitio donde quedarme”.

La encuestadora Datafolha informó que el 63 por ciento de los brasileños creen que los juegos olímpicos van a traerles más pérdidas que ganancias. Es posible que tal percepción esté influenciada por el contraste entre la euforia de Brasil de 2009, cuando Río ganó la competencia para ser la sede de las olimpiadas, y la depresión de ahora.

Hace siete años el país crecía, sacaba a decenas de millones de la pobreza absoluta y caminaba hacia el pleno empleo. La renta de los más pobres se disparaba y la de los más ricos subía. Río 2016 se mostraba como la consagración de un Brasil protagonista. Los juegos olímpicos impulsarían a la ciudad como los de Barcelona en 1992. Eran días de esperanza.

En 2016, el desempleo castiga a 11 millones de personas, la renta de los trabajadores cae, el producto interno bruto se desploma más del tres por ciento y el virus de Zika mata, maltrata y asusta. En vez del espejismo de Barcelona, ronda el espectro de Montreal, cuya economía fue arruinada por las olimpiadas de 1976. Son noches de frustración.

Salieron a la luz los fraudes esparcidos en la administración pública con la participación de los principales partidos políticos. Un tercio de los brasileños ignora el nombre del presidente interino de la república, quien nada más recibiría el cinco por ciento de los votos si la votación presidencial de 2018 fuera anticipada para 2016, como defiende el 62 por ciento de los electores. Michel Temer, el presidente impopular, estará en el Maracaná en la ceremonia de apertura.

En el libro Flores raras y banalísimas, la escritora Carmen L. Oliveira narra la relación entre la poetisa estadounidense Elizabeth Bishop y la brasileña Lota de Macedo Soares, quien en los años sesenta condujo la construcción de un parque urbano en Río tan o más exuberante que el Central Park neoyorquino. Años antes de la construcción del parque, al mostrarle a Bishop una casa en obras, Lota le dijo: “Aquí en Brasil las cosas son medio empíricas. Pero al final todo sale bien”.

Por el bien de los Juegos Olímpicos de Río 2016, es bueno que el optimismo de Lota prevalezca.

Mário Magalhães es periodista y escritor. Fue ombudsman del periódico Folha de S. Paulo. Ha cubierto cuatro Copas del Mundo y también los Juegos Olímpicos Atlanta 1996.

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