Las operaciones de paz actuales, ¿fin de la ortodoxia?

Hay una brecha creciente entre las declaraciones oficiales, la opinión pública y lo que realmente espera a los participantes en una operación de paz, tanto civiles como militares.

Es patente que, como todo, este tipo de operaciones ha evolucionado a gran velocidad en los últimos años. También es cierto que una operación de paz tiene un inicial componente cívico militar con unas ratios respectivas acordes con la situación en el área objeto. La operación ideal es aquella en que todos los actores en disputa están dispuestos a pacificarse; en ella no será prácticamente necesaria la fuerza militar, al menos la de combate, y quizás solamente se emplee alguna capacidad, logística o de mando y control desplegables, necesarias para los primeros momentos de gestión de una situación complicada, pero el núcleo importante es el componente civil, las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.

El tema se complica cuando los diferentes actores no están de acuerdo con que se les pacifique, se les reconstruya y, en general, se les estabilice. Esta complicación llega a la dificultad plena cuando en la zona existe un conflicto armado, coexistente con una operación de paz, con fuerzas y mandos diferentes, aunque todos ellos sean de corte occidental.

Hasta el final de la Guerra Fría, las pocas operaciones que permitían realizar los Bloques fueron del tipo Capítulo VI de la Carta de NN.UU.; con la liberación operativa que supuso el final de esa etapa, las operaciones de paz han proliferado enormemente en «longitud y grosor». España, sin ir más lejos, ha participado en más de 50, de diferentes tipos, en todo el mundo, ¡solamente desde el año 1989!
El modelo rígido de participación ha ido evolucionando hasta situarse en torno al conflicto tipo Capítulo VII. La participación militar en aquellas operaciones, prácticamente de árbitro imparcial, absolutamente al margen de cualquier disputa entre facciones, también ha evolucionado de la misma manera, dado que los mandatos son cada vez más coercitivos, y la misión militar más involucrada en el futuro del país objeto, Afganistán es un ejemplo evidente de todo lo anterior.

Sin embargo, habría que preguntarse qué piensa el enemigo, cuál es su plan en zonas como esta, en las que en lugar de sentarse a la mesa para discutir los procedimientos de pacificación, ataca insolentemente, aterroriza con toda la parafernalia intolerable del «yihadista» moderno y destruye absolutamente la confianza necesaria para comenzar la normalización del país. El enemigo no distingue las tropas que hacen operaciones de paz de aquellas que les combaten con procedimientos más o menos convencionales; es más el objetivo de normalización buscado por la operación les es contraproducente y tratarán de impedir la normalización.

El enemigo actual, que irrumpió en Irak y Afganistán, es un ejemplo, ataca todo lo que significa occidental, recuperación y cambio hacia mejor, y «le da igual» que las tropas presentes en su territorio hagan disquisiciones sobre sus mandatos y discrepen sobre la interpretación política nacional de su misión en la zona de operaciones, y lo que es más peligroso, conoce las limitaciones de los contingentes y los efectos de sus acciones sobre la frágil opinión de sus países de origen.

Y no es que el adversario sea un bloque, «el complejo enemigo» se compone de muchos estratos, desde Al Qaeda, que representa el purismo dogmático guía y la acción celular de ejecución dispersa, pasando por la propia resistencia de la fase de intervención no vencida, sunita o talibán, los luchadores extranjeros comprometidos para profundizar el horror, hasta los grandes delincuentes que por un puñado de dólares son capaces de realizar todo tipo de encargo terrorista.

Todos estos elementos son los enemigos de los participantes en las operaciones de paz actuales, en territorios donde todavía opera una insurgencia de corte islamista, y evitar su actuación pacificadora entra dentro de sus planes, sean tropas bajo mandato de Naciones Unidas o sean una simple coalición.
Las armas de la fuerza militar son la imparcialidad, la legitimidad, la credibilidad, la transparencia, los límites al uso de la fuerza, la flexibilidad, y otras más activas como la legítima defensa. Se trata de saber si en las operaciones de paz actuales esto es suficiente, dadas las intenciones del enemigo de modelo estratégico asimétrico, sin límite moral y capaz de todo para obtener sus fines.

Los militares que participan en las operaciones de paz tienen el referente teórico de estar en una actividad tipificada dentro de las operaciones no bélicas (Doctrina de Empleo de las Fuerzas Terrestres, Año 2003), que «son aquellas que se realizan en situaciones de paz o crisis, mediante medidas militares que implican el empleo de fuerzas cuyas capacidades militares se aplican para mantener por debajo del umbral del conflicto bélico las tensiones entre países o facciones de un mismo país. En un mismo Teatro de Operaciones pueden coexistir operaciones bélicas y no bélicas».

Se puede admitir que en estos Teatros, en los que las tropas con mandato para realizar una operación de paz son sistemáticamente batidas por una de las facciones en presencia, el enemigo que se ha descrito, están abocados a cambiar de objetivo, desde la consolidación de la paz (Peace Building) hacia la imposición de la paz (Peace Enforcement), a un paso de transitar desde las operaciones no bélicas hasta las bélicas, donde los principios son otros, los del Arte de la Guerra, y los fines diferentes; estos aspectos cambiarían radicalmente el tipo de operación, que precisaría nuevo mandato y decisiones nacionales e internacionales renovadas. Continuar con una operación inadaptada a la realidad de la situación, sobre todo en lo que respecta a la actuación de un enemigo tangible creciente en presencia y belicosidad, no puede por menos que perjudicar la seguridad de la fuerza.

La moderna teoría doctrinal de la estabilización, consecuencia de las dificultades que sufren todos los países que se encuentran en estas ambigüedades, señala que después de las operaciones de corte bélico, la intervención coercitiva, se produce una fase mixta, la estabilización, que trata de sustraer del damero operacional a los residuos de combatientes hostiles, convertidos ahora en insurgentes, complementando estas actividades con las de reconstrucción.

No podrá comenzar la fase de normalización deseada sin que la anterior culmine totalmente; en sus momentos álgidos el componente civil será abrumador y la fuerza militar podrá ser retirada.

En este nuevo concepto, el militar participante en una operación de paz actual debe ser un combatiente preparado para actuar, en todas las fases del espectro (full spectrum), casi un superhombre, capaz de repeler un ataque insurgente con éxito, de reducir al enemigo, ponerle a disposición de la Justicia, para más tarde realizar una acción de negociación entre facciones, planificar la ayuda humanitaria y, finalmente, participar en una prueba deportiva en su Base, para mejorar la cohesión con las autoridades locales o tribales.

Finalmente, es primordial, como diría recientemente el General Petraeus, «aprender y adaptar», y hacerlo rápidamente, tanto en el aspecto del material, como en el del armamento, que deberán repensarse para hacer frente a un adversario que todos los días obtiene lecciones aprendidas sobre las debilidades de las fuerzas de paz.

Ricardo Martínez Isidoro, General de División (Rva), ex Director de Doctrina, Orgánica y Materiales del ET.