Las opiniones de Trump

Donald Trump no será nunca presidente. Perdónenme por contarles el final, pero el que parece con más probabilidades de ser el candidato republicano no ganará las elecciones. Entre otras muchas razones, porque, cuando Barack Obama derrotó a Mitt Romney, hace cuatro años, el voto femenino, más de la mitad del total, fue a parar a este último en un 44%, y, aun así, Romney perdió la elección por un margen considerable; las últimas encuestas muestran que el índice de aprobación de Trump en el electorado femenino es de solo el 23% y es casi seguro que su rival el próximo otoño será una mujer.

Los medios de comunicación de todo el mundo se han tomado demasiado en serio la posibilidad de que Trump llegue a la presidencia. Ahora bien, eso no significa que no haya que tener muy en cuenta sus ideas de política exterior, que han calado en una ruidosa minoría de estadounidenses. Sus opiniones persistirán cuando desaparezca su candidatura.

En contra de lo que se cree, Donald Trump no es un aislacionista. Quiere reforzar las fuerzas armadas y a veces ha insinuado que quizá enviaría tropas terrestres a Siria. Asegura que aniquilará al ISIS, tal vez con armas nucleares, y que autorizará que se practique la tortura con los sospechosos de terrorismo. Trump tampoco se opone a las relaciones comerciales. Dice que no quiere más que romper unos acuerdos que considera injustos y negociar otros nuevos, mucho más favorables para EE UU. Según él, eso permitiría al país pagar los 19 billones de dólares de su deuda (¡en solo ocho años!) y recuperar puestos de trabajo en la industria.

Tacha a casi todos los aliados de débiles y dice que se aprovechan de la estúpida generosidad de Washington. Menosprecia las alianzas e instituciones que, en su opinión, limitan el margen de maniobra de Estados Unidos y cuestan demasiado dinero. Por ejemplo, insiste en abandonar la OTAN a no ser que Francia, Alemania y los demás aumenten enormemente el gasto militar. En ciertos aspectos, su enfoque unilateralista es una prolongación lógica (aunque extrema) del intervencionismo de Bush y el amplio uso de drones y sanciones de Obama. Pero también dice que hay que permitir que Japón, Corea del Sur e incluso Arabia Saudí tengan sus propios arsenales nucleares para que puedan responsabilizarse de su propia seguridad. Es cierto que los aliados tradicionales de los estadounidenses afrontan peligros mucho mayores que EE UU. Europa está mucho más expuesta a la agitación en Oriente Próximo y las ambiciones rusas. La expansión de China y las amenazas de Corea del Norte son más preocupantes para Japón y Corea del Sur. El ISIS es mucho más peligroso para Arabia Saudí que para Estados Unidos, que, además, ya no necesita el petróleo saudí tanto como antes. Muchos estadounidenses parecen estar de acuerdo con Trump (y con el candidato demócrata Bernie Sanders) en que las relaciones comerciales destruyen empleo. Son pocos los que piensan que la globalización fortalece la economía norteamericana.

Trump vive en un mundo de todo o nada, en el que los dirigentes chinos “han sacado tanto dinero de nuestro país que han reconstruido China”. Divide el mundo en ganadores y perdedores, el bien y el mal, trabajadores y parásitos, mi tribu o la tuya. Hace poco escribí que Trump ha adoptado una política exterior de “Estados Unidos por encima de todo”. No lo decía como cumplido, y me sorprende verle aceptar la etiqueta con entusiasmo.

El país necesita a toda costa un debate abierto y comprometido para saber si tiene razón o no. ¿Un acuerdo comercial más beneficioso para otros países puede ser también bueno para nosotros? ¿Le interesa a veces a EE UU intervenir más para que otros puedan permitirse intervenir menos? ¿Puede seguir siendo un país seguro y próspero en un mundo cada vez más volátil? ¿Redunda en su interés nacional que su marina sea la que más hace por garantizar la libre navegación en todo el mundo? ¿Ha llegado el momento de insistir en que los aliados compartan más los costes y los riesgos de la seguridad colectiva? Tanto nuestros aliados como los votantes merecen saber.

Es una insensatez desestimar las opiniones de Trump sobre política exterior, aunque sepamos que nunca va a ser presidente. Las cuestiones y los resentimientos que expresa necesitan respuesta o, si no, persistirán.

Por desgracia, ese es un debate que sus adversarios todavía pretenden evitar.

Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group y autor de Superpower: Three Choices for America’s Role in the World. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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