Las palabras hablan solas

A Darío Villanueva

El diccionario se borda con los vocablos de la vida, de lo cotidiano. Un término bello, antiguo, se cuela en una vieja nota extraviada en un bulevar. Un neologismo se escabulle de un vendedor callejero, distraído en su verborrea fácil y mundana. Una extraña pronunciación se recaba de un tuitero profuso en abreviaturas y sindecires.

Los lenguajes se tararean antes de convertirse en canción exacta, en definición constreñida, estricta, en voz enmarcable en el diccionario de la RAE. La fábrica de este libro se diluye en las calles, en las estratificaciones sociales y culturales. Surge de las escamas de la literatura, del solfeo de la poesía, de la expresividad de la corrala o en los palacios.

Las palabras son la mayor intuición del ser humano. Con su música, su significado, su metáfora, su luz, su origen y su inextricable destino, adquieren gloria. En el diccionario resultan hermosas, rotundas, sonoras, imbatibles, asombrosas, asombradas, escépticas, patéticas, de réquiem. Utilizadas en distintos contextos, condicionadas a la circunstancia de su uso, se impregnan, se explayan, como saleándose de alcances diversos, adquiriendo tonos y sabores matizados, conmovedores, inimaginables. Habitan el misterio y la hondura. Dan forma a las convicciones y a los inconformismos. Y evolucionan.

Una palabra tiene más representaciones que las contenidas en el diccionario. Como sintagma, las trasciende; como sonido, se transmuta en cada idioma; como sentimiento, se libera y revela. Nunca estará vacía.

Existen palabras sugerentes: orfebre, preciosista, agua, lluvia. Torturadas: Inquisición. Indomables e indomesticables: guerra, terrorismo, hambre, maltrato, discriminación. Desgastadas: amor, solidaridad. Manoseadas: democracia. Estridentes: onomatopeya. Olorosas: almizcle. También las hay orondas, espléndidas, carcomidas, sinuosas, mágicas, arcaísmos, incluso baratijas verbales. Y decenas de términos rebosan ambigüedad.

Las voces son portadoras de ensalmos, de adulaciones, de críticas. Provocan y salvan contiendas. Hieren y sangran a sus víctimas, y las enaltecen hasta el Olimpo para satisfacción de egos y banalidades. A veces son justas o de honor y convierten los sentimientos espirituales en oraciones piadosas. Cantan en el poema, lloran en los obituarios, ordenan en las leyes, condenan y perdonan. Se envenenan, se corrompen, se rompen. Aún en su amplitud, a veces, resultan insuficientes.

En silencio no habríamos evolucionado. Cada palabra inteligente puede ser el principio de una revuelta positiva, de un avance. Necesitamos el valor de las palabras para que haya respeto y un significado exacto para la comprensión y el entendimiento. Sueñan, duermen, mueren y resucitan en el juicio sumarísimo de los jueves académicos.

Las palabras han hecho comprensible la creación del mundo y ordenarán su destrucción.

Hay que imaginarse el instante inaugural de cada palabra. Cuando inventamos una gozamos de la autoridad permisiva de Don Quijote, del mismo Cervantes, pues según Juan Gelman, el Caballero de la Triste Figura aprueba la creación de palabras nuevas, porque «esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso». Vale.

Los lingüistas, los escritores, los poetas, con sus aportaciones y estilos, pueden armar sus mecanos y permitirse el lujo de coleccionar o regalar intangibles. Alcanzan a hacerlo manejando el tiempo, trasmutando los días y las noches, superando a la propia naturaleza.

Ambiguos o no, solo los académicos y algunos privilegiados son capaces de desguazar los vocablos hasta sus raíces, de despiezarlos con parsimonia y conocimiento de lo deslenguado. El diccionario propende a lo exacto, al orden, y a determinar una definición y el uso de las palabras en un tiempo determinado.

El término preferido de Darío Villanueva es alba -«primero, por razones fonéticas. Las palabras son también música. En lo que se refiere al significado, alba, albo, significa “lo blanco” y en nuestra cultura tiene connotaciones siempre positivas-. A este villalbés hay que imaginárselo con Camilo José Cela, Gonzalo Torrente Ballester, Guillermo Rojo, juntos, en persona o en libro, paseando un jueves por El Retiro madrileño, entreverando el mundo de palabras con seso y con sexo, elucubrando sobre Valle Inclán, descifrando mundos y avatares.

He soñado con poseer un bazar de antiquísimas palabras y lo he encontrado en el diccionario, gracias al trabajo excelso de personas como Darío Villanueva. Para él larga vida y un término preciso, suficiente, esclarecedor, necesario, definitivo, una de mis palabras preferidas: gracias.

Alberto Barciela es periodista.

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