Las paradojas de Iraq y Somalia

La guerra de Iraq ha redundado en un cambio apenas considerado pero indudablemente importante en el equilibrio de poder y de las expectativas en juego. Europeos, asiáticos y africanos ya no contemplan a Estados Unidos como indiscutible líder mundial. La reserva estadounidense de buena disposición está completamente agotada. Los sondeos de opinión indican en todo el mundo una creciente desconfianza e irritación contra Estados Unidos. Los más recientes señalan que en Alemania, por ejemplo, sólo tres de cada diez personas tienen un punto de vista positivo de Estados Unidos.

Fuera de Europa, las cifras son aún más espectaculares: en Turquía, país aliado de Estados Unidos desde hace mucho tiempo, la proporción es inferior a 1. En un viaje reciente al Sudeste Asiático, pude comprobar un distanciamiento notable respecto de Estados Unidos y un acercamiento a posturas más favorables e inclinadas a la propia región.

Evidentemente, en lugares como Afganistán y Somalia las actitudes hacia Estados Unidos son más ácidas y mordaces. Todos los sondeos, así como los análisis de los observadores extranjeros, indican que lo único en que los iraquíes de cualquier facción, opinión y nivel económico coinciden es, sencillamente, en que los estadounidenses se vayan. La guerra civil que se libra en Iraq es una de las consecuencias de la destrucción del "tejido social" del país. Hecho el mal, lo cierto es que el mantenimiento de la paz ha resultado ser un objetivo imposible para los 160.000 soldados fuertemente armados a los que hay que añadir los restos de las tropas y fuerzas de seguridad iraquíes, además de unos 20.000 agentes de seguridad mercenarios. Cientos de miles de iraquíes han resultado muertos y los heridos son muchos más; aún más han perdido sus hogares y sustento. Son muy pocos los iraquíes que no han perdido un pariente, un hijo, una esposa, un primo o un vecino. Todos los observadores coinciden en afirmar que los iraquíes responsabilizan a Estados Unidos de estas desgracias.

En Afganistán y Somalia, los choques han sido comparativamente peores. La operación Libertad Duradera lanzada en octubre del 2001 cohesionó en mayor medida a los talibanes y a Al Qaeda. Los talibanes se hallan de nuevo en auge y en cuanto a Al Qaeda, nunca se le han podido parar los pies. El resto es poco y, ciertamente, de tono antioccidental: el Gobierno del presidente Hamid Karzai ha tratado de sobrevivir dando entrada a los señores de la guerra en el gobierno. Son ellos, no Karzai, los que mandan fuera del centro de Kabul. En el 2007, produjeron 8.200 toneladas de opio o, dicho de otra forma, más del 90% de la heroína del mundo. Escaso alivio encontraremos por aquellos pagos.

Si aún cabe imaginar escenario peor, es Somalia. Estados Unidos intervino primero en ese caos para echar a los señores de la guerra, como mostró la espectacular y popular película Black Hawk derribado.Los somalíes pensaban también que los señores de la guerra constituían un peligro mortal de modo que cuando los estadounidenses se fueron les echaron a su vez, con la única sustitución a la vista de los líderes religiosos. Sólo los musulmanes fundamentalistas parecían ser capaces de detener las extorsiones, violaciones y asesinatos de los señores de la guerra y la población somalí, en líneas generales, les dio su apoyo. Sin embargo, Estados Unidos los consideró parte del movimiento terrorista mundial; alentó y pagó a los etíopes para que invadieran Somalia y les expulsara del poder. La invasión en sí triunfó - momentáneamente y al precio de grandes sufrimientos humanos- provocando que los somalíes nos odien. Aún peor, la operación no ha aportado solución política alguna que quepa calificarse de duradera. La guerra no se ha ganado; en todo caso ha empeorado. Los señores de la guerra se han hecho fuertes de nuevo.

Una consecuencia de estas acciones es que Iraq, Afganistán y Somalia se han convertido ahora en escuelas de terrorismo. La guerra parece tener visos de prolongarse en estos países indefinidamente, como reconoce ahora el Departamento de Defensa estadounidense. Para decirlo sin ambages, el efecto directo de lo que antecede es un grado mayor de probabilidad de propagación e intensificación del terrorismo en el mundo. Los analistas más perspicaces comprenden que los ataques terroristas no pueden refrenarse únicamente mediante la acción militar o policial y han llegado a la conclusión de que la orientación actual de la política en esta materia motivará que tales ataques sean inevitables en los próximos años.

William R. Polk, miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy.