Las pasarelas y la culpa

Por Eulalia Solé, socióloga y escritora (LA VANGUARDIA, 05/05/06):

Al parecer, es la imagen de las modelos que desfilan por la pasarela la principal culpable del aumento de la anorexia y la bulimia entre las mujeres. En tal caso, la reunión que la ministra de Sanidad mantuvo con los empresarios de la moda para tratar de las tallas demasiado pequeñas debería tranquilizarnos. Lástima que, como ocurre a menudo, confundamos el efecto con la causa.

En primer lugar, preguntémonos cuántas veces aparecen las modelos por televisión o en la prensa, cuántos salones de la moda hay al año y qué influencia real ejercen sobre las adolescentes, principales víctimas de los trastornos alimentarios. La estimulación hacia cuerpos delgados y perfectos proviene de otras fuentes, es diaria y es omnipresente. Del televisor, la prensa o los anuncios estáticos -todo ello mucho más cercano que la alta costura- surgen cada día mensajes de guerra contra los kilos de más, los michelines y la celulitis; y mensajes a favor de lograr un cuerpo que permita ponerse el bikini sin miedo (sic). La publicidad también incita a consumir litros y litros de agua para estar delgada, de forma que, más allá de la eficacia o el engaño, el mensaje final es la necesidad de ser esbelta. En los periódicos, una clínica de estética inserta desde hace meses un anunció a toda plana con una mujer maravillosa e irreal, probablemente retocada por ordenador, que constituye un insulto para todas las mujeres de carne y hueso.

Es esta publicidad cotidiana la que tiene ascendiente sobre los consumidores y sobre los intermediarios del consumo. O sea, sobre las mujeres, por un lado, y sobre los que diseñan, cosen y venden, por otro. Si observamos atentamente la situación, comprenderemos que tanto a la modistería como al comercio les da lo mismo vender tallas 36 o superiores. Si las maniquíes en la pasarela o en el escaparte fueran rollizas en lugar de escuálidas, porque el criterio general así lo prefiriera, esto no alteraría su negocio. En cambio, la cirugía estética y los cosméticos que pretenden adelgazar verían decrecer su clientela en cuanto se impusiera la racionalidad.

La conclusión que hay que extraer de todo ello es que el acuerdo entre Sanidad e industriales de la moda sobre la unificación y control de tallas redundará en pura entelequia. Homologar las tallas es tan lógico como hacerlo con las hojas de papel A4 o con los enchufes y clavijas, pero ha de ser la propia mentalidad de las mujeres la que las salve, siendo de apreciar una ayuda efectiva por parte de la Administración. Hay que sacudirse los estereotipos impuestos por determinados intereses económicos y asumir, en consecuencia, que tener un aspecto agradable y resultar atrayente no depende de poseer una silueta impecable y, ni mucho menos, esmirriada.

El fomento de la reflexión por parte de los padres al educar a sus hijas y una formación con sentido crítico en la escuela conseguirían resultados decisivos. Y cuando el Ministerio de Sanidad intervenga, que lo haga junto con el de Consumo, regulando tanto la publicidad engañosa como las imágenes que a diario distorsionan la auténtica vida de las personas. Eso incluye la comunicación audiovisual y la escrita en sus diversas modalidades, y puesto que surgirán voces clamando contra el intervencionismo, que también lo hagan en contra de la intromisión mercantil. Ésta que atenta contra la salud mental, y por ende física, de una juventud que cada vez más se sume en el riesgo de la bulimia y la anorexia.