Las pastillas para abortar y los cambios sociales del internet

Una tarde hace casi un año, justo cuando el Senado de Estados Unidos comenzaba a considerar la nominación de Brett Kavanaugh a la Corte Suprema, me registré en Day Night Healthcare, una farmacia en línea con sede en India, y ordené una caja de pastillas abortivas. Unas horas más tarde, recibí una llamada de un agente de servicio al cliente de Day Night que me advirtió algo. Me aconsejó que si mi banco llamaba para preguntar sobre la compra: “Dígales que aprueba el cargo, pero no diga para qué es. Si preguntan, diga que es equipo para el gimnasio, o algo así”.

De hecho, el banco jamás llamó. Una semana y media después, un pequeño sobre marrón —con sello de remitente no de India, sino de Nueva Jersey— llegó en el correo. Adentro se encontraba un empaque de aluminio sellado con el logo de un fabricante, información de dosis y números de identificación de lote. Contenía cinco pastillas. Una era una dosis de 200 miligramos de mifepristona, mejor conocida por su nombre en clave durante su desarrollo en la década de 1980: RU-486. Las otras cuatro tenían 200 microgramos cada una de misoprostol, un medicamento utilizado de manera generalizada en la obstetricia y la ginecología para inducir contracciones, entre otras cosas.

Las pastillas no tenían nada especial; eran pequeñas, blancas, redondas y no revelaban lo que algunos defensores del derecho a abortar dicen que son posibilidades épicas. La mifepristona fue aprobada para su uso por la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) hace casi veinte años. Cuando se usa junto con el misoprostol para interrumpir una gestación de hasta diez semanas, las pastillas son eficaces en más del 97 por ciento de los casos.

Los medicamentos, que han sido utilizados por decenas de millones de mujeres en todo el mundo, también son de los más seguros en la medicina moderna; la mifepristona tiene un historial de complicaciones adversas más corto que medicamentos como Tylenol, Flonase, Xanax y Viagra. En 2017, los reguladores canadienses eliminaron la mayoría de las restricciones a su venta y permitieron que fuera recetada por cualquier médico, sin requerir un ultrasonido, y vendida en cualquier farmacia.

Las pastillas para abortar y los cambios sociales del internetNo obstante, en Estados Unidos, la FDA ha impuesto severos límites a la distribución de la mifepristona. Solo los médicos que cuentan con ciertas certificaciones pueden recetarla y solo puede entregarse en clínicas que tengan licencia para proporcionar servicios o medicamentos para el aborto, no en farmacias comerciales.

Sin embargo, gracias al trabajo digital de una facción emergente dentro del movimiento global a favor de los derechos de decisión reproductiva, las restricciones a las pastillas abortivas se están volviendo difíciles de aplicar. A pesar de las restricciones de la FDA, los activistas han creado un robusto mercado en línea que hace que conseguir las pastillas sea sorprendentemente fácil. Hay “boletines informativos” que señalan dónde encontrar medicamentos probados, guías detalladas sobre cómo usarlos con seguridad, una línea de ayuda para consultar a expertos en materia de leyes, así como decenas de foros de discusión y grupos de apoyo que ayudan a las mujeres a navegar la difícil decisión de abortar y cómo hacerlo.

En medio de las crecientes restricciones a los abortos realizados en clínicas, el mercado de las pastillas en línea funciona como un último recurso para las mujeres desesperadas. “Las mujeres que recurren a nosotros no tienen ninguna otra alternativa”, dijo Rebecca Gomperts, una médica neerlandesa y fundadora de Aid Access, que ofrece pastillas abortivas en línea por unos 90 dólares, con descuentos para pacientes que están pasando por apuros financieros. “No tienen dinero o viven a seis horas de la clínica o no tienen medios de transporte; tienen hijos pequeños que no pueden dejar o viven en sus autos, hay situaciones de violencia doméstica… son situaciones muy difíciles”. En 2018, Gomperts recetó el medicamento vía internet a 2581 pacientes.

Sin embargo, las pastillas no solo son una manera de evadir las restricciones actuales impuestas a la decisión de interrumpir un embarazo. Algunos activistas argumentan que también pueden rehacer la política del futuro en torno al aborto, pues tan solo la presencia del mercado clandestino podría obligar a las autoridades a relajar las restricciones a las pastillas abortivas, lo cual terminaría por abrirle camino a una visión alternativa para interrumpir los embarazos, al menos en Estados Unidos: los abortos médicos poco costosos, seguros, anticipados, privados, en casa, autogestionados y libres de manifestantes antiaborto.

“¿Sentiste un poco de emoción cuando llegaron tus pastillas?”, me preguntó Elisa Wells, directora de Plan C, grupo de defensa a favor de las pastillas, durante una llamada telefónica reciente. “Es como pensar: ‘Caray, es asombroso que esto de verdad funcione’”.

Tiene razón: sí sentí emoción cuando recibí mis primeras pastillas. Había esperado que todo el asunto fuera oneroso. Así que hice varios pedidos, para ver si me encontraba con dificultades ocultas.

Durante el año pasado, he ordenado pastillas abortivas de cuatro farmacias distintas en línea. El proceso a veces fue dudoso. Eran sitios web mal traducidos y sus agentes de servicio al cliente me enviaban mensajes en Skype que iniciaban con un informal “¡Ey!”. Me abstuve de seguir adelante con un pedido porque el sitio me pedía que transfiriera dinero a una dirección cualquiera en India. Después de que llené su formato de consulta, Aid Access me envió un correo electrónico en el que me preguntaban si de verdad estoy embarazado, pues tengo nombre de hombre y “la mujer debe confirmar” que está ordenando los medicamentos voluntariamente; puesto que soy hombre y no estoy embarazado, no hice el pedido.

Sin embargo, la mayoría de mis pedidos salieron bien. Cada uno de los tres paquetes de pastillas que compré me costó entre 200 y 300 dólares, incluyendo el envío rápido. (El costo promedio de un aborto en Estados Unidos es de unos 500 dólares).

Pasé meses buscando un laboratorio que pusiera mis pastillas a prueba; muchos me rechazaron, preocupados por la controversia. Finalmente, me puse en contacto con Alan Wu, director del laboratorio de análisis clínico del Hospital General de San Francisco. Realizó pruebas a un par de mis tabletas de mifepristona. El veredicto: eran auténticas. No me sorprendió; en un estudio más exhaustivo realizado por Gynuity Health y Plan C, publicado en 2018 en la revista Contraception, investigadores en cuatro estados estadounidenses ordenaron pastillas abortivas de dieciséis farmacias distintas en línea; todas eran auténticas.

Cada vez que recibía un paquete de pastillas por correo, me sentía más asombrado: si esto es tan fácil, ¿cómo lo detendrán? He estado observando los mercados digitales durante veinte años y he aprendido a detectar una dinámica sencilla y poderosa: cuando algo que es difícil de conseguir fuera del internet se vuelve fácil de conseguir en línea, se avecinan grandes cambios.

Eso no quiere decir que todos estén de acuerdo con el mercado en línea de pastillas. Aunque hay un consenso creciente entre la élite médica estadounidense acerca de que las restricciones a los medicamentos abortivos ya no tienen sentido, hablé con varios defensores del derecho al aborto a quienes les preocupaban los problemas que podrían afectar al movimiento si se permitía que el mercado clandestino de pastillas en línea creciera sin control: las mujeres podrían recibir pastillas falsas, ser estafadas, enfermarse; tal vez los hombres se las darían sin su consentimiento o quizá ellas serían procesadas penalmente por recurrir a ese mecanismo.

Los activistas que están construyendo la red de pastillas en línea reconocen que hay posibles peligros en el mercado, pero insisten en que los riesgos son mucho menores de lo que muchos suponen. En un estudio de más de mil mujeres irlandesas que obtuvieron pastillas de Women on Web, un grupo de distribución de pastillas que Gomperts creó en 2005, menos del uno por ciento informó de efectos adversos que requirieron de atención médica. “Proporcionar abortos de esta manera es tan seguro como un aborto en una clínica”, me dijo Gomperts.

Para los proveedores y las usuarias, el riesgo legal también es relativamente bajo. Los reguladores tienen poca capacidad de aplicar restricciones a los distribuidores extranjeros. En marzo, la FDA envió una carta a Aid Access en la que le exigía que detuviera sus operaciones de inmediato. La organización le envió una carta a la FDA en la que básicamente le respondió a la agencia que no, no se van a detener. Nadie sabe qué sucederá en el futuro.

Desde 2000, por lo menos veintiuna personas han sido arrestadas en Estados Unidos por interrumpir un embarazo o ayudar a alguien a hacerlo con pastillas, de acuerdo con If/When/How, una organización que proporciona apoyo legal a las mujeres que autogestionan sus abortos. Esa es una pequeña fracción de las decenas de miles que se calcula que han adquirido pastillas en línea durante ese periodo.

Para algunos activistas, la posibilidad de que haya medidas legales más estrictas contra las mujeres que compran medicamentos abortivos no es tanto un obstáculo sino una situación para generar conciencia. “Cuanto más hagamos esto y más persigan a las mujeres, más demostramos lo enormes que son los riesgos y lo mal que están tratando a las mujeres”, dijo Gomperts.

Además, las acusaciones penales quizá solo enfaticen las pruebas contundentes de que aumentar el acceso legal a los abortos médicos —es decir, mediante pastillas en vez de a través de una intervención quirúrgica— permitirá que las mujeres se realicen abortos en fases más tempranas de la gestación, lo cual es mucho más aceptable política y culturalmente en Estados Unidos.

Daniel Grossman, profesor de Ginecología y Obstetricia de la Universidad de California, campus San Francisco, estudió los efectos de un programa en Iowa que permitía que las mujeres adquirieran pastillas abortivas después de consultar a un médico mediante una videollamada. El método demostró ser extremadamente seguro.

Además, un mayor acceso a las pastillas abortivas no aumentó el índice total de abortos en Iowa; de hecho, la tasa disminuyó, seguramente gracias a un programa estatal que mejoró el acceso a los anticonceptivos. Sin embargo, el tipo de abortos cambió: más mujeres tuvieron abortos durante el primer trimestre del embarazo y menos durante su segundo trimestre. Grossman está trabajando en varios estudios clínicos adicionales enfocados en la pastilla, y dice que cree que el peso de las pruebas pronto se volverá irrefutable.

Ahora no es difícil conseguir la pastilla… y se volverá más fácil hacerlo.

“Es solo cuestión de tiempo”, me dijo Grossman.

Farhad Manjoo es columnista de Opinión de The New York Times desde 2018. Antes de eso escribía la columna sobre tecnología State of the Art y escribió True Enough: Learning to Live in a Post-Fact Society.

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