Las patas rotas del comercio mundial

La Ronda de Doha, la última fase de las negociaciones comerciales multilaterales, fracasó en noviembre de 2011, después de diez años de conversaciones, pese a las gestiones oficiales de muchos países, incluidos el Reino Unido y Alemania, y de casi todos los eminentes estudiosos actuales del comercio. Aunque los funcionarios del comercio de los Estados Unidos y de la Unión Europea culparon a las exigencias excesivas de los países en desarrollo del G-22 del fracaso de las anteriores negociaciones celebradas en Cancún en 2003, existe coincidencia general en que esta vez han sido los EE.UU., cuyas injustificadas (e inflexibles) exigencias dieron la puntilla a las conversaciones. Y ahora, ¿qué?

El fracaso en el intento de conseguir la liberalización multilateral del comercio concluyendo la Ronda de Doha significa que el mundo ha perdido los beneficios resultantes del comercio que un tratado logrado habría brindado, pero no acaba ahí la cosa precisamente: el fracaso de Doha detendrá prácticamente la liberalización comercial multilateral durante años.

Naturalmente, las negociaciones comerciales multilaterales son una de las tres patas que sostienen la Organización Mundial del Comercio, pero la rotura de esa pata afecta negativamente al funcionamiento de las otras dos: la autoridad de la OMC para formular normas y su mecanismo de solución de controversias. También a ese respecto los costos pueden ser cuantiosos.

Hasta ahora, los acuerdos comerciales preferenciales (ACP) entre pequeños grupos de países coexistían con las rondas de liberalización comercial multilateral y no discriminatoria. A consecuencia de ello, las normas que rigen el comercio, como, por ejemplo, los derechos contra la competencia desleal y los derechos compensatorios de las subvenciones ilegales, eran competencia de la OMC y de los ACP, pero, cuando había un conflicto, prevalecían las de la OMC, porque conferían derechos aplicables a todos los miembros de ésta, mientras que los derechos correspondientes a los ACP sólo lo eran a los escasos miembros de éstos.

De modo, que, mientras que poderosos países “hegemónicos”, como los Estados Unidos, lograban imponer sus normas a socios más débiles de los ACP, a cuya proliferación contribuyeron, grandes economías en ascenso como la India, el Brasil, China y Sudáfrica insistieron en rechazar esas peticiones cuando formaban parte de rondas comerciales multilaterales como la de Doha.

Sin embargo, ahora, cuando la época de las rondas comerciales multilaterales y las normas generales del sistema es cosa del pasado, los ACP son la única opción y los modelos establecidos por las potencias hegemónicas en tratados comerciales desiguales con países económicamente más débiles se llevarán la palma cada vez más. En realidad, los modelos no se limitan ahora a las cuestiones comerciales tradicionales (por ejemplo, la protección de la agricultura), sino que abarcan gran número de sectores sin relación con el comercio, incluidas las normas laborales, las normas medioambientales, las políticas en materia de expropiaciones y la capacidad para imponer controles de las cuentas de capital en las crisis financieras.

La guerra relámpago del eufemismo en materia de relaciones públicas dirigida por los EE.UU. ya ha comenzado, pues el Representante Comercial Adjunto de los EE.UU., Wendy Cutler, ha calificado el último ACP, la Asociación Transoceánica, de acuerdo “excelente”. Otros funcionarios americanos acostumbran a llamar a los ACP “acuerdos comerciales para el siglo XXI”. ¿Quién podría ser contrario al siglo XXI?

Lo preocupante es la forma en que algunos economistas comerciales de Ginebra y de Washington han capitulado ante semejante propaganda y consideran la capitulación por parte de la OMC una forma de “salvar” y remodelar la organización. La OMC, como una aldea durante la guerra de Vietnam, debe ser destruida para ser salvada.

Lamentablemente, el insidioso ataque a la segunda pata de la OMC se extiende también a la tercera, el mecanismo de solución de diferencias. Éste es el mayor motivo de orgullo de la OMC: es el único mecanismo imparcial y vinculante para ejercer el arbitraje e imponer el cumplimiento de las obligaciones contractuales formuladas por la OMC y aceptadas por sus miembros. Concede a todos los miembros, grandes o pequeños, una plataforma y voz.

Sin embargo, una vez creados los mecanismos de solución de diferencias basados en los ACP, el arbitraje de las controversias ha de reflejar por fuerza la asimetría de poder, que beneficia al socio comercial más fuerte. Además, los terceros países tendrán poco margen para hacer aportaciones a los mecanismos de solución de diferencias basados en los ACP, aun cuando sus intereses puedan muy bien resultar afectados por la forma como se estructure el arbitraje.

En vista de que los EE.UU. han abandonado cualquier pretensión de dirección del comercio mundial, corresponde a las mayores economías en ascenso y a países desarrollados de la misma opinión crear su propio modelo, que se atenga a los objetivos comerciales y deseche lo que los grupos de presión con intereses especiales en países hegemónicos como los EE.UU. intentan imponer a los ACP. Eso es exactamente lo que la India ha hecho con la UE, que ahora está eliminando esos elementos de su propuesta de ACP.

Otros países –el Brasil, Sudáfrica y China, entre las mayores economías en ascenso, y el Japón y Australia, entre los países desarrollados– deben apoyar también esos ACP “sin basura”. Podría ser perfectamente un desplante adecuado ante el aumento de los ACP cuyo objetivo principal es el de servir exclusivamente a los intereses hegemónicos… y tal vez suficiente incluso para volver a encarrilar el planteamiento multilateral.

Jagdish Bhagwati is University Professor of Law and Economics at Columbia University and a senior fellow at the Council on Foreign Relations. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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