Las peligrosas reformas de China

Cuando la reforma económica es el tema en consideración, los líderes chinos ya no creen que el tiempo esté de su lado. Con un nuevo sentido de urgencia, el presidente Xi Jinping y su círculo más cercano están intentando implementar uno de los más ambiciosos planes de reforma de políticas sociales y económicas en la historia.

Pero, en un país autoritario, el cambio crea riesgo. Considere la escala de los planes propuestos. Para que China llegue a la siguiente etapa de su desarrollo, una proporción mucho mayor de los productos fabricados en China, que ahora están destinados a ser exportados a Europa, América y Japón, deben ser vendidos a los consumidores dentro de China. Este cambio requerirá de un gran aumento en el poder adquisitivo local – y, por tanto, una enorme transferencia de riqueza desde las grandes empresas nacionales a los hogares chinos.

Asimismo, aparentemente los líderes chinos se encuentran a punto de aprobar la creación de doce nuevas zonas de libre comercio regionales, mismas que impulsarán la competencia y la eficiencia en una nueva escala en muchos sectores económicos. Los líderes reconocen la necesidad de una mayor liberalización del sistema financiero del país, medida que requerirá tolerancia con las inmediatas suspensiones de pago de los préstamos de cobro dudoso – y con la ansiedad y la rabia que dichas suspensiones traen consigo.

En este punto, así como en otras áreas del plan de reforma, el cambio es peligroso; sin embargo, Xi se ha llegado a convencer de que avanzar con determinación es de vital importancia para China, si es que China va a dar los próximos pasos cruciales hacia la construcción de una economía de clase media y de la era digital. Además, las reformas son de crucial importancia para que el Partido Comunista Chino (PCCh) pueda sostenerse a largo plazo en el poder.

Los líderes también tratarán de aumentar la eficiencia de las empresas de propiedad estatal refrenando el respaldo (y el dinero) a aquellas empresas cuyo desempeño sea deficiente, lo que potencialmente podría poner en la calle a un gran número de trabajadores. Asimismo, el crecimiento a corto plazo se verá afectado por las medidas que el gobierno tome para combatir la alta contaminación del aíre y el agua en China, que es un problema que las autoridades ya no pueden ignorar, ni justificar.

Anteriormente, el PCCh respondía ante la desaceleración del crecimiento con un aumento repentino en el gasto del Estado, que se destinaba a crear puestos de trabajo y a mantener al sistema en funcionamiento. Esta vez, las autoridades están permitiendo que el crecimiento se desacelere a un ritmo moderado, en parte debido a que la desaceleración es una condición previa para el tipo de crecimiento que no depende del Estado, y en otra parte porque la desaceleración ayuda a sostener el pedido de reforma.

Para lograr estas metas, Xi centraliza el poder, lanza una campaña de relaciones públicas y toma medidas enérgicas contra la corrupción y la extravagancia a nivel oficial. También está utilizando los esfuerzos de lucha contra la corrupción y de reeducación para intimidar a los opositores (actuales y potenciales) a las reformas dentro del PCCh. Por último, el liderazgo ha creado nuevas instituciones dentro del partido, que responden directamente ante los altos funcionarios, con el objetivo de garantizar que todos los cambios se implementen en la forma prevista.

Independientemente de lo anterior, si bien las reformas son de importancia crítica para el futuro de China, con seguridad dichas reformas van a producir reacciones negativas. Algunos de los perdedores, como por ejemplo los funcionarios purgados de sus cargos, las empresas e industrias que se enfrentan a un nuevo escrutinio regulatorio, así como las empresas obligadas a entrar en quiebra, poseen los medios para defender sus intereses ya que tienen amigos muy bien ubicados dentro de la enorme burocracia china. Además, las zonas de libre comercio traerán mayor competencia, incluyendo competencia de las empresas extranjeras, lo que plantea riesgos relacionados al aumento del desempleo y la fuga de capitales.

Desde hace ya mucho tiempo atrás, los líderes de China han temido a la visibilidad pública de las divisiones dentro de la elite, debido al riesgo de que las luchas internas pudiesen llegar a exponer delicados secretos. Las reformas propuestas por Xi son precisamente el tipo de cambios que pudiesen tener este efecto.

Hoy este riesgo es mucho mayor en comparación con el de hace diez años atrás. Ahora que cientos de millones de chinos están en línea y que otras herramientas de comunicación del siglo XXI están a disposición de un número sin precedentes de ciudadanos, las ideas y la información cruzan las fronteras internas y externas de China con una facilidad y velocidad sin precedentes. En respuesta, el PCCh continúa desarrollando nuevas tecnologías para sofocar o redirigir a la disidencia, pero la batalla por el control del discurso público de China no es una batalla que los líderes del país pueden ganar todos los días en el futuro inmediato y ellos lo saben.

También existen interrogantes más amplias. Las autoridades parecen estar confiadas en su capacidad de gestionar los riesgos generados por una economía en desaceleración gradual. ¿Qué pasaría si estuvieran equivocados? ¿Qué pasaría si se acumularan las deudas impagas en los bancos, creando una importante crisis crediticia? ¿Qué pasaría si el descontento creciera a niveles no vistos en muchos años?

Es muy poco probable que ocurran estos escenarios en el año 2014. Pero las señales tempranas sugieren que si llegaran a desarrollarse problemas, el partido va a preferir reprimir en lugar de hacer concesiones, y no existe ninguna garantía de que se mantendrá la unidad del partido en tal escenario.

Para los de fuera, el proceso de reforma también plantea riesgos que se extienden mucho más allá de las consecuencias negativas que traería consigo para la economía mundial una aguda desaceleración de China. Los vecinos de este país, en especial Japón, tienen mucho más que temer. Si las reformas se tornasen ampliamente impopulares o si llegasen a exponer peligrosas divisiones dentro de las esferas de liderazgo, el gobierno va a tener buenas razones para desviar y alejar la atención pública prestada a las controversias internas, mediante la búsqueda de peleas en el extranjero. Los roces de China con Filipinas, Vietnam, y otros países en el Mar Meridional de China persisten, pero los enfrentamientos con Japón, incluyendo aquellos sobre las disputas territoriales en el Mar de China Oriental, tienen más probabilidades de provocar el mayor daño.

Nadie en el poder en uno u otro país quiere una guerra, pero las disputas diplomáticas entre China y Japón, que son respectivamente la segunda y la tercera economía más grande del mundo, ya afectaron a sus relaciones comerciales. En especial, las empresas japonesas que operan en China han sufrido significativos daños financieros y a su reputación durante los recientes incidentes entre los dos gobiernos.

Por el momento, es poco probable que surja un conflicto con Estados Unidos. En un momento internamente tan delicado, China no ganaría nada al antagonizar a EE.UU. Sin embargo, los problemas con los aliados de Estados Unidos, en especial con Japón, podrían jalar a EE.UU. a una pelea que contundentemente preferiría evitar.

En pocas palabras, China se encuentra al borde de grandes, necesarias y peligrosas transformaciones que prometen cambiar al país para bien – o que pueden causar que todo, incluyendo la estabilidad regional, empeore mucho. El mundo entero tiene un gran interés en lo que va a suceder.

Ian Bremmer is President of Eurasia Group and the author of Every Nation for Itself: Winners and Losers in a G-Zero World. David Gordon, a former director of policy planning in the US State Department, is Chairman and Head of Research at Eurasia Group. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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