La sociedad española está convirtiendo la vida política en una experiencia virtual, en un conjunto de percepciones superficiales y al mismo tiempo distorsionadas de la realidad. Según proclaman los más sesudos politólogos, las percepciones que tiene la ciudadanía de lo que sucede, corresponda o no a la verdad, es lo único que importa. Muchos ciudadanos huyen del esfuerzo que suponen la reflexión y el análisis riguroso de los hechos y, sin más cavilación, hacen suyas las conclusiones y los juicios que, como dogma de fe, se proclaman por los «opinión makers» en las redes sociales y en las tertulias políticas, supuestamente serias, de radio y televisión. Allí la realidad es triturada, mixtificada, adulterada, empaquetada, envuelta y etiquetada de forma atractiva para inmediato consumo popular. De esta forma los ciudadanos obtienen en muchas ocasiones una percepción deformada de la realidad, dramáticamente deformada a veces, a través de los cristales amarillos que les facilitan esos mecanismos formadores de opinión. Dicha percepción es decisiva en su toma de decisiones.
Hoy en día, una columna periodística seria, informada y rigurosa en el análisis -este periódico es diariamente coleccionista de ellas- raro es que sea tema de comentario en las redes sociales. No interesa. No se ajusta al contenido fácil de digerir que hay que ofrecer a los «followers». Por el contrario, el más absurdo de los rumores, el más ridículo de los juicios, esparcido «viralmente» por las redes sociales se convierte inmediatamente en verdad revelada, en argumento incontestable.
La manipulación de las masas por el lenguaje no es algo novedoso. Decía el gran Tayllerand que la palabra es un don que se nos ha dado para poder disimular la verdad. Jonathan Swift alabó el engaño en su «Arte de la mentira política». La demagogia es venerablemente antigua. Pero el arte de la convicción, o engaño, por la palabra siempre había requerido capacitación para el oficio. Bien el lenguaje rotundo de un predicador apasionado; el razonamiento cautivador de un buen sofista, que oscurece la verdad ante una masa de enfervorizados seguidores, como un mago hace desaparecer un objeto ante el público entregado; o un caudillo dotado de una retórica tan brillante que consigue exaltar las emociones de los oyentes para arrastrarlos a un destino incierto y arriesgado sin darles la oportunidad de enjuiciar serenamente los peligros de su decisión: Lenin sobre un vagón de tren en la estación de Finlandia, con aspecto de burgués austero, trajeado y encorbatado, con la gorra en una mano y con la otra señalando, sin posibilidad de error, el camino de la redención de los proletarios del mundo; Napoleón mostrando la fama y la gloria al alcance de sus soldados, con el majestuoso trasfondo de las pirámides; Hernán Cortes impulsando a un puñado de españoles a la conquista de un nuevo imperio lleno de riquezas (aunque, previsoramente, como es sabido, por si la arenga no producía los efectos deseados, eliminó la posibilidad de cualquier plan «B» quemando las naves).
Con elegante cinismo confiesa Lope de Vega en su discurso en la Academia de Madrid sobre «El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo» que, aunque conoce bien los principios y reglas clásicas del teatro, se ve abocado a ignorarlas para poder complacer al público. Reconoce que, para que «no le den voces», saca a Terencio y a Plauto de su estudio y escribe sus comedias:
…por el arte nuevo que inventaron,
los que el vulgar aplauso pretendieron,
porque como las paga el vulgo, es justo,
hablarle en necio para darle gusto
Se ve que los «influencers» que operan en las redes sociales y en las tertulias políticas, han estudiado a fondo los pensamientos del Fénix de los Ingenios y los aplican concienzudamente en perjuicio de la capacidad de discernimiento de los ciudadanos. En los nuevos mecanismos de formación de opinión, se ha ido reduciendo progresivamente la calidad del lenguaje y la fuerza del razonamiento hasta convertirlos en una proclamación de sofismas vulgares y de medias verdades, cuando no de plenas falsedades. A partir de ellas se cristalizan todo tipo de falacias y de distorsiones de la verdad que, repetidas una y otra vez en twitter, en facebook o en chats de wapp, facilitan la percepción deformada que los seguidores adictos a las redes adquieren de las personas y los asuntos públicos.
El CIS había venido constatando los últimos meses que Andalucía se mantendría fiel a la izquierda, de acuerdo con la percepción casi unánime de redes sociales y de las más destacadas tertulias. Con aplicación de sus novedosas tecnologías, el CIS transformó la percepción en un pronóstico de votación muy favorable para PSOE y Podemos, malo para PP y Ciudadanos y triturador para Vox.
Pero los nuevos mecanismos de formación de opinión no han sido en Andalucía una caverna platónica: los andaluces no estaban encadenados de espaldas a la salida de la cueva, sin otra posibilidad que ver las sombras deformes de lo que en verdad sucede en el exterior; han mirado al exterior de la caverna para ver la realidad y no sus sombras. Y han descubierto que PP no es sinónimo de corrupción, la hubo bajo todos los gobiernos, y a los culpables se les castiga; que la gestión de los intereses públicos ha sido más eficaz con los gobiernos de derecha que con los de izquierda; que no es legítimo convertir a la derecha en abstracción absoluta del mal para así justificar un gobierno de izquierda con apoyo de Bildu y separatistas; que no es fascista pretender corregir el adoctrinamiento educativo antiespañol de algunas autonomías y otras disfuncionalidades del sistema autonómico; que el principal problema de los españoles no es la opresión que sufren «todos y todas» por un lenguaje machista del que la izquierda progresista nos liberará; que el drama de la emigración descontrolada no se arregla llamándola migración, haciéndola motivo de lucimiento en televisión un día y naufragio y muerte el siguiente, etcétera.
Es una buena noticia que esas hayan sido las percepciones de una mayoría de votantes andaluces.
Daniel García-Pita Pemán es abogado y miembro correspondiente de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia.