Las perspectivas de Arabia Saudí

Por E. Abdella Doumato, profesora visitante del Instituto Watson de Estudios Internacionales de la Universidad Brown, Providence (Rhode Island). Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 19/03/03):

Se supone que es un secreto: el Gobierno de Arabia Saudí ha abierto sus bases aéreas a las fuerzas estadounidenses dispuestas a atacar Iraq. En el aeropuerto de Araar, a unos sesenta kilómetros al sur de la frontera iraquí, se han cancelado los vuelos civiles y es fácilmente apreciable la llegada de equipo y personal estadounidense, a pesar de la negativa del ministro de Defensa saudí, el príncipe Sultan Ben Abdel Aziz. No hay “ninguna base estadounidense secreta”, afirmó el 8 de marzo. “Hemos cerrado el aeropuerto por razones humanitarias.”

Al mismo tiempo, el ministro de Asuntos Exteriores saudí, Saud Al Faisal, emitió una declaración afirmando que el reino “no ha aprobado ni aprobará el uso de su territorio para una agresión contra ningún país árabe e islámico, incluido Iraq”. Oficialmente, los saudíes sólo han ofrecido las bases aéreas para hacer respetar la zona de exclusión aérea del sur de Iraq, según lo estipulado por el acuerdo de Safwan de 1991. Sin embargo, las informaciones recientes indican que los saudíes han aceptado ya permitir operaciones de combate desde su suelo en caso de guerra. La condición por parte saudí es que no se haga ningún anuncio público.

¿Por qué el subterfugio? La carrera hacia una guerra dirigida por Estados Unidos contra Iraq ha puesto contra la pared a los gobernantes saudíes y los ha obligado a escoger entre las exigencias estadounidenses, los deseos de su propio pueblo y lo beneficioso para su propia seguridad. Sean cuales sean las elecciones, el resultado se presenta problemático.

Sus ciudadanos se oponen de modo abrumador a la guerra, no porque apoyen a Saddam o hayan olvidado su invasión de Kuwait, sino porque temen un desastre humano para los iraquíes y también temen un estallido de violencia en su propio país. Ossama Bin Laden ha sido, en el fondo, un producto de la última intervención estadounidense, agravada por la soberbia norteamericana de querer poseer una presencia militar permanente a las puertas de Riad. Ya ha habido en Riad y Yedda ataques contra occidentales; y, a pesar de las declaraciones de los ulemas oficialistas condenando la violencia contra los no musulmanes, varios conocidos ulemas conservadores han advertido que ayudar a las tropas estadounidenses equivaldría a apostatar del islam. Las exigencias de ayuda logística para el esfuerzo de guerra no son el único terreno en que Estados Unidos ha estado apretando las tuercas a los saudíes. Con la teoría de que la represión política es un incentivo para el terrorismo, los estadounidenses desean ver nacer la democracia en Oriente Medio y ya han asignado 29 millones de dólares para fomentar ese esfuerzo. Al mismo tiempo, los artífices de la guerra contra Iraq han prometido que la caída de Saddam iniciará una oleada democrática –deseada o no– en todo Oriente Medio, incluida y de modo muy especial Arabia Saudí. Señalados desde el 11-S por su pésima trayectoria en materia de libertad religiosa, la arbitrariedad de su sistema judicial, el uso de la tortura y unos programas educativos que se perciben como hostiles a los no musulmanes, los saudíes han emprendido un esfuerzo democratizador en un intento de hacerlo a su modo en lugar de verse obligados a ello. En enero, el príncipe heredero emitió una nueva iniciativa titulada “Carta para la reforma de la situación árabe” pidiendo una “mayor participación política dentro de los países árabes” junto con otras iniciativas progresistas, como planes de unificación arancelaria y un acuerdo sobre defensa común entre los países de la Liga Árabe. Si bien la iniciativa democrática aparece en la carta de forma vaga, algunas fuentes cercanas a la familia real afirman que en la actualidad se discute sobre la posibilidad de convocar elecciones y que el Consejo Consultivo, cuyos miembros son hoy nombrados, quizá sea dentro de dos años un órgano elegido.

Todo esto es muy bonito, pero hay un problema. ¿Qué clase de estabilidad aportarán unas elecciones a Arabia Saudí cuando una devastadora guerra contra Iraq, además de la actual violencia en Palestina, haya provocado un profundo nacionalismo religioso en toda la región? Quizá los gobernantes saudíes establezcan alguna forma de democracia limitada como los gobiernos de Bahrein y Qatar, pero, si Estados Unidos los empuja a algo parecido a una democracia participativa, los días de la familia real quizá estén contados y suban al poder los jeques wahabíes.

Al analizar la repercusión de una guerra contra Iraq, el factor imponderable es la violencia entre israelíes y palestinos. En un intento de atenuar la furia de su población contra Estados Unidos (y contra ellos mismos por su alianza con ellos), la casa real saudí se ha lanzado a iniciativas de paz general, primero en marzo del año pasado y ahora con la actual “Carta para la reforma”. Estados Unidos, en un intento final y completamente cínico de cosechar el apoyo árabe para su guerra contra Iraq, ha ofrecido una “hoja de ruta” para la paz que hacía caso omiso por completo de la iniciativa saudí y que ya había sido rechazada categóricamente por Ariel Sharon. Para la casa real saudí, su intento sólo sirvió para poner de manifiesto la propia debilidad política; y luego el intento de Bush de conseguir cobertura política para sus socios árabes sólo sirvió para poner de manifiesto el desprecio que siente por ellos.

La gran paradoja es que al final, a pesar de las dificultades colocadas en su camino por Estados Unidos, los saudíes seguirán necesitando a los estadounidenses. Tanto si la guerra en Iraq acaba en caos y guerra civil como en democracia y libertad, la caída de Saddam significará que el poder se desplazará hacia los chiitas iraquíes, que son el 55 por ciento de la población y étnicamente árabes. Para ellos, será natural un alineamiento con los chiitas disidentes de la provincia oriental de Arabia Saudí, donde están situados los pozos de petróleo. Objeto de discriminación en los empleos y menospreciados como “apóstatas” por los musulmanes wahabíes dominantes, los chiitas saudíes, en caso de ser alentados por los iraquíes, podrían pedir la separación de Riad. Por lo tanto, los gobernantes saudíes tendrían razón al ceder, a pesar de la opinión pública contraria, las bases aéreas a EE.UU., porque no cabe duda de que cuando termine la guerra necesitarán a los militares estadounidenses para que les hagan de policías.