Las promesas de la ciencia

Por José Manuel Sánchez Ron, miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid (EL PERIÓDICO, 27/05/06):

"El pasado es un país extraño" es una frase famosa que aparece en la novela de L. P. Harvey, The Go-Between. Pues bien, cuando leemos las noticias que surgen del mundo científico parece que, efectivamente, cada vez va a ser más difícil reconocer el pasado, tantas son las nuevas posibilidades que nos anuncian los científicos. Leo, por ejemplo, que investigadores del Centro de Cirugía de Mínima Invasión de Cáceres están desarrollando en fase preclínica un microchip con el objetivo de reducir la obesidad en adultos. El dispositivo en cuestión --que ya se ha probado en conejos y ha logrado disminuir su peso entre un 10% y un 15% en dos semanas-- se instalaría en el nervio vago, cuya función principal es inducir la secreción gástrica. Es inmediato pensar en las consecuencias que podría originar un desarrollo como este, que, evidentemente, debemos calificar de positivo. Ahora bien, ¿significa esto que podríamos comer hasta saciarnos, seguros de que el microchip que llevamos insertado nos evitará las negativas consecuencias de semejante desenfreno? Piensen en lo que esto implicaría.
Pero, en realidad, el ejemplo del microchip y el adelgazamiento no es sino una excusa para tratar cuestiones más generales. La primera es la que he apuntado al principio, la de que parece que el avance científico producirá en las próximas generaciones cambios de tal calibre en el mundo de la biomedicina que todo aquello que tiene que ver con la vida cambiará, haciendo que se modifiquen radicalmente nuestros usos y valores más firmemente anclados. Cambiarán cosas pequeñas, como, acaso, la inserción de un microchip que altere nuestra relación con lo que pesamos, pero sabemos muy bien que lo pequeño puede ser una bomba de relojería. No en vano, uno de los desarrollos más importantes de las últimas décadas ha sido la ciencia del caos, esto es, de los sistemas extremadamente sensibles a cambios, aunque sean minúsculos, en las condiciones iniciales. "El batido de las alas de una mariposa en Brasil puede producir un tornado en Texas", según la célebre frase del meteorólogo teórico Edward Lorenz, que impulsó el estudio de los sistemas caóticos.

OTROS DE LOS cambios que se vislumbran con cada vez mayor claridad en el horizonte son los que tienen que ver con la evolución, incluyendo, claro, la de nuestra especie, homo sapiens. No es, por supuesto, una discusión nueva --se lleva hablando del tema desde hace tiempo--, pero es tan importante que es imperativo volver constantemente a ella, tomando en consideración los últimos avances. Acaba de publicarse en España un libro que sirve bien para esta función: La escalera de Jacob (Paidós, 2006), de Henry Gee. Refiriéndose a las consecuencias de la terapia génica, o de las posibilidades de intervenir en nuestro genoma, Gee augura un futuro próximo en el que al principio la gente podría utilizar las modificaciones de segmentos de genoma para, por ejemplo, "alterar su metabolismo y poder comer más sin engordar, para beber alcohol o consumir drogas sin padecer efectos nocivos (o evitar su detección por parte de las autoridades)".
Nótense los citados ejemplos (incluyendo, de nuevo, el de evitar el sobrepeso), propios de los ciudadanos de sociedades con algún grado de opulencia. También se refiere a otras posibilidades, como cambiar el tamaño de los pechos o de los genitales, mejorar la inteligencia o suprimir las tendencias criminales, pero serán sólo, añade, el principio. Luego llegarán, explica, "niños creados de forma totalmente artificial". Y "a medida que aprendamos cómo diseñar, crear y modificar humanos, haremos lo mismo con muchos animales, plantas y microorganismos, cambiando el mundo circundante de forma irrevocable, para bien o para mal".
A la vista de todo esto es evidente que nos encontramos en un momento histórico difícil y crucial. Se anuncian cambios por todas partes. El futuro hará que el pasado termine siendo, ciertamente, un país extraño, pero no hace falta que compliquemos la situación con fenómenos como uno que se está produciendo desde hace tiempo y constantemente: el de científicos individuales o grupos que realizan declaraciones públicas (con frecuencia bien orquestadas por sus instituciones) en las que señalan que tal o cual investigación que están a punto de concluir tendrá esta o aquella consecuencia de implicaciones fundamentales, bien en el ámbito de la medicina o en el de la energía.

CUÁNTOS DE estos anuncios, de estas promesas, se cumplen? Debería existir algo así como una agencia de seguimiento de las promesas científicas, aunque solo fuese para que nos pudiésemos hacer una idea de cuál es la situación. Acaso no sería impensable que en la evaluación de proyectos de investigación se incluyera un apartado de promesas incumplidas. La investigación científica es un complejo, delicado e incierto juego que no asegura resultados, pero los científicos deberían ser más cuidadosos --y menos oportunistas-- a la hora de anunciar públicamente lo que por el momento es simplemente una posibilidad.
De hecho, hay mecanismos para evitar estos abusos. En el ámbito de la medicina uno de esos mecanismos es la autorización de medicamentos. Acaba, por ejemplo, de anunciarse que la Agencia del Medicamento de Estados Unidos ha aprobado la primera vacuna contra el cáncer de cuello de útero, que causa 300.000 muertes al año y es el segundo más frecuente entre las mujeres. Esto es una realidad y no una promesa, una realidad, además, que anima a confiar en la ciencia.