Las próximas crisis nucleares

Hasta hace unos pocos años, parecía que el problema de las armas nucleares estaba controlado, o acaso resuelto. Los arsenales nucleares de Estados Unidos y Rusia se habían reducido considerablemente respecto de los máximos de la Guerra Fría, y los tratados de control de armas limitaban los sistemas de alcance largo e intermedio. Pero puede que todo esto se termine.

Los avances logrados durante la última generación no se limitaron a Estados Unidos y Rusia. Fue posible persuadir a Libia para que abandonara sus ambiciones nucleares, Israel frustró el desarrollo de esas armas en Irak y Siria, y Sudáfrica entregó el pequeño arsenal que tenía. Irán firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), que restringió su capacidad de obtener muchos de los elementos esenciales para la creación de armas nucleares. Más cerca en el tiempo, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas impuso duras sanciones a Corea del Norte para convencerla de renunciar a su todavía pequeño y comparativamente primitivo programa de armas nucleares, lo que allanó el camino para conversaciones de alto nivel entre funcionarios norcoreanos y estadounidenses. Y por supuesto, no ha habido uso de armas nucleares en combate en los casi tres cuartos de siglo desde que Estados Unidos arrojó dos bombas atómicas en Japón para acelerar el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Pero este año Estados Unidos se retiró del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (firmado en 1987) tras concluir que Rusia había violado sus términos. El tratado que limitaba las armas nucleares de más largo alcance de ambos países iba a caducar en 2021 a menos que se lo prorrogara, algo que no es seguro que ocurra: Estados Unidos y Rusia están comprometiendo recursos sustanciales a la modernización de sus arsenales actuales.

Además, al salir del PAIC, Estados Unidos agravó los riesgos derivados de Irán. Este acuerdo, firmado en 2015, era imperfecto; en particular, muchas de sus restricciones más significativas durarían sólo diez o quince años, y no limitaba el desarrollo iraní de misiles balísticos. Pero puso un límite a las actividades nucleares de Irán y permitía inspecciones internacionales. Y a todas luces, Irán estaba cumpliendo sus términos.

Pero ahora, Irán ha comenzado un proceso lento pero sostenido para salirse de muchas de las restricciones del acuerdo. Puede que lo esté haciendo para obtener de Estados Unidos y Europa un alivio de las sanciones económicas. También es posible que su cálculo sea que estos pasos le permitirán reducir drásticamente el tiempo que necesitaría para producir armas nucleares sin ser atacado. Pero es al menos igual de verosímil que las acciones iraníes lleven a Estados Unidos, o más probablemente a Israel, a lanzar un ataque preventivo para destruir una parte significativa del programa.

Un ataque de esa naturaleza podría llevar a diversas potencias regionales, entre ellas Turquía, Arabia Saudita y Egipto, a desarrollar o adquirir armas nucleares propias. Turquía, cada vez más alejada de muchos de sus aliados, ha insinuado que tal vez decida desarrollar armas nucleares sin importar lo que haga Irán.

Corea del Norte está mucho más adelantada que Irán: ya tiene una buena cantidad de ojivas nucleares y misiles, probó misiles con capacidad de alcanzar territorio estadounidense y está desarrollando armas nucleares de lanzamiento submarino. La idea de que Corea del Norte aceptará renunciar a las armas y “desnuclearizarse” es ilusoria. Su líder, Kim Jong-un, cree que sólo las armas nucleares pueden asegurar la supervivencia de su régimen, creencia comprensiblemente reforzada por la experiencia de Ucrania, que aceptó garantías de seguridad a cambio de renunciar a las armas nucleares que había heredado de la Unión Soviética, y veinticinco años después terminó invadida por Rusia.

Un riesgo es que en los próximos años Corea del Norte llegue a poseer un arsenal significativo capaz de plantear una amenaza importante a Estados Unidos. Otro es que sus vecinos, incluidos Corea del Sur y Japón, decidan que también necesitan armas nucleares, en vista de la amenaza norcoreana y de su disminuida capacidad de seguir confiando en Estados Unidos y en sus promesas de protegerlos con fuerzas nucleares propias.

El peligro en ambas regiones es que una carrera armamentista nuclear provoque una guerra preventiva. E incluso si se evita esa guerra, la presencia de varios arsenales nucleares aumentaría el riesgo de que uno o más países se apresuren a lanzar un ataque en caso de crisis. Cuando los países no tienen capacidades suficientemente sólidas para absorber un ataque y poder todavía ejecutar la clase de represalia devastadora esencial para un poder de disuasión eficaz, el dilema entre usar las armas nucleares o perder toda ocasión de usarlas puede convertirse en una receta para la inestabilidad y el conflicto.

Por si fuera poco, la India y Pakistán, dos países con una larga historia de conflicto bilateral, son potencias nucleares, y no se puede dar por sentado que la disuasión nuclear funcione. Es demasiado fácil imaginar un ataque terrorista con respaldo de Pakistán que lleve a una represalia de la India, lo que a su vez podría incitar a Pakistán a amenazar con el uso de armas nucleares, porque sus fuerzas militares convencionales no pueden competir con las indias. También está la posibilidad de que la cadena de mando de la que dependen las armas se rompa y uno o más dispositivos caigan en manos de terroristas.

Ya han pasado casi sesenta años desde que un joven candidato presidencial llamado John F. Kennedy predijo que a fines de 1964 no menos de veinte países tendrían capacidad armamentística nuclear. Felizmente, Kennedy se equivocó, y la cantidad de países con armas nucleares todavía es nueve. El Tratado de No Proliferación Nuclear (1968) resultó bastante eficaz, en parte porque ha sido complementado por esfuerzos para impedir la exportación de tecnologías esenciales, el control de armamentos, sanciones y la fortaleza de las alianzas, lo cual reduce la necesidad de los países de contar con capacidades propias.

Pero con la creciente disponibilidad de la tecnología nuclear, la desintegración de los controles de armamentos en medio de una renovada rivalidad entre grandes potencias, el debilitamiento de las alianzas al retirarse Estados Unidos del mundo y el progresivo olvido de Hiroshima y Nagasaki, estamos entrando a un nuevo y peligroso período. Podría ocurrir que la competencia nuclear o incluso el uso de armas nucleares vuelvan a convertirse en la mayor amenaza a la estabilidad global. Y lo que es más incierto todavía es si los líderes actuales estarán a la altura de este nuevo desafío.

Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. He is the author of A World in Disarray: American Foreign Policy and the Crisis of the Old Order. Traducción: Esteban Flamini.

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