Las pruebas de resistencia políticas de Europa

En los últimos años, la Unión Europea -o, más precisamente, los países poderosos del norte de Europa- han venido sometiendo a sus miembros más débiles a "pruebas de resistencia" sociales y políticas en nombre de la rectitud fiscal. Como resultado, el sur de Europa y partes del este de Europa se han convertido en una suerte de laboratorio político, con experimentos que producen resultados asombrosamente variados -y cada vez más impredecibles- en diferentes países. En la última cumbre de la UE, el primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, llegó a sugerir que no debía descartarse el riesgo de una "revolución social".

Si bien ese desenlace sigue siendo improbable, resulta cada vez más evidente que muchos países europeos -y la UE en su totalidad- necesitan renegociar sus contratos sociales básicos. Pero las elites europeas, preocupadas por las reparaciones a corto plazo, no han considerado la necesidad a largo plazo de llevar a cabo esas revisiones -en detrimento propio.

Por cierto, a pesar de variaciones importantes entre unos países y otros, hay una tendencia que cada vez se torna más evidente en toda la UE: los votantes, más allá de su orientación política, en la primera oportunidad que se les presenta rechazan a los líderes que implementan medidas de austeridad. Pero, más allá de esta oposición abrumadora a la austeridad, las experiencias de los países varían enormemente.

Grecia ha visto el ascenso de un partido abiertamente fascista, Amanecer Dorado, que con orgullo celebra el legado del ex dictador Ioannis Metaxas. Si bien Amanecer Dorado existe desde hace aproximadamente dos décadas, recién el año pasado ganó el suficiente respaldo como para ingresar al parlamento. Es más, sus números en las encuestas siguen subiendo.

El éxito de Amanecer Dorado no refleja un deseo profundamente arraigado entre los griegos de regresar al autoritarismo. El partido simplemente ocupó el espacio que dejó libre el estado griego -durante mucho tiempo acosado por la ineficiencia y la corrupción- al ofrecer asistencia social básica y otros servicios a los ciudadanos desesperados, a la vez que se involucró en una violencia sin precedentes contra aquellas personas que son o parecen inmigrantes. Una manera que tiene Amanecer Dorado de encarnar al estado es enviar a los miembros del partido a las calles en calidad de vigilantes.

De la misma manera, la austeridad agudizó una crisis de larga data de la condición de estado y la legitimidad política en Italia, reflejada en el ascenso de un nuevo partido anti-establishment, el Movimiento Cinco Estrellas, que dice trascender el espectro político tradicional de izquierda-derecha. Por cierto, el movimiento carece de objetivos claros en materia de políticas, y en cambio capitaliza el malestar popular con las elites políticas de Italia -un sentimiento que logró que directamente no pudiera surgir un claro ganador en la última elección-. La sensación de repugnancia es intensa: muchos de los seguidores del Movimiento Cinco Estrellas esperan transferir el control del gobierno de Italia a ciudadanos representantes, cuyas decisiones estén monitoreadas digitalmente para impedir la corrupción.

Los electorados de algunos países en un principio respaldaron la austeridad, pero ninguno la volvió a autorizar. En España, por caso, los votantes entendieron las implicancias de respaldar al gobernante Partido Popular, convirtiéndolo en uno de los pocos estados del sur donde el gobierno tenía algún tipo de mandato para implementar una austeridad severa. Pero la subsiguiente recisión y la crisis de deuda que hoy enfrenta España volvieron a fortalecer al movimiento secesionista de larga data de Cataluña; la austeridad ha transformado un problema crónico pero manejable en una cuestión existencial aguda.

De la misma manera, el Partido Social Demócrata de centro derecha de Portugal ha implementado una línea dura a favor de la austeridad, que incluyó alzas de impuestos y recortes de gastos, desde que llegó al poder en 2011. Pero unas nuevas medidas introducidas el mes pasado han llevado a una población cada vez más frustrada -que, hasta hace poco, había soportado la austeridad dolorosa prácticamente sin las protestas públicas que se vieron en otras partes del sur de Europa- a las calles, en reclamo de una elección general dos años antes de lo programado.

El malestar político y social en todo el sur de Europa encierra varias lecciones para quienes proponen la austeridad -especialmente para Alemania-. Primero y principal, el dogma de que sólo se pueden lograr finanzas públicas sólidas -y, en términos más generales, un estado que funcione- a través de una austeridad dolorosa es una ilusión. Obligados a elegir entre sus sociedades y su clientela, los políticos bien pueden decidir que permitir que aumenten las tensiones sociales -incluso hasta niveles peligrosos- es mejor que sacrificar sus propias bases de poder.

De hecho, cuando Alemania se embarcó hace diez años en un programa de reformas que incluía recortes importantes en el estado de bienestar y un mercado laboral más flexible, rompió las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la eurozona. El gasto público tenía que subir antes de poder caer, de manera de ofrecer cierta distención mientras se renegociaban partes del contrato social.

La segunda lección del sur de Europa es que la estrategia de ir tirando difícilmente funciona. Generar el respaldo necesario para un nuevo contrato social requerirá una apelación a la justicia, no sólo a la rectitud fiscal. Y resulta esencial un mecanismo para autorizar el nuevo acuerdo -como una coalición amplia con poderes otorgados por elecciones (no sólo un respaldo reticente de parte de los principales partidos de líderes tecnócratas como Mario Monti de Italia).

Otra alternativa es que los ciudadanos intenten encabezar los esfuerzos por renegociar los acuerdos constitucionales de sus países. Islandia, por ejemplo, se embarcó en un experimento sin precedentes destinado a redactar una constitución de abajo para arriba y de participación colectiva. De la misma manera, aunque de manera menos radical, las dos terceras partes de la Convención Constitucional de Irlanda están conformadas por ciudadanos comunes.

Si los países del sur de la eurozona siguieran el camino de forjar un nuevo acuerdo social, tendrían que asegurar que en algún momento se cruce con los senderos que tomaron los miembros del norte de Europa. Si bien todos los países de la eurozona no tienen que converger en un modelo único, su independencia significa que se necesita un acuerdo social y económico paneuropeo.

Los líderes europeos deben avanzar más allá del mantra cada vez menos convincente de "ajuste de cinturones hoy, panzas llenas mañana" y reconocer que, en su núcleo, la crisis del euro es una crisis política. En lugar de centrarse en reparaciones rápidas de las políticas, los líderes de Europa tienen que buscar soluciones a largo plazo. Y eso incluye nuevos contratos sociales.
Jan-Werner Mueller is Professor of Politics at Princeton University. He is also a member of the School of Historical Studies at the Institute for Advanced Studies. His most recent book is Contesting Democracy: Political Ideas in Twentieth-Century Europe.

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