Las raíces del «crack»

Estamos en un momento de evidente peligro para el desarrollo económico. En el caso de España, se vivieron días de vino y rosas, como resultado de una financiación muy fácil de un proceso de incremento descomunal de la demanda, propiciado por la facilidad grande de un endeudamiento exterior de nuestra actividad. Pero todo esto concluyó y los diagnósticos equivocados, aquí y fuera de aquí, abundan. Ora se arremete contra el capitalismo y el libre mercado como si fuesen los factores fundamentales del «crack» que nos abruma; ora se culpa, individualmente además, a los Estados Unidos; ora se menciona a la inflación generada por una demanda creciente de los países emergentes, encabezados por China, que necesitan cantidades crecientes de alimentos, materias primas y energía, con lo que se ha hundido la vieja proposición Singer-Prebisch de que, a largo plazo, los precios de los artículos industriales crecen con más rapidez que los de los alimentos, materias primas y energía. Al mismo tiempo, salta la idea de que tras las reuniones, conciliábulos y decisiones de estos días de octubre de 2008, todo se ha aclarado y, de paso, que no viene mal un proceso socializador.

Para atinar con la verdad es preciso acudir a uno de los grandes economistas contemporáneos, Walter Eucken. En agosto de 1949 desarrolló, en la Sección de Problemas Contemporáneos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, un cursillo que nos deslumbró a todos, a los economistas incipientes que comenzábamos a opinar en España, y a los grandes maestros que allí acudieron a escucharle, tanto en las conferencias como en conversaciones muy jugosas. Conservo, como oro en paño, con su firma manuscrita fechada el 29 de agosto de 1949, el texto de sus intervenciones tituladas «Política económica del laissez faire. Economía planificada. Orden de la competencia». Tenía entonces Eucken muy fresca su lucha contra la imposición coactiva de la actividad económica derivada del nacionalsocialismo, que incluso le había llevado a una violenta confrontación con Heidegger. Nos dijo Eucken en Santander, en este sentido y tiene vigencia actual: «no está anticuada la competencia, sino la creencia de que está anticuada». Keynes frente a esto decía, nada menos, y conviene señalar que aquí radica una de las causas de las inflaciones estructurales y de mil desequilibrios como los actuales, que era conveniente una nueva regulación, donde se entremezclaban corporativismo e intervencionismo. Por aquel entonces, contra esta visión ideal corporativista-intervencionista, alzó su voz Wilhelm Röpke en «La crisis social de nuestro tiempo» (trad. española, Revista de Occidente, 1947) al señalar que «si una sociedad clandestina de anarquistas organizase un concurso para premiar la mejor solución de cómo desintegrar el Estado del modo más seguro y poco alarmante, el primer premio se lo llevaría la siguiente respuesta: «por medio del corporativismo genuino...»». El agregar a corporativismo un creciente intervencionismo genera tal cantidad de desequilibrios económicos que una crisis segura se agazapa tras esta realidad.

Entonces, ¿es lógico volver a una absoluta inhibición del Estado? No, decía Eucken en aquella ocasión, y luego esto se ha ido ampliando, de modo claro por sus seguidores en la Escuela de Friburgo. Partiendo del hecho de que el proceso económico global está íntimamente entrelazado, y aún más ahora, el Estado debe actuar para, fueron sus palabras, planear establemente «las formas» de actuación, no el propio «proceso económico». Quiérese decir que es preciso que el Estado determine algunos asuntos. Dentro de ellos destacó cómo era necesario que el mercado financiero sea especialmente transparente y que, en caso de la aparición de pánicos, el Sector público ha de intervenir de modo fulminante. Este último punto siempre tiene un anejo: el que se refiere a la subida de los precios. Sabemos los españoles desde que el padre Mariana condenó la inflación del vellón, ese impuesto sobre los humildes que no ha aprobado ningún Parlamento que, además, contribuye, al asignar mal los recursos, a la ruina económica del conjunto de un país, que es uno de los grandes males que nos acongojan.

En estos momentos, en ningún país se vigiló a priori la transparencia del mundo financiero. Sir ir más lejos de España, se desprende del importante libro dirigido por Emilio Ontiveros y Francisco J. Valero, «España en contraste. Financiación de la economía» (Afi, 2008), que por ejemplo, habíamos pasado a ser «el país de la UE que mayor avance ha registrado en el papel de los préstamos en la economía, apoyado en el elevado crecimiento económico, en la expansión del mercado de la vivienda y en el bajo peso relativo en el que partía hace una década. Se ha colocado por encima del nivel medio de la UE y del área del euro e incluso, de economías más bancarizadas, como la del Reino Unido». Esto debe ligarse al fenómeno de que «España, seguida del Reino Unido, es el país europeo entre los mayores donde la importancia del crédito al consumo es más elevado.... En nuestro país se debe al empuje ejercido por otros préstamos, como los destinados a la adquisición de viviendas». Todo esto hace que España haya pasado a ser «uno de los países europeos donde más se ha desarrollado la titulización debido a la creciente necesidad de financiar el fuerte aumento de la inversión crediticia sobre todo hipotecaria». Ahora «es el segundo país europeo en titulación propiamente dicha y ocupa un tercer lugar en la emisión de bonos cubiertos», y esto último porque mantienen las entidades bancarias, como cédulas hipotecarias, los activos y pasivos implicados en su balance. ¿Para qué seguir? ¿Cómo se vigiló esto en nuestros ámbitos financieros? ¿Cómo se reaccionó ante un endeudamiento económico en el exterior?

Y en otros países da la impresión de que todo ha sido aún más desatinado. ¿Y qué decir de los propios mercados bursátiles, desde el flamante NYSE en adelante? Tampoco pueden sentirse orgullosas las entidades internacionales relacionadas con los mercados financieros.

Todo esto nos conduce a aquello con lo que concluía el profesor Torrero su espléndida conferencia «La crisis financiera internacional» pronunciada el 6 de octubre de 2008 en la Universidad de Alcalá: «La alarma está siendo grande; las intervenciones públicas, contundentes; y el coste de la crisis para el contribuyente, elevadísimo. Es lógico esperar que se intente reducir la excesiva propensión al riesgo de las finanzas actuales actuando sobre tres palancas: 1) regulación y supervisión más estricta y extendida a todas las instituciones financieras; 2) disminución de su capacidad de endeudamiento, y 3) desconfianza... (por sus) posibles efectos desestabilizadores, de la ingeniería financiera sofisticada».

Y esto debía haberse tenido en cuenta muy especialmente en España, porque nada menos que el 17 de junio de 2003, en su intervención en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, titulada «Notas de la evolución reciente de la economía española» el académico Jaime Terceiro Lomba advertía que «el patrón de crecimiento de la economía española de los últimos años no parece sostenible a medio plazo, ya que ha estado alentado, entre otros factores, por fuertes niveles de endeudamiento y por ingresos de carácter transitorio, derivados de las privatizaciones y de los ingresos de la UE». Nada se cambió, sino que incluso se amplió el endeudamiento, mientras desaparecían los ingresos de carácter transitorio. Las raíces de nuestro «crack» están claras. Sólo con incremento en la liquidez no se resolverá nada.

Juan Velarde Fuertes, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.