Las ramas de la inmigración y el bosque de la desigualdad

Por María Teresa Lasespada, Instituto Deusto de Drogodependencias. Universidad de Deusto (EL CORREO DIGITAL, 21/09/06):

Al comienzo del nuevo milenio, hace ya seis largos años, la Asamblea General de las Naciones Unidas, con los jefes de Estado y de gobierno a la cabeza, acordó firmar la Declaración del Milenio, en la que se adquiría en rango de compromiso serio y firme una serie de objetivos de obligado cumplimiento cuyo plazo máximo era el año 2015. Entre estos objetivos se situaban como prioritarios la lucha contra la pobreza extrema, el logro de la educación primaria universal, la equidad de género, la reducción de la mortalidad infantil, la mejora de la salud materna, la reducción del VIH/sida. Cada objetivo fue perfectamente concretado en metas e indicadores que midiesen su cumplimento.

Sin embargo, a pesar del empeño de Kofi A. Annan en remarcar la posibilidad de alcanzar aún estos objetivos, y a la vista de los resultados obtenidos y los Informes sobre Desarrollo Humano de la propia ONU, poco o casi nada se ha avanzado. Es cierto que en algunos países del mundo parecen haberse dado algunos pasos, pero no los suficientes para encaminarse hacia esos tan ansiados objetivos del Milenio. Y mientras, cada hora que pasa mueren 1.200 niños en el mundo de pobreza y en muchos casos pura y simplemente por no tener un mosquitero que les evite la picadura que les provocará el paludismo; 1.000 millones de personas sobreviven en condiciones de abyecta pobreza con menos de un dólar al día -esto es, el cafecito que nos tomamos todos a media mañana-; y los 500 individuos más ricos del mundo poseen ingresos similares a los de los 416 millones de personas más pobres. Pero si vamos a cifras que nos pueden tocar más de cerca, el 10% más rico -habitantes de países ricos (entre ellos España)- consigue el 54% de los ingresos mundiales, mientras que el 40% de la población del planeta vive sólo con el 5%. Y lo que es más dramático aún, la brecha que separa el mundo rico del mundo pobre es cada día mayor. Nosotros nos hallamos montados en un cohete supersónico de destino incierto, eso sí, con una superabundancia de cachivaches que nos facilitan tanto la vida que llegan a ser absurdos, y ellos en un carro de burros con un destino fatal. África se lleva la peor parte.

Lo más grave de todo este panorama es que un pequeño esfuerzo por parte de los países ricos tiene una enorme repercusión en los países pobres (llamémosles pobres, porque lo de en vías de desarrollo es casi un eufemismo insultante). Es decir, a los países ricos, a todos nosotros, ni tan siquiera se nos pide que compartamos aquello que utilizamos para vivir, sino únicamente lo que nos sobra. Y entonces entramos en la indecencia, los países ricos acumulan riqueza que serán incapaces de gastar y que, no lo olvidemos, pertenece a los países pobres.

Desde hace mucho se viene pidiendo que se destine el 0,7% del PNB para ayuda al desarrollo. De hecho, debería alcanzarse para el año 2015 esa mágica cifra pero mucho me temo que si no se activa el proceso no habrá forma de que logremos nunca esa ayuda. Algunos países europeos han encaminado sus políticas y estrategias para alcanzar este objetivo y unos pocos ya lo logran. De hecho, los países más ricos de Europa se comprometieron a destinar en el 2010 el 0,51% para alcanzar el objetivo fijado en 2015. Mucho me temo que España, pese a los compromisos adquiridos, asigna sólo el 0,23%.

Pero no todo el error parte de esta ayuda. Si volvemos la vista al comercio internacional, el panorama es igualmente desalentador. Mantenemos políticas comerciales tremendamente injustas con los países más pobres. Los aranceles que se imponen a los productos provenientes de estos países y los subsidios que se reciben para determinados productos en los países ricos han provocado una caída espectacular de su comercio. Así, en este momento el África Subsahariana -en la que residen más o menos 690 millones de personas- tiene una participación en el mercado de las exportaciones inferior a Bélgica -con una población de 10 millones de habitantes-; hagan ustedes sus cuentas. Si África hubiera conseguido únicamente mantener -que no incrementar- la proporción del mercado de las exportaciones que tenía en 1980, en este momento sus exportaciones equivaldrían a cinco veces el flujo de ayuda que entregan los países ricos a esta región.

No quiero extenderme mucho más, pero cuando compremos el café tan barato y el azúcar a tan buen precio, pensemos que nuestra economía está dinamitando la de los países pobres.

Con este panorama, ¿a quién le parece que el movimiento de población mundial es excesivo? ¿Quién dice que el flujo migratorio es un problema? Disculpen mi vehemencia, pero la inmigración es la válvula de escape que les queda a las personas que residen en las partes del mundo condenadas a vivir de nuestras migajas y que poseen todo el derecho que les asiste para decidir vivir mejor y buscar sustento para sus familias. Ciertamente es un drama, pero para ellos y no para nosotros, por su desarraigo familiar y por el arranque emocional que supone cambiar de una sociedad anclada en unos valores concretos a otras con distintas formas de vida. Desde luego, no lo es para los países ricos. La brecha de la desigualdad viene creciendo desde hace años y nada o poco hemos hecho por cerrarla.

Lo que está ocurriendo en Canarias no es más que un botón de muestra de lo que hay en África. Sin embargo, somos tremendamente hipócritas. La entrada de población inmigrante en nuestro país se produce por vía aérea y terrestre. Pero como llegan calladamente, procurando no llamar la atención y bajo su propia responsabilidad de manutención, no nos resultan problemáticos y entonces no hay crisis humanitaria que valga. Pero la entrada de esas 25.000 personas en nuestro país, como lo hacen por una vía de lo más arriesgada y a la desesperada, provoca una actitud morbosa y hacemos espectáculo del poquito drama humano que se nos pone delante, ignorando al drama de dimensiones espectaculares. El fenómeno que se vive en Canarias es sólo la consecuencia de poner barreras al campo, a un movimiento tan antiguo como la historia de la Humanidad y a la inoperancia de regular correctamente los flujos migratorios. Pero no le llamemos crisis humanitaria, pues no lo es. Una crisis humanitaria se produce cuando, ante una situación de emergencia, no existen medios suficientes para atender a las personas afectadas. Creo que no es el caso, nosotros tenemos los medios, únicamente debemos redistribuirlos.

El espectáculo que se está dando en torno a las consecuencias del desastre humano que hemos generado los países desarrollados es dramático por lo ridículo que resulta. Baste como ejemplo el reparto del cupo de inmigrantes llegados a Canarias que le corresponde a cada comunidad, como si fueran las cartas de una baraja. Los cruces de acusaciones -sin sentido y sin base real- sobre la culpabilidad o no del fenómeno de la inmigración, sobre los procesos de regularización o sobre la política inmigratoria son necios porque no nos permiten dirigir la mirada exactamente a los lugares donde el drama humano está teniendo consecuencias desastrosas desde hace ya muchos años. Bien podría decirse que las ramas no nos dejan ver el bosque.

Tenemos la obligación de devolverles lo que es de ellos y permitir que puedan desarrollar sus sociedades a niveles adecuados y dignos. Y después, quien desee emigrar que lo haga. Nuestro deber va mucho más allá de la solidaridad, ayuda o caridad, se trata de obligación, pura y simplemente, de la misma manera que todos estamos obligados a pagar nuestros impuestos a Hacienda.

Pero, si lo prefieren ustedes, aunque sólo sea por puro egoísmo, debemos revertir el proceso y pronto porque, no lo olvidemos, vivimos en un mundo interconectado y su desastre es nuestro desastre. Espero que sepamos reconducir la situación porque, de seguir así, no habrá más Historia de la Humanidad que contar, pero, y lo que es más grave, en breve será tarde, muy tarde, para las personas que nacieron en el lugar y momento equivocado. Así que, por favor, déjense de peleas de patio de colegio y vayamos al grano.