Bettie Johnson Mbayo es una joven periodista, madre de tres pequeñas, que el año pasado dejó su casa para buscar por el sureste de Liberia a una niña de 13 años, víctima de la violación de un político que la dejó embarazada. En su búsqueda, Bettie investigó por Facebook, indagó entre el vecindario del agresor, venció el miedo a las amenazas y, tenazmente, por fin localizó a la niña violada. La encontró sentada en un taburete, con la carita miedosa, meciendo a su bebé. La revelación del caso hizo que Liberia se pusiera en pie. Bettie consiguió incluso el arresto del violador y su esposa, encubridora de varios delitos. Sin embargo, a pesar de tantos logros, la cruda historia no tuvo final feliz, porque el político quedó libre. Sus influencias pudieron más que las evidencias. Por eso hoy Bettie ha decidido hablar, ser una voz grande, poderosa, una de las tantas que ONU Mujeres está reclamando estos días para conmemorar el 25 de noviembre por el fin de la violencia contra las mujeres. Para que con la voz las mujeres acaben con su miedo a hablar, a denunciar, a contar una violación, a romper el silencio... para que con la voz se armen de valor y no se sientan culpables por ser víctimas, señalen a los agresores y, de este modo, se consigan al menos dos cosas: que la comunidad no siga protegiendo a los criminales y que estos hechos tan aterradores no queden impunes. Bettie relata además su propia historia: su hermana fue violada a los nueve años por un guarda de seguridad de 60. Su madre la encontró cubierta de sangre. Los desgarros fueron tan brutales que el médico del hospital certificó que su pequeña hermana nunca podría tener hijos, como efectivamente ha sido.
Y me pregunto: ¿hay que contar tenebrosos detalles para que las niñas y mujeres agredidas sean escuchadas? Porque hay miles de historias como estas en todo el planeta y, sin embargo, la simple conmemoración de un 25-N para recordarlas a muchas personas les resulta simplemente tedioso. ¿Quizás porque las víctimas no son las nuestras?, ¿por que no nos tocan de cerca?
Ciertamente resulta penoso comprobar cómo la violencia contra las mujeres es tan cotidiana que a muchos les desagrada oír un nuevo suceso. Cómo los fríos datos tapan las terribles historias de niñas y mujeres devastadas: una de cada tres en el mundo ha padecido o va a padecer abuso sexual en su vida, certifica Naciones Unidas, y calcula que únicamente una de cada cinco agredidas denuncia; 200 millones de niñas padecen ablación según Unicef, que también ofrece la escalofriante cifra de 700 millones de muchachas casadas a la fuerza o por "razones forzosas".
Hace solo unos días líderes tradicionales de toda África han dado un gran paso contra el matrimonio infantil y la mutilación genital femenina. Diecisiete países se han puesto de acuerdo tras años de trabajo, una gran noticia porque de los treinta países en los que existe prevalencia de la mutilación genital, 28 están en África. Sin embargo, el acontecimiento no ha llegado a nuestro mundo, a menudo anestesiado por nuestras pequeñas cuitas e insensibilizado ante la brutal estadística de las mujeres asesinadas cada año por la violencia machista que aún padecemos.
Porque no hay que irse a Liberia para entender por cuantas razones necesitaremos conmemorar muchos 25-N en territorio doméstico. Aquí las noticias nos relatan el asesinato de una mujer a manos de parejas o ex parejas cada semana. Violencia que impacta en los hijos de los criminales, víctimas mortales o víctimas de orfandad. Mas escondidas quedan las otras agresiones porque, frente a los asesinatos, parecen banales; y no lo son: cada ocho horas se denuncia una violación contra una niña o mujer, crecen las agresiones entre menores de edad y entre las jóvenes aumenta la aceptación de la violencia de control a través de teléfonos y redes sociales. Por eso, en torno a estos días y para actuar los 365 del año, el debate público no ha de quedar únicamente en los execrables asesinatos, sino en la escalada de violencia que se produce mucho antes. El agresor comienza con la aniquilación moral de la víctima, y eso es violencia; consigue su sumisión, y eso es violencia; hace que la mujer se sienta inferior y por ende culpable, y eso es violencia; la atemoriza para que no denuncie, y eso a todas luces es violencia.
Las administraciones e instituciones públicas tienen que proteger eficazmente a las víctimas de lo que se ha venido a instalar en nuestro imaginario colectivo como "una lacra social", y educar por y para la igualdad, para que el fin del miedo sea real. Han de hacerlo a través de grandes pactos, sin banderas políticas. Los asesinos matan sin pensar en el gobierno de turno que nos ocupa y las víctimas de delitos sexuales no son ni de derechas ni de izquierdas, únicamente víctimas. En la tarea divulgativa de esta responsabilidad, los medios de comunicación tenemos un gran trabajo que hacer. Poniendo claridad al confuso debate derivado de los últimos movimientos feministas #MeToo o #Time'sUp, desbrozando los errores que haya habido para quedarnos con la necesaria e imperiosa igualdad de derechos y oportunidades que les corresponde a las mujeres, sin padecer violencia, con respeto y dignidad.
Desde los medios hay que poner el foco en cada caso en que una mujer denunció y no fue suficientemente protegida, porque su denuncia fue desechada o no creída. Del mismo modo hay que recordar que son 43 las mujeres asesinadas en lo que va de año, y no permitir que la política oscurezca el dato, o lo ofrezca sumado a la terrible estadística de las casi 1000 mujeres asesinadas desde la Ley de 2004. Ese cálculo podría ser útil si lo que se pretende es instalar en nuestra sociedad el término feminicidio como han hecho la mayoría de países de América Latina, pero ese sería otro debate.
Los medios han de promover y divulgar acciones a favor de la igualdad y la no violencia contra las mujeres, así como contribuir a darles voz, con opinadoras y expertas, para cambiar la fuerza de la costumbre que aún pervive de que los hombres son mejores líderes y en consecuencia ellos saben mejor lo que se dicen.
Imágenes respetuosas con las víctimas, ninguna protección visual a los asesinos sentenciados, lenguaje nunca comprensivo hacia un reincidente ni desde un incrédulo vecindario, divulgación de penas máximas con revisión psicológica de los depredadores sexuales, son acciones que nos obligan. Y en el día a día dar y exigir dignidad a las mujeres, para que dejen de ser quienes ríen las gracias a ingeniosos hombres en programas televisivos; para no limitarlas a un papel secundario mientras ellos informan de las noticias serias de la política. La tarea no es fácil, porque requiere cambiar las mentes instaladas en sesgos desde hace años. No hace mucho aun resultaba extraño ver chicas informando de deportes, y no digamos ya dirigiendo.
La directora general de ONU Mujeres dice que gracias a las personas que han alzado la voz, entendemos mejor cómo el abuso sexual ha convivido entre nosotros, tapado; cómo ha llegado a normalizarse e incluso a justificarse como parte inevitable de la vida de una mujer; un inconveniente que había de considerarse menor, que se debía tolerar porque "los hombres son como son", una descripción injusta para la mayoría de ellos que no son abusadores.
Con mirada inclusiva, de toda la sociedad, invito a afrontar la conmemoración el próximo domingo del Día por el fin de la Violencia contra Mujeres y las niñas. Bettie lo acaba de pedir y junto a ella todas las feministas inclusivas reclamamos la implicación de los hombres buenos, los que no quieren ser cómplices de abusadores sabiendo y callando. Por eso, para que este 25N no sea un día más, #Únete, #Escúchame también, como pide Naciones Unidas para ayudar a romper el silencio de tantas víctimas. Ellas no tienen que avergonzarse del crimen padecido, ni seguir penando eternamente por ello.
Gloria Lomana es periodista y escritora, acaba de publicar #ElFindelMiedo (La Esfera de los Libros)