Las razones para un libre comercio compensado

Casi todos los liberales apoyan la globalización y se oponen al nacionalismo económico. Ignoran la creciente evidencia de que, en su forma actual, la globalización es peligrosamente incompatible con la democracia.

En su libro de 2011 La paradoja de la globalización, Dani Rodrik de Harvard dice que el estado-nación, la democracia y la globalización son mutuamente irreconciliables: podemos tener dos, pero no los tres simultáneamente (lo llama un “trilema”). En todo el mundo, la “nación” se ha rebelado contra la globalización en nombre de la democracia.

Eso se tornó evidente este año cuando el presidente norteamericano, Donald Trump, impuso el primero de un conjunto cada vez más amplio de aranceles contra los productos chinos, y China tomó represalias pagando con la misma moneda. Trump también ha deshecho dos importantes acuerdos comerciales internacionales y amenazó con retirarse de la Organización Mundial de Comercio.

El disparador para el giro de Estados Unidos hacia un nacionalismo económico es su creciente déficit comercial -566.000 millones de dólares en 2017, y en alza- en tanto la economía estadounidense se recupera. Pero la razón más profunda es la percepción acertada de que los déficits de cuenta corriente resultantes no son “benignos” cuando están siendo financiados por ingresos de capital de corto plazo, o dinero “caliente”.

Un déficit de cuenta corriente significa que un país está importando más de lo que exporta. Y esos excesos de importaciones pueden derivar en una pérdida neta de empleos “buenos”. Seis millones de empleos industriales desaparecieron en las primeras décadas de los años 2000. El Cinturón de Óxido ungió a Trump presidente. “Es hora de reconstruir Michigan, y nunca más vamos a permitir que les saquen sus trabajos de Michigan”, les dijo a multitudes entusiastas en Detroit en 2016.

El proteccionismo de Trump también tiene raíces geopolíticas. Las importaciones de metales han llevado al cierre de muchas empresas que podrían ser necesarias para la defensa. El plan estratégico “Hecho en China 2025” de China es una política industrial de alta tecnología destinada a transformar a China en un líder global dominante en las industrias del futuro. Depende significativamente de robarle tecnologías avanzadas a Estados Unidos. Si “Hecho en China 2015” tiene éxito, Estados Unidos tendrá un futuro económico y político diezmado.

En términos estrictamente económicos, el carácter político de nuestros socios comerciales no debería importar. Sin embargo, en un mundo de competencia estratégica, el comercio internacional puede ser, y suele ser, un instrumento de política, y su uso en ese contexto no debería negarse simplemente porque rompe el principio sagrado del libre comercio. Como señaló Friedrich List, el pionero del nacionalismo económico del siglo XIX, el libre comercio supone un mundo pacífico.

Los aranceles selectivos pueden ser útiles para proteger industrias relacionadas con la defensa o para impedir que otros países roben tecnologías de punta. Pero como política comercial general, los aranceles son crudos e inexactos. Estados Unidos incurrirá en altos costos y podría terminar sin un déficit comercial sustancialmente más bajo u otros beneficios significativos.

¿Existe una manera de limitar el libre comercio que no conduzca a guerras comerciales? El economista Vladimir Masch ha defendido un plan ingenioso de “libre comercio compensado” (LCC) como una manera de alcanzar objetivos proteccionistas legítimos sin alterar el sistema económico mundial.

Según este plan, los responsables de las políticas establecerían un techo para el déficit comercial cada año e impondrían límites a los excedentes de los socios comerciales. (Cualquier producto necesario fabricado por un socio superavitario estaría exceptuado del límite de exportaciones del socio). En el caso de Estaos Unidos, este techo afectaría ampliamente a China, México, Japón y Alemania, que contribuyeron con 375.000 millones de dólares, 71.000 millones de dólares, 69.000 millones de dólares y 64.000 millones de dólares respectivamente al déficit comercial general en 2017.

Según el LCC, un país con superávit comercial puede reducir sus exportaciones al límite establecido. Pero también podría exceder su cuota de exportaciones si su gobierno le pagara al gobierno del país socio una penalidad igual al valor del exceso de importaciones, ya sea cobrando la suma necesaria a sus productores de exportaciones o utilizando sus reservas de moneda. (El gobierno receptor podría usar las penalidades para agrandar sus propios programas de inversión). Pero si el país superavitario intentara exceder su límite de exportaciones sin pagar la multa, sus exportaciones excedentes serían bloqueadas.

Este proteccionismo “inteligente” tiene varias ventajas por sobre los aranceles crudos. Primero y principal, automáticamente impediría las guerras comerciales. Como el LCC impone límites sólo al exceso del socio, cualquier intento por parte del país superavitario de disminuir el valor de sus importaciones de Estados Unidos automáticamente haría disminuir el valor de sus exportaciones permitidas.

Segundo, el LCC confrontaría, de una sola vez para cada socio, los subsidios gubernamentales, las manipulaciones de precios y de la moneda y los otros trucos sucios del comercio internacional. A diferencia de una discusión prolongada y muchas veces estéril sobre tratados comerciales, los resultados se obtendrían de inmediato.

Tercero, al reequilibrar los acuerdos financieros y comerciales de los participantes de la economía global, el LCC representaría un progreso en cuanto a resolver su disfunción actual. El LCC no es una solución completa, porque deja abierto el interrogante de quién debería ajustarse a quién. Un sistema de pagos globales reformado, que estipule un ajuste simétrico de los desequilibrios globales, necesitaría abordar esta cuestión.

Cuarto, por el apalancamiento de Estados Unidos, su adopción del LCC “movería” a los países con superávit comercial reticentes a aceptar este sistema de pagos. Las finanzas globales tendrían que operar dentro de los límites que establece un sistema de pagos equilibrado.

Quinto, en términos de beneficios económicos para Estados Unidos, implementar el LCC estimularía el retorno de empresas y empleos del exterior, restableciendo así el potencial industrial y el equilibrio social del país.

Desde una perspectiva histórica, el LCC esencialmente representa una activación unilateral de la cláusula de moneda escasa (Artículo 7) del Acuerdo de Bretton Woods, que permitía al Fondo Monetario Internacional declarar “escasa” la moneda de un país con un excedente comercial persistente, permitiendo que otros miembros discriminasen sus productos. Esto es consistente con el Artículo XII del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (el antecesor de la OMC), que establece que cualquier país, “para salvaguardar su posición financiera externa y su balanza de pagos, puede restringir la cantidad o el valor de la mercadería que se puede importar”.

En resumen, el LCC aborda los déficits comerciales, supera las limitaciones de los aranceles, combate la manipulación comercial, corrige la teoría económica convencional actual y es un paso necesario para el restablecimiento de un sistema de pagos global factible. En pocas palabras, supera el trilema de Rodrik: se puede tener estado-nación, democracia y globalización al mismo tiempo.

Pero sólo un estado-nación, Estados Unidos, tiene el peso para ofrecer esto. Al hacerlo, frenaría la estampida global hacia una forma virulenta de nacionalismo económico. Solamente por esa razón, el plan de Masch merece ser considerado seriamente.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999.

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