Las reformas no acompañaron a las políticas en la Unión Monetaria

La Fundación de Estudios Financieros y la Fundación ICO han publicado la novena edición del Anuario del euro. El objetivo de esta publicación es doble, dar a conocer la unión monetaria a un público interesado pero no especialista, y ayudar a corregir sus insuficiencias y limitaciones. Para ello, un grupo muy diverso de extraordinarios colaboradores analiza anualmente, bajo mi dirección, los temas de debate económico en Europa. Obviamente, en esta edición se habla del Fondo Europeo de Recuperación y Resiliencia, pero también de reglas fiscales; de la nueva estrategia monetaria del BCE, pero también de la sorpresa inflacionista y de cómo encarar la morosidad bancaria cuando expire la benignidad regulatoria.

La situación sanitaria ha condicionado la actividad y las perspectivas económicas, así como el clima social y político. La recuperación económica ha sido más lenta y menos intensa de lo previsto. Continúa la incertidumbre sobre las consecuencias de las nuevas variantes y el daño sobre nuestro tejido productivo parece hoy más duradero y costoso, con una inflación más aguda y persistente de lo que imaginábamos. La ansiada "nueva normalidad" aún no ha llegado y parece más desafiante que nunca.

Sin embargo, hay motivos de satisfacción. La Unión Europea no sólo ha resistido ante circunstancias extraordinariamente adversas, sino que ha salido fortalecida. Porque ha sabido ser útil al ciudadano. La pandemia, un reto global, ha hecho más necesaria la Unión, y ésta ha respondido con políticas más europeas, más centralizadas. Lo que indudablemente ha creado tensiones centrífugas, pero ha dotado de legitimidad a la UE. Porque la mayoría de los ciudadanos han llegado a la conclusión de que de no existir ésta su prosperidad económica, su bienestar social y hasta su situación sanitaria serían manifiestamente peores. A pesar de las fuertes tensiones, ningún Estado miembro ha caído en la tentación de abandonar la Unión, ni siquiera de usar su salida como arma política. Porque la pandemia ha demostrado que fuera hace mucho frío. La Unión Europea se ha manifestado como un excelente seguro colectivo contra los conocidos peligros del nacionalismo, el sectarismo y la guerra, y los más desconocidos, como una pandemia.

Es comprensible que la pandemia haya monopolizado el debate europeo. Los responsables políticos han sido extraordinariamente creativos al proponer soluciones ad hoc, y merecen ser reconocidos por ello. Pero han ignorado los cambios estructurales e institucionales necesarios para que este seguro colectivo funcione a plena eficiencia. El anuario nos recuerda que apenas se ha avanzado en la resolución de los cuatro problemas básicos de la unión monetaria: (i) el Sistema Europeo de Garantía de Depósitos para evitar el bucle riesgo soberano y bancario, (ii) la reducción del riesgo mediante la limitación de las tenencias de bonos públicos en los balances bancarios (iii) la eliminación de la posibilidades de eludir el Mecanismo Europeo de Resolución a través de normas nacionales de solvencia, y (iv) la falta de atractivo de las fusiones y adquisiciones bancarias transfronterizas. Los responsables políticos conocen bien esta lista de prioridades pendientes. Muchos de nosotros esperábamos que la pandemia ofreciera la oportunidad política de avanzar en su resolución. Pero no ha sido así.

Respuesta fiscal histórica

Lo mismo podríamos decir de la unión fiscal. La UE ha puesto en marcha una respuesta fiscal histórica por su concepción, magnitud y financiación con deuda europea, el Next Generation EU (NGEU). Un programa para avanzar en la provisión de bienes públicos europeos: la transición energética y la digitalización. Pero es un programa extraordinario, no recurrente, un fondo especial para abordar una emergencia sanitaria y sus consecuencias sociales y económicas. No es el ágil y poderoso fondo de estabilización macroeconómica que una unión monetaria tan diversa como la zona euro necesita. De hecho, el debate sobre la naturaleza y continuación del NGEU apenas ha comenzado, y todo apunta a que tendrá lugar en unas condiciones de crecimiento e inflación bien distintas. Ha sido un éxito en su concepción. Queda, obviamente, utilizarlo bien. Aunque implica la emisión de grandes volúmenes de deuda europea, es dudoso que pueda constituir el activo seguro necesario para la zona euro.

En consecuencia, la Unión sigue careciendo de una política presupuestaria para la zona euro. Sigue lejos de construir las instituciones e instrumentos fiscales que la estabilidad del área euro necesita. Instrumentos que no pasan necesariamente por aumentar la presión fiscal o la panoplia de impuestos o una armonización intensiva. Sino por disponer de un activo europeo libre de riesgos y de unas reglas fiscales, sencillas, creíbles y vinculantes que permitan avanzar en paralelo en la solidaridad y la disciplina.

El anuario concluye que, si bien la respuesta de la política económica a la pandemia ha sido adecuada y coherente, la Unión no ha utilizado la crisis para avanzar en solucionar los problemas estructurales que cuestionan la eficacia, estabilidad y permanencia de la unión monetaria. Un optimista argumentaría que se priorizó correctamente la cohesión y la eficiencia sobre la finalización de la agenda europea. Y, al hacerlo, la Unión ha ganado legitimidad social y capital político para enfrentarlos en tiempos mejores. Ojalá. Pero un pesimista nos recordaría que no se ha aprovechado esta crisis para construir un nuevo consenso y continúan existiendo dos visiones opuestas de la unión monetaria. Cada una bien pertrechada en su respectivo espacio geográfico e ideológico. Que seguimos los europeos sin construir el país que el euro como moneda necesita.

Fernando Fernández Méndez de Andés, miembro del consejo asesor de la Fundación Estudios Financieros.

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