Las revoluciones no hacen llorar a las madres

Dos personas pasan por una cafetería con imágenes anunciando los 62 años de la Revolución Cubana y deseando un feliz año nuevo, en La Habana, Cuba, el 16 de diciembre de 2020. (Ernesto Mastrascusa/EPA-EFE/Shutterstock)
Dos personas pasan por una cafetería con imágenes anunciando los 62 años de la Revolución Cubana y deseando un feliz año nuevo, en La Habana, Cuba, el 16 de diciembre de 2020. (Ernesto Mastrascusa/EPA-EFE/Shutterstock)

Es 8 de enero de 1959. Fidel Castro sube a un estrado en el cuartel militar Columbia, La Habana, y se dirige al pueblo enardecido que vitorea el triunfo de su ejército rebelde sobre las fuerzas de Fulgencio Batista. En un momento de su discurso, Castro dice: “El crimen más grande que pueda cometerse hoy en Cuba, repito, el crimen más grande que pueda hoy cometerse en Cuba sería un crimen contra la paz (…) Todo el que haga hoy algo contra la paz de Cuba, todo el que haga hoy algo que ponga en peligro la tranquilidad y la felicidad de millones de madres cubanas, es un criminal y es un traidor”.

Sesenta y dos años después de aquel discurso que presentó lo que sería “La Revolución Cubana”, las madres de mi familia —por las que puedo hablar— llevan días sin dormir, días de desconsuelo. El motivo: en las últimas semanas, el aparato de propaganda del régimen cubano ha comenzado una campaña de difamación en los medios de comunicación del Estado contra opositores, artistas y periodistas independientes. El objetivo de la campaña es desprestigiar a una naciente sociedad civil, que se ha empoderado desde la llegada de internet a la isla y que está pidiendo cambios a un gobierno que lleva más de seis décadas sin escuchar los reclamos de sus ciudadanos, y de este modo asestarle una especie de muerte cívica a las voces disconformes.

En Cuba, un país donde la radio, la televisión y la prensa impresa están subordinadas al Partido Comunista, único partido autorizado, si publican tu imagen bajo una construcción orwelliana en cualquiera de estos medios y si te hacen ver como un “mercenario”, como un “agente de la CIA”, como un “asalariado de un gobierno extranjero”, como un “desestabilizador del orden público”, significa que la mayoría de la nación te dará la espalda. Porque el pueblo vive bajo el miedo de sufrir las represalias que conllevan reconocer o vincularse a los que reconocen la falta de derechos y libertades que el régimen cubano niega. Pero que la gente vire el rostro a tu paso, es lo de menos. Lo peor —y de ahí viene el desasosiego de los seres queridos— es que un juicio de ese tipo simboliza el pretexto perfecto para abrir una causa legal e incriminar a personas que no han cometido ningún delito.

Lo que sucedió en un contexto similar al que acontece hoy, en el no tan lejano 2003, deja claro de lo que es capaz el régimen cubano. En ese entonces, en lo que se conoce como “la primavera negra”, fueron sentenciados 75 opositores, periodistas independientes y artistas a penas de entre seis y 27 años de prisión. El delito: disentir de lo que promulga el régimen. De ahí la inevitable analogía que hice e hizo mi familia al verme en primer plano en televisión nacional.

La impunidad con que actúa la Seguridad del Estado, órgano represor del régimen, es tal que te pueden llevar a un interrogatorio sin motivos, te pueden desnudar, te pueden esposar, te pueden transportar en un carro obligándote a bajar la cabeza para que no sepas a donde te dirigen, te pueden grabar durante horas sin tu consentimiento, mientras te amenazan, mientras te coaccionan y luego pueden publicar ese material. Un material que ya emitido no es verídico no solo por el hecho de que ha sido sometido a una burda manipulación, sino también por la propia naturaleza en que se sucedió.

Los ejemplos de que bajo coacción cualquiera dice cualquier cosa, sobran. Pero ni siquiera se trata de ello, lo esencial de todo esto es que vivimos en un país donde el gobierno lleva sentado en el poder 62 años y es capaz de pasar por encima de sus leyes, de su constitución, para mantener su status quo y, por tanto, los ciudadanos estamos indefensos y vivimos expuestos a ser apresados en cualquier momento siendo inocentes.

Por eso hoy está preso Luis Robles, un joven que salió a la calle a manifestarse de manera pacífica con un cartel para pedir la liberación del rapero Denis Solís, también encarcelado. Que Robles esté en prisión, reafirma lo que asevera el presidente Miguel Díaz-Canel: “La calle en Cuba es para los revolucionarios”. Por eso, de igual modo, todos los años son expulsados de las universidades profesores por sus posturas políticas, como confirmó Martha Mesa, viceministra de educación superior: “El que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser profesor universitario”. Y por eso, de volverse tan frecuentes, han dejado de ser noticia los arrestos domiciliarios y las detenciones arbitrarias que sufre la sociedad civil y que se suceden a diario en esta isla.

Después de 62 años, Cuba es una nación fallida y ese es el verdadero saldo que queda cuando se mira atrás para pensar en lo que ha sido lo que el régimen eufemísticamente llama “la revolución”.

Los barbudos que asaltaron el poder en 1959 decidieron perpetuarse en él y para ello engendraron el castrismo, una ideología fundamentalista que arrasó con todo lo que les molestó: homosexuales, religiosos, opositores, artistas, periodistas, en definitiva, gente libre.

Las revoluciones se distinguen por su regocijo y, obviamente, en ellas las madres no lloran por sus hijos.

Abraham Jiménez Enoa es periodista en Cuba y cofundador de la revista ‘El Estornudo’.

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