Las sanciones son una idea incluso peor que la anexión

La anexión unilateral de partes de Cisjordania es una mala idea. Ni siquiera forma parte del plan de paz de Trump. Yo formé parte del equipo que elaboró el plan con los estadounidenses, así que lo conozco perfectamente. Una anexión unilateral supone una interpretación completamente errónea del plan Trump. Netanyahu se ha limitado a quedarse con las dos páginas del plan que más le convienen y está intentando impulsar lo que en ellas se dice. Es como tener un plan económico basado en el gasto sin tener ni idea de cómo conseguir el dinero.

Según el plan original, aplicar la soberanía israelí sobre el valle del Jordán y los principales bloques de asentamientos era parte de un proceso que culminaría con la creación de dos Estados que pudieran coexistir: un Estado palestino desmilitarizado y un Estado de Israel a salvo de la amenaza del terrorismo islamista. Hasta cierto punto, Trump consiguió lo que no pudieron hacer sus predecesores: en junio de este año invitó a Benjamín Netanyahu a una ceremonia oficial en la Casa Blanca y le convenció para volver a la solución de dos Estados. Desde entonces, Netanyahu está haciendo todo lo posible para dar marcha atrás. Por esto está defendiendo la anexión unilateral.

Los palestinos se oponen a la anexión porque están en contra del plan Trump; yo me opongo a la anexión porque apoyo el principio en el que se basa el plan. La solución de dos Estados sigue siendo la única solución realista al conflicto.

La respuesta europea a la posibilidad de la anexión fue una protesta enérgica. Se dijeron muchas cosas, no todas agradables de oír para nosotros. Eso puedo aceptarlo. Los amigos tienen el derecho, y a veces el deber, de expresar sus opiniones. Es algo que ya les he dicho a los líderes y diplomáticos europeos con los que he hablado acerca de este asunto. Pero hay dos cosas que no puedo aceptar:

La primera es el intento de ligar este asunto con las protestas mundiales contra el racismo que surgieron a raíz de la trágica muerte de George Floyd. Aquellos que se limitan a protestar no están exentos de atenerse a los hechos. El conflicto israelí-palestino es simplemente otra historia. Israel no controla la seguridad de la zona porque nos divierta o porque ejerzamos una versión moderna del colonialismo; la única razón es que, si no controlamos la seguridad de la zona, nos matarán a todos. Las organizaciones terroristas islamistas nunca han ocultado su intención de borrar a Israel de la faz de la tierra, y no tenemos ninguna razón para dudar de su sinceridad.

La comparación entre víctimas de racismo y partidarios del terrorismo es un insulto a la lucha contra el racismo. La última vez que cedimos territorio (la Franja de Gaza en 2005), nuestros ciudadanos recibieron como respuesta más de 15.000 proyectiles. Insisto: estoy a favor de separarnos de los palestinos para formar dos estados, pero nadie tiene el derecho a pedirnos que dejemos la seguridad de nuestro pueblo en manos de aquellos que han expresado con claridad su intención de matarnos. Para crear un Estado palestino es necesario que ese Estado sea un país que busque la paz y que sea capaz de controlar el terrorismo islámico dentro de sus fronteras. Es una exigencia básica y el peso de la prueba corresponde a los palestinos.

Lo segundo que no puedo tolerar es la amenaza de sanciones. Israel no es ni Irán ni Corea del Norte. Intentar meternos en el mismo saco que ese tipo de países es poco menos que disparatado. Corea del Norte es la cárcel más grande del mundo; Irán es el mayor exportador mundial de terrorismo. Israel, sin embargo, es un pequeño país democrático que lucha por su supervivencia en circunstancias increíblemente complicadas. La idea de que siete millones de judíos sean un imperio opresor en una región con mil millones de musulmanes, muchos de los cuales pretenden destruirnos, es completamente absurda.

Las sanciones provocarán la reacción opuesta a la que busca Europa. Los palestinos se dirán a sí mismos, y no por primera vez, que no hay razón para volver a la mesa de negociación ya que el resto de países les harán el trabajo y presionarán a Israel. El impacto económico será limitado porque Estados Unidos y la mayor parte de Asia no cooperarán, pero Europa quedará aislada e incapaz de influir en el conflicto.

Más aun, las sanciones fortalecerán a la extrema derecha israelí, que lleva tiempo afirmando que no deberíamos escuchar a nuestros amigos de otros países, porque simplemente no tenemos amigos en otros países. Toman su mantra del Libro de los Números 23,9: "contemplo: es un pueblo que habita apartado y no se cuenta entre las naciones". Es una visión del mundo xenófoba y Europa no necesita reforzarla.

Israel escucha a Europa porque Europa tiene cosas inteligentes que decir y porque compartimos tanto valores como intereses comerciales. Israel considera a Europa, y a España, como un actor importante en la escena mundial con lazos históricos con Oriente Próximo. Puesto que me considero detractor de la anexión unilateral, me resulta importante asegurarme de que el público israelí escucha el mensaje de Europa y lo hago con frecuencia. Aquellos que nos amenazan con sanciones pierden la capacidad de influir en el conflicto y demuestran que no lo entienden.

Yair Lapid es el líder de la oposición israelí.

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