Las sigilosas guerras de China

China esta subvirtiendo el status quo en los mares del Sur y del Este de China, en su frontera con la India e incluso en relación con las corrientes de agua transfronterizas... y todo ello sin disparar un solo tiro. Así como en el decenio de 1950 arrebató territorio a este lado del Himalaya lanzando invasiones furtivas, China está lanzando guerras sigilosas contra sus vecinos asiáticos que amenazan con desestabilizar toda la región. Cuanto más poder económico ha amasado China, mayor ha llegado a ser su ambición por alterar el status quo territorial.

A lo largo de todo el ascenso de China de la pobreza a una relativa prosperidad y poder económico mundial, los fundamentos de su doctrina política y estratégica han permanecido en gran medida inalterables. Desde la época de Mao Zedong, China ha seguido el consejo del estratega militar de la dinastía Zhou, Sun Tzu: “Someter al enemigo sin batallas”, explotando sus debilidades y disimulando la ofensa como una defensa. Como dijo Sun en su famosa máxima: “En la guerra todo está basado en el engaño”.

Durante más de dos decenios después de que Deng Xiaoping consolidara su poder sobre el Partido Comunista chino, China aplicó una política de “buen vecino” en sus relaciones con otros países asiáticos, lo que le permitió centrarse en el desarrollo económico. Al acumular China influencia estratégica y económica, sus vecinos se beneficiaron del rápido crecimiento de su PIB, que espoleó sus propias economías, pero, en determinado momento del último decenio, los dirigentes de China llegaron, evidentemente, a la conclusión de que había llegado por fin el momento de su país; desde entonces, su “ascenso pacífico” había dado paso a una actitud más enérgica.

Una de las primeras señales de ese cambio fue el resurgimiento en 2006 de su reivindicación, durante mucho tiempo latente, de territorio indio en Arunachal Pradesh. Intentando ampliar sus “intereses fundamentales”, China no tardó en provocar disputas territoriales con varios de sus vecinos. El año pasado, China presentó oficialmente una reivindicación, de conformidad con la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, de más del 80 por ciento del mar de la China Meridional.

Después de aprovechar su fuerte posición comercial para explotar lo que casi es un monopolio de la producción mundial de recursos decisivos como los minerales raros, China ha adoptado un papel mucho más dominante en Asia. En realidad, cuanto más abiertamente ha adoptado China el capitalismo de mercado, más nacionalista se ha vuelto, animada por la necesidad de sus dirigentes de un substituto del dogma marxista como fuente de legitimidad política. Así, la actitud enérgica en materia territorial ha pasado a estar entrelazada con el resurgimiento nacional.

Las sigilosas guerras de China centradas en los recursos están pasando a ser una causa principal de inestabilidad geopolítica en Asia. Los instrumentos a los que recurre China son diversos, incluida una nueva clase de guerreros sigilosos formados por organismos marítimos paramilitares. Y ya ha obtenido algunas victorias.

El año pasado, China se hizo en la práctica con el control del arrecife Scarborough, zona del mar de la China Meridional reivindicada también por las Filipinas y Taiwán, desplegando buques y erigiendo obstáculos a la entrada que vedan a los pescadores filipinos el acceso+ a su tradicional reserva de pesca. China y las Filipinas han estado sumidas en un punto muerto desde entonces. Ahora las Filipinas afrontan una disyuntiva estratégica de Hobson: aceptar la nueva realidad dictada por China o arriesgarse a una guerra abierta.

China ha lanzado también una guerra sigilosa en el mar de la China Oriental para afirmar sus reivindicaciones territoriales sobre las islas Senkaku (llamadas en China islas Diaoyu), ricas en recursos, que el Japón ha controlado desde 1895 (exceptuado un período de administración por los Estados Unidos de 1945 a 1972). El primer envite de China –obligar a la comunidad internacional a reconocer la existencia de una disputa– ha tenido éxito y augura más alteraciones del status quo.

Asimismo, China ha estado planteando nuevos desafíos a la India, aumentando las presiones estratégicas por múltiples flancos, incluido el resurgimiento de antiguas reivindicaciones territoriales. En vista de que los dos países comparten el mayor territorio fronterizo y disputado del mundo, la India es particularmente vulnerable a las presiones militares directas de China.

El mayor territorio que China pretende, Arunachal Pradesh, y que, según declara, forma parte del Tíbet, es casi tres veces mayor que Taiwán. En los últimos años, China ha intentado repetidas veces violar la frontera del Himalaya, que se extiende desde Arunachal Pradesh, zona rica en recursos, hasta la región de Ladaj en Jammu y Cachemira y con frecuencia lo ha conseguido, en vista de que se trata de una frontera inmensa, inhóspita y difícil de patrullar. El objetivo de China es el de molestar a la India y posiblemente trasladar hacia el Sur la “línea de control real”.

De hecho, el pasado 15 de abril una sección de tropas chinas cruzó sigilosamente la “línea de control real” en la región de Ladaj y estableció un campamento a 19 kilómetros (12 millas) de la frontera y dentro de territorio indio. Después China se lanzó a una diplomacia coercitiva, pues no retiró sus tropas hasta que la India destruyó una línea defensiva de fortificaciones. Además, presentó un proyecto de acuerdo desequilibrado y encaminado a paralizar la construcción tardía y deficiente de defensas fronterizas por parte de la India y preservar la capacidad de China para atacar sin avisar.

La India ha respondido con su propio proyecto de acuerdo encaminado concretamente a prevenir enfrentamientos fronterizos, pero el territorio no es el único objetivo de las guerras sigilosas de China; también pretende alterar el status quo en materia de relaciones ribereñas. De hecho, ha iniciado casi furtivamente proyectos de presas para modificar las corrientes de los ríos transfronterizos y aumentar sus presiones a sus vecinos.

Lo países asiáticos deben procurar abordar –junto con los Estados Unidos– el déficit de seguridad de Asia y establecer normas regionales, pero la actitud política de China, en la que el dominio y la manipulación pueden más que la cooperación, está obstaculizando esas gestiones. Con ello a los EE.UU., el otro participante destacado, se le plantea un dilema: quedarse contemplando a China, mientras va alterando poco a poco el status quo y debilita a sus aliados y socios estratégicos, o responder y correr el riesgo de modificar su relación con China, el país asiático más importante para sus intereses. Cualquiera de las dos opciones tendría consecuencias transcendentales.

Sobre ese fondo, la única forma de garantizar la paz y la estabilidad en Asia es inclinarse por una tercera opción: inducir a China a aceptar el status quo. Para ello, será necesario un nuevo tipo de política basado en una cooperación mutuamente benéfica, en lugar de la audacia peligrosa y el engaño.

Brahma Chellaney, Professor of Strategic Studies at the New Delhi-based Center for Policy Research, is the author of Asian Juggernaut, Water: Asia’s New Battleground, and Water, Peace, and War: Confronting the Global Water Crisis. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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