Las soluciones existen

Mañana hará dieciocho años que se aprobó por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Convención sobre los derechos del niño, el primer tratado internacional, con fuerza jurídica vinculante y ratificado por la práctica totalidad de los países del mundo, que garantiza los derechos y protección de la infancia, más allá de la buena voluntad: los niños y niñas son por primera vez sujetos de derechos universalmente reconocidos, independientemente del lugar o condiciones de nacimiento. Estamos hablando, por tanto, de la primera generación de niños que han nacido con todos sus 'derechos reconocidos'.

Aunque solemos resaltar las carencias y necesidades de aquellos niños y niñas que viven con menos de un euro al día, los que mueren por causas fácilmente prevenibles -como el sarampión, la deshidratación, o la diarrea-, aquéllos que trabajan -casi siempre en situaciones precarias y peligrosas-, los afectados y huérfanos por causa del sida, los niños soldados, las niñas que no van a la escuela, o tantos que no tienen acceso al agua potable, y resaltamos todo lo que queda por realizar, me gustaría hacer énfasis en los logros conseguidos en estos años.

Es indudable que desde 1990, año de referencia inicial para medir los logros en la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio -seis de los cuales implican directamente a la infancia-, y sobre todo, desde el año 2000, la economía mundial está creciendo, lo que infunde optimismo y sugiere, como afirma Ban Ki-Moon, secretario general de las Naciones Unidas, en el prólogo del informe de 2007 sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que el éxito es todavía posible en la mayor parte del mundo.

La pobreza extrema ha descendido significativamente y el número de niños que padecen hambre está disminuyendo en todo el mundo (aunque no al ritmo deseable), principalmente en Asia Oriental, China y América Latina. Si la tendencia continúa, conseguir este objetivo será posible. En estos años la muerte de niños menores de 5 años se ha reducido una cuarta parte como media e incluso en África subsahariana, donde todavía se registran la mitad de las muertes infantiles, se están produciendo avances muy significativos en intervenciones contra el sarampión, la malaria o la tuberculosis, principales causas de mortalidad infantil. Desde el año 2000, más de 35 millones de niños de países en desarrollo han tenido la oportunidad de asistir a la escuela y de terminarla, y aunque todavía no son todos, 88 de cada 100 niños y niñas están matriculados en la enseñanza primaria. Conseguir la escolarización universal, mejorar la calidad del aprendizaje y procurar que las niñas no abandonen la escuela es el siguiente reto.

Que haya querido mostrar en primer lugar aquellos aspectos más esperanzadores no significa que no sea consciente de aquéllos que necesitan un impulso adicional. Aunque hasta la fecha se han producido avances, todavía la mitad del mundo en desarrollo no tiene acceso a un saneamiento básico, medio millón de mujeres al año mueren durante el embarazo y el parto, un tercio de los niños que nacen en los países en desarrollo tienen un peso o talla inferior a lo normal, más de 15 millones de niños han perdido a uno de sus padres o a los dos por causa del sida, el acceso a los medicamentos antirretrovirales sigue siendo una cuestión pendiente, y dar oportunidades laborales a los 86 millones de jóvenes desempleados es ya un reto urgente.

Sin embargo, y participando de la idea de que se ha producido un claro progreso, creo que cuando se ponen en práctica medidas compartidas y de calidad, que se han demostrado eficaces y que cuentan con un respaldo financiero y técnico acorde a los compromisos adquiridos por la comunidad internacional, se obtienen resultados. Las soluciones existen.

Ahora necesitamos acelerar e intensificar las acciones y la ayuda para que estas tendencias de crecimiento se traduzcan en un desarrollo sostenible, lo que permitirá dar a cada uno de los 2.000 millones de niños que habitan en el planeta una vida de oportunidades, para que puedan ser dueños de su propio destino. Y mañana, el Día Mundial de la Infancia, es un buen momento para recordarlo.

Teresa Infante Álvaro Sánchez