Las sonrisas de los verdugos

Rosa Díez es parlamentaria del Grupo Socialista del Parlamento Europeo (EL MUNDO, 13/06/05).

Hace unos días, el Parlamento Europeo aprobó un informe de iniciativa, del que yo misma soy ponente, en el que se recomendaban nuevas medidas de lucha contra el terrorismo. Esta resolución, respaldada por la práctica unanimidad de la Cámara, expresa por primera vez un reconocimiento institucional europeo a las víctimas del terrorismo, a su memoria y al papel que deben jugar en la definición de las políticas futuras de la Unión. Las víctimas dejan de ser, así, un colectivo al que baste con prestar ayuda y rendir homenaje para constituirse en «un referente para la democracia», considerando que «los poderes públicos tendrán que escuchar su voz y garantizar que [las víctimas] sean tenidas en cuenta, allí donde se tomen las decisiones para combatir a aquellos que las hicieron protagonistas a su pesar». Desde la perspectiva europea, esta es una declaración de gran envergadura política, que se completa al instituirse una Unidad Europea, bajo la responsabilidad y competencia directa del coordinador europeo de Lucha contra el Terrorismo, que será «un punto de referencia de la política europea en esta materia y tendrá por objeto acoger, escuchar, informar y asistir a las víctimas... teniendo la obligación, tanto la Comisión Europea como el coordinador, de dar cuenta anualmente al Parlamento sobre el desarrollo de sus actividades».

El Parlamento Europeo, a través de estas resoluciones y de estas recomendaciones al Consejo y a la Comisión, ha confirmado su convicción de que derrotar al terrorismo requiere, además de una política europea común, mantener vivo en la memoria, en el corazón y en la acción política, el recuerdo de las víctimas. Al institucionalizar el papel de las víctimas del terrorismo, el Parlamento se ha comprometido a luchar para que el recuerdo efectivo de las víctimas haga imposible una sociedad como la que los terroristas han perseguido con sus crímenes.

Contemplando las fotografías de los secuestradores de Ortega Lara, juzgados en la Audiencia Nacional, no he podido dejar de preguntarme qué pensarían los colegas del Parlamento Europeo que hace unos días apoyaron mi propuesta si hubiesen contemplado cómo los terroristas de ETA se reían mientras un asustado Ortega Lara se ocultaba detrás de un biombo para hacer su declaración. Me he preguntado si en cualquier otro Estado de la Unión Europea hubiera sido posible que se produjera una imagen como ésa. Una imagen que me ha traído a la memoria las memorables escenas de los Juicios de Nuremberg. Aquellas en las que los criminales nazis ensoberbecidos, inconscientes aún del juicio de la Historia, atemorizaban una vez más a sus víctimas, a las que seguían trasladando la responsabilidad de sus crímenes. Me he acordado de una mujer judía, que contaba su historia de persecución y sufrimiento e identificaba al culpable de los crímenes, mientras el abogado de la defensa trataba de inculparla a ella misma por el hecho de ser judía. He recordado la sonrisa del nazi asesino. He recordado la pasividad de los jueces. He recordado el terror en el rostro de la víctima. He recordado las palabras, por fin, del fiscal: «Por Dios, ¿es que vamos a volver a empezar?». No, no creo que una imagen similar fuera posible en cualquiera de las democracias de nuestro entorno.

No, no creo que sea soportable aceptar sin escandalizarnos y obrar en consecuencia, que los verdugos se rían ante las cámaras cuando les están juzgando por un crimen tan execrable; no, no creo que sea soportable que la víctima tenga que declarar oculta tras un biombo. Oculto de las miradas de la prensa y protegido de las miradas de sus torturadores. No, no creo que sea normal que los terroristas estén ensoberbecidos y exultantes y las víctimas estén apesadumbradas y acobardadas. No, no creo que una sociedad pueda considerarse normal cuando no reacciona de forma drástica ante espectáculos tan poco edificantes desde el punto de vista democrático como el que hemos contemplado. Me pregunto qué es lo que estamos haciendo mal para que, tras tantos años de sufrimiento y resistencia, quienes debieran estar hoy pidiendo perdón por sus crímenes hayan recuperado la esperanza.

Me pregunto qué es lo que estamos haciendo mal para que, cuando ya ellos mismos empezaban a tener conciencia de su derrota -recuérdense las cartas desde la cárcel de Pakito y compañía, hayan recuperado la iniciativa, estén ocupando de nuevo las calles y se atrevan a insultarnos con sus sonrisas. Me pregunto qué es lo que estamos haciendo mal para que, tras largos años construyendo complicidades entre demócratas, organizando movimientos cívicos de resistencia ante el fascismo y ante el nacionalismo obligatorio, llevemos unos meses preocupándonos sólo de pelearnos entre nosotros, de encontrar responsables entre las víctimas y entre los integrantes de los movimientos cívicos, buscando culpables entre los partidos políticos democráticos, entre aquellos que con el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo demostraron que la derrota de ETA no sólo era necesaria, sino que era posible.

Estamos viviendo en España una situación en la que se hace muy complicado mantener la libertad de pensamiento y de expresión. La política está tan enquistada que, si uno quiere mantenerse a salvo, sólo cabe elegir la secta y mostrar adhesión inquebrantable. Cualquier expresión pública que se aparte del dogma es tachada inmediatamente como alta traición. No hay matices. No sirve mostrar el acuerdo al 90 por ciento. No; sólo cabe la adhesión o el silencio. Quizá eso explique por qué nadie se pregunta en voz alta cómo hemos llegado a una situación en la que los verdugos se mofan de la Justicia y humillan a la víctima de una forma tan deleznable. Quizá nadie se atreve a hacerlo por miedo a que se interprete como una crítica al Gobierno o como una confirmación de las acusaciones de la oposición. Así, prisioneros entre lo que dicen Gobierno y oposición, con miedo a que nuestras palabras puedan ser mal entendidas o utilizadas por el adversario político, nadie advierte sobre la gravedad de los hechos. Yo creo que una sociedad que permite que Ortega Lara, un hombre secuestrado casi hasta la muerte, declare aterrorizado y escondido tras una mampara, mientras sus torturadores parecen hacer planes sobre su futuro y sonríen ante las cámaras, es una sociedad enferma sin remedio.

A una sociedad así no la salvan ni las apelaciones a la solidaridad con las víctimas, ni las manifestaciones multitudinarias, ni los presupuestos extraordinarios de ayuda a las víctimas, ni las soflamas en los mítines diarios por parte de quienes dicen sentirse plenamente identificados con ellas. A una sociedad así sólo puede salvarla de su letargo y de su falta de cuajo democrático la recuperación del consenso entre el Partido Socialista y el Partido Popular, la certificación del compromiso de combatir a ETA hasta derrotarla, o sea, la revitalización del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo; la reparación del daño causado entre y dentro de los movimientos cívicos democráticos; la recuperación de las complicidades entre quienes llevamos años luchando, desde distintos postulados ideológicos, por recuperar la libertad y mantener viva la memoria. De esta crisis sólo podemos salvarnos si todos los que hemos sentido vergüenza a la vista de las imágenes de los torturadores de Ortega Lara nos olvidamos de «nuestras razones», y recordamos la razón y la verdad de las víctimas.

Empecé este artículo recordando una resolución del Parlamento Europeo. Es una resolución que parte de la base de que al terrorismo se le puede vencer, y que las instituciones democráticas tienen la obligación de movilizar todos los instrumentos del Estado de Derecho para conseguir esa derrota. Derrotar al terrorismo requiere combatir la impunidad y deslegitimar de forma radical y absoluta a los terroristas y sus actos. Derrotar al terrorismo requiere estar convencidos de la supremacía de la democracia. Derrotar al terrorismo requiere estar firmemente comprometidos a que la democracia nunca se declare en tregua. Por eso, en una sociedad que tiene asumido que va a derrotar al terrorismo, las víctimas se sienten acompañadas y serenas en los juicios; y los verdugos se muestran preocupados por su futuro, porque saben que el Estado de Derecho será implacablemente justo y tendrán que pagar por el daño que causaron. En una sociedad comprometida con la derrota del terrorismo, escenas como la que estamos comentando, nunca podrán producirse. En una sociedad que sabe que va a derrotar al terrorismo, hubiéramos visto la cara de Ortega Lara, en ella habría dolor; pero seguro que no habría miedo. Me parece que ya va siendo hora de que recuperemos la iniciativa.

Me parece que va siendo hora de que Pototo y compañía reciban con nitidez el mensaje de que a partir de ahora, si quieren reírse, van a tener que hacerlo detrás de las rejas de la cárcel. Cada día y desde distintos ámbitos se afirma que ETA está más débil que nunca. Pues a ver si obramos en consecuencia, y hacemos que los terroristas se enteren. Porque yo tengo la impresión de que ellos aún no son conscientes del destino que les espera. Y, lo que es más doloroso, Ortega Lara, tampoco.