Suena a frase de cajón el afirmar que el próximo Pontífice tendrá graves problemas para resolver, así como también pertenece a ese tipo de frase el afirmar que el Papa que ha abdicado afrontó enormes dificultades.
Así como se dice que cada día trae su afán, a cada sucesor de Pedro le son entregados los propios. Juan Pablo resolvió los problemas de imagen. Se puede decir que limpió el escenario y lo adecuó a las exigencias del mundo que pugna por encontrar un camino menos complicado para vivir la experiencia global. Al imperativo de la globalización de los mercados respondió con el de la solidaridad.
Ratzinger llegó a ese escenario y fue consciente que tenía que renovar los actores. Lo supo como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y se dio cuenta que necesitaba nuevos actores y que entre mejorar el escenario y cambiar los personajes, esta tarea tocaba demasiadas personas e intereses ya consolidados en campos muy sensibles.
Uno de ellos fue el de la pedofilia. No es preciso para un buen seguidor de los acontecimientos repetir el proceso, pero es claro que ha logrado sustituir cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes y religiosos comprometidos con el pecado y con el crimen. Llegar a aceptar que la Iglesia no es una sociedad perfecta sino que ha de ocuparse tan solo del pecador y dejar que la sociedad civil asuma el procedimiento contra los criminales no fue fácil y hay más de un cardenal resentido por ello, pero ya sin influencia o voto en el Cónclave. Pero la vacuna ha sido puesta y el sucesor ya no tiene las manos atadas por dádivas groseras en su intención. Todavía ahora se van acrecentando las movilizaciones que intentan exigir que una decena de cardenales –de los que se presume callaron frente a los casos de pedofilia– no tomen parte en la elección del nuevo sucesor de Pedro.
Otro problema es aquel del dinero. Ha sido una lucha tan dura como la anterior y que además traía consigo problemas no resueltos desde las muertes de Sindona, de Calvi y de Marcinkus. Nuzzi no solo publicó lo que sustrajo Gabriele del escritorio del Pontífice, sino que ya había publicado en el pasado otros documentos más graves y que se recogieron en un volumen titulado «Vaticano SPA» (Vaticano, sociedad por acciones). La espectacularidad del proceso a Gabriele tampoco es única –como se informó– puesto que en el pasado reciente lo fueron otros, entre ellos algún monseñor. Todavía faltan muchas cosas por conocer pero lo cierto es que el camino está allanado y se espera que lo logrado por Ratzinger traiga una renovación en los dirigentes que conduzcan a la trasparencia.
El tercer desafío es que el Papa debe continuar fumando abiertamente la pipa de la paz con la ciencia, utilizando ese maravilloso instrumento de la «Pontificia Academia de Ciencias» que le ayude a derribar barreras que en nada surgen de la fe sino de antiguas fórmulas que pierden con el tiempo su validez y se convierten en resabio. Pactar con la ciencia –no con quienes la degradan en ideología–, trabajar al unísono con ella es entrar por la amplia puerta de superación de los problemas con la modernidad y entrar de lleno a evangelizar la globalización.
En este punto se han conseguido avances que no han logrado entrar en sintonía ni con las exigencias cotidianas ni con los enunciados de la ciencia. Hay que tomar fundamentalmente decisiones sobre la contracepción, sobre la píldora del día después (camino ya iniciado por los obispos alemanes) y todo aquello vinculado a la bioética que son cosas que no dan espera.
El cuarto gran desafío son aquellos temas que llevaron al difunto cardenal Carlo María Martini a afirmar que era necesario un Concilio Vaticano III que resolviera de una vez por todas el rol de la mujer en la Iglesia, las nuevas realidades de la familia, el sacerdocio femenino (cuya necesidad ocupa reflexiones ya de algunas mentes notables en la Iglesia). La apertura de puertas a las «dignidades eclesiásticas» para la mujer, así como la reinserción al ámbito pastoral de muchos sacerdotes casados, el matrimonio optativo de los sacerdotes, el drama del aborto, la tendencia agravada hacia la eutanasia y una traducción de la Biblia más acorde a la real igualdad de los géneros.
Y no cesan ahí los desafíos puesto que hay una deuda mayor en el problema de la unión de los cristianos que fue abierto por la preocupación de Juan XXIII pero que se fue adelgazando tras la muerte de Pablo VI. Lógico que sin hacer caso omiso de los interrogantes doctrinales hace falta coraje para resolver el asunto que plantea el Primado de Pedro en la verticalidad actual o la presencia de un Colegio apostólico que exprese en verdad aquello de «Primus inter Pares» y haga evidente la colegialidad apostólica .
De la misma manera debe el Papa nuevo acceder a la certeza de la pluralidad en el magisterio. Aceptar que no solamente Roma produce teología y tampoco solo Europa; Latinoamérica, África y Asia esperan que sus pensares sobre Dios encuentren comprensión y validez en la Iglesia universal.
Y más importante aún, la Santa Sede debe hacer las paces con los pobres (siguiendo la maravillosa metodología de Cáritas, de Manos Unidas y de otras beneméritas organizaciones), eliminando el boato, los rezagos protocolarios de siglos ya fenecidos, la rimbombancia de los títulos como adoptó Martini al querer ser llamado «Padre Martini», el abandono de saraos y de celebraciones millonarias y empezar a hacer cierto que no existe más «el bocado de cardenal», que debe ser sustituido por la máxima de «parte tu pan con el hambriento». En efecto nada hay peor que un buen consejo seguido de un mal ejemplo. Se trata de proponerle al mundo de hoy de nuevo a Jesucristo.
Guillermo León Escobar Herrán, consultor en el Pontificio Consejo de Laicos; representó al Papa Juan Pablo II ante la CEPAL y fue Perito Pontificio nombrado por Benedicto XVI.