Las tinieblas de la tragedia en Haití

Es imposible no conmoverme con cada nueva tragedia a la que se expone Haití, un país que, aunque uno deje de vivir en él, nunca deja de vivir en ti. Haití te sitúa en el mundo de una manera diferente, cambia tus prioridades en materia de progreso y de justicia social, a la vez que convierte en banales no pocas de las cuestiones por las que, en otros países, como España, corren ríos de tinta.

El último terremoto ha sacudido esta vez el llamado Gran Sur del país, impactando con ferocidad la ciudad de Les Cayes. El seísmo ha destruido, entre otros lugares, el hotel Les Mangiers, donde solía hospedarme de manera habitual, segando a su vez la vida de su propietario, Gabriel Fortuné, que había sido senador y alcalde de la ciudad, y con quien conversé en numerosas ocasiones durante los años que residí en el país. También ha destruido la vivienda del Obispo de Les Cayes, el Cardenal Chibly Langlois, que ha resultado herido y a quien tuve la oportunidad de conocer en una visita a su residencia para conversar sobre educación.

El escenario asolado que hoy vemos es muy similar al que dejó el huracán Matthew en el año 2016, con el que inauguré mi estancia en este país. Veo ahora imágenes de los mismos lugares destrozados: la única carretera que une el resto del país con la ciudad de Jérémie, cortada; veo iglesias y escuelas gravemente dañadas, y la escasa infraestructura eléctrica y de abastecimiento de agua que hay en el país ha quedado inutilizable. Veo, también, decenas de miles de viviendas destruidas en un país que ya contaba con una enorme escasez de vivienda habitable. Pero, sobre todo, veo las expresiones desconcertadas y las heridas de haitianos en busca de refugio, ayuda y consuelo.

Frente a esta situación, intuyo que no más de dos o tres ambulancias estarán disponibles en toda la región para trasladar a los heridos; que el servicio de agua quizás disponga de uno o dos camiones aljibe para transportar agua a los miles de refugiados; que la policía no tendrá suficiente gasolina para hacer circular sus vehículos; que los médicos no darán abasto, las medicinas se agotarán y los hospitales, saturados, se verán rodeados de heridos pendientes de ser atendidos. Por otro lado, lamentablemente, se activará la codicia de algunos grupos e individuos siempre dispuestos a beneficiarse de las catástrofes. Desde los gangs violentos que impondrán su ley en el tránsito de los necesitados, a comerciantes sin escrúpulos, que multiplicarán los precios de los productos de primera necesidad, así como responsables gubernamentales, que verán la forma de acrecentar su poder, o la pléyade de organizaciones que hacen de las desgracias una fuente de ingresos.

También observaremos cómo los haitianos se organizan para ayudarse mutuamente, sin esperar nada de nadie, ni nada a cambio, contando con poco más que sus manos y su increíble capacidad de sacrificio. Les secundarán un puñado de funcionarios públicos dedicados, a pesar de -no sería de extrañar- no haber cobrado sus salarios. Veremos también decenas de trabajadores humanitarios, religiosos entre ellos, trabajando con entrega, fe y disposición en hospitales, dispensarios y comedores improvisados, ofreciendo una generosidad sin límites para con sus semejantes.

Veremos asimismo a la comunidad internacional movilizarse, enviar ayuda y prometer recursos para la reconstrucción del país. Las organizaciones de las Naciones Unidas dedicadas a labores humanitarias harán lo mejor que puedan con sus limitados recursos disponibles. Por su parte, algunos países, como EEUU o Chile, acuden a Haití para ofrecer ayuda con medios materiales y profesionales especializados, mostrando que la solidaridad internacional existe.

Desgraciadamente, también comprobaremos cómo las realizaciones e intervenciones quedan por detrás de las promesas, poniendo en evidencia, una vez más, la enorme distancia que hay entre las capacidades necesarias para responder a tragedias como esta y las que están efectivamente disponibles. La frustración se apoderará de todos los que creemos que existen tanto el espacio como los recursos para hacer esto mucho mejor.

Desde el punto de vista político, el terremoto desviará la atención sobre el enorme vacío institucional. El terremoto ayudará a justificar el retraso de las elecciones, así como la continuidad de un gobierno interino. Y, este contexto, permitirá nuevas maniobras de los poderes de hecho, que tratarán de concertarse con la comunidad internacional para organizar unas elecciones a su medida. De este modo, todo cambiará para que nada cambie. Porque, pasará uno, quizás dos años, y entonces Haití tendrá la apariencia de un Gobierno, pero, aun así, carecerá de un Estado que se preocupe de sus ciudadanos, como ha ocurrido desde la Independencia. Los haitianos seguirán siendo pobres, aunque orgullosos de su identidad nacional, capaces de sobrevivir a cualquier calamidad y siempre dignos de admiración. Así, de nuevo, todo cambiará para que nada cambie.

Habrá quien recuerde durante estos días que el terremoto se ha producido en el aniversario de la reunión de Bois-Caïman, en la que, durante la noche del 14 de agosto de 1791, en el norte del país, se inició la revuelta de los esclavos que acabó con el régimen colonial. También habrá quien traiga a su memoria el reciente asesinato a tiros del presidente Moïse, asaltado en su residencia mientras descansaba junto a su esposa, y quien, pese a tener sus bases políticas en el norte, desplegó un gran esfuerzo por mejorar la infraestructura en la región de Les Cayes. En definitiva, no obstante, todo quedará envuelto en la espesa niebla que rodea los acontecimientos en Haití, donde nunca es evidente por qué pasan las cosas y si hay un responsable terrenal o espiritual de lo que ocurre.

Koldo Echebarria es director general de Esade. En su etapa en el Banco Iberoamericano de Desarrollo, trabajó como representante residente de los programas financiados por el BID para la reconstrucción de Haití.

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