Las tres alternativas para encarar la crisis

Según cuenta la historia, César Augusto, el primero de los emperadores romanos, tuvo uno de los mandatos más prósperos del Imperio. Su objetivo principal era mejorar la vida de los ciudadanos a los que representaba. Tal era así, que cuando estaba convencido de que algo era bueno para los suyos y el Senado no se lo aprobaba, lo financiaba con su propio dinero. Entre otras cosas fue el responsable de que el propio Estado fuera el que mantuviera las carreteras para que todas las personas tuvieran la posibilidad de trasladarse con facilidad y no depender de las vías que creasen los más ricos; hizo público el sistema de recolección de impuestos; se atrevió a confiscar tierras a los más poderosos para hacer obras públicas; extendió y desarrolló la ley; favoreció el desarrollo de las provincias que habían conquistado (lo que se refleja muy bien, aunque en forma de sátira, en la película La vida de Brian, cuando terminan concluyendo: «Bueno, pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?»

El problema que tuvo César Augusto fue el de su sucesión. Finalmente se supo por su testamento que había adoptado a Tiberio para que así fuese su heredero. En este momento se supo que sus últimas palabras fueron, a modo de premonición: acta est fabula, la historia se ha terminado, la de la plebe, claro, pues con la llegada de Tiberio se limitaron los derechos electorales, sólo buscaba recaudar y aumentar sus arcas, recortó el presupuesto, comenzó el designio a dedo y la delegación de funciones por su apatía por la vida pública y los ciudadanos cada vez estaban más marginados. Motivo por el cual su muerte fue bien recibida entre la ciudadanía.

Este fragmento de la historia es fácilmente comparable con la España de las últimas décadas, en las que el progreso era continuo; los españoles mejoraban cada día su posición y aumentaba la riqueza; a grandes rasgos, todos los políticos e instituciones estaban bien valoradas; desde fuera España era vista como un ejemplo a seguir; los derechos de los ciudadanos aumentaban; las infraestructuras avanzaban y se mejoraban; la sociedad estaba contenta y comenzaba a sentirse europea.

Pero llegó la crisis económica y después la crisis social. La gestión empezó a descuidarse; los ciudadanos pasaron a un segundo nivel de importancia; el poder se ejercía desde fuera a modo de presiones (UE); las oportunidades se limitaban y los derechos se recortaron. El nuevo sueño de Augusto que podría haberse estado iniciado en España terminaba de un modo similar al del Imperio Romano de Tiberio. Hoy la ciudadanía está al borde del colapso y su enfado es más que notable. Tanto debe ser así, que el principal diario económico de Alemania pide que se paren los ajustes en España para no volver a «poner a prueba una vez más la asombrosa capacidad de sufrimiento de los españoles».

Ahora se nos presentaban tres alternativas bien diferenciadas: la ideal, la no deseable y la catastrófica.

La ideal empieza por reconocer los errores; buscar medidas para flexibilizar los ajustes que vienen de Europa; aumentar el control sobre las ayudas que se han dado al sector bancario; presionar a Europa para que el BCE pueda prestar a los Estados sin que la banca privada sea la intermediaria, así como la unión bancaria; establecer medidas verdaderamente duras contra la corrupción que sean capaces de acabar con ella y prevenirla; reformar la ley electoral para que los votos de todos los ciudadanos valgan los mismo; no tener miedo a convocar referendos para poner solución a las situaciones que se están viviendo en Cataluña y País Vasco siguiendo la opinión de los ciudadanos, o a la relacionada con el modelo de Estado que quieren los españoles en referencia a la Monarquía; y, con casi toda seguridad, convocar elecciones, pues el Parlamento no representa la voluntad de los ciudadanos a día de hoy.

La alternativa no deseable pasa por seguir la senda actual. Esperar a que la crisis termine empujada por el contexto internacional sin realizar nuevos ajustes temiendo un estallido social en cualquier momento. No obstante, la situación económica a corto plazo podría verse afectada por una subida muy pronunciada de la prima de riesgo que limite el acceso a los créditos y se pase automáticamente a la tercera de las opciones.

La alternativa catastrófica pasaría por no hacer frente a la situación actual, seguir gobernando a base de Reales Decretos cediendo completamente a las presiones de la UE –incluso aceptando ser intervenidos– con un consiguiente estallido social. La economía española se desplomaría y la recuperación podría conllevar varias décadas. Hoy ya se dice que el bienestar perdido durante la crisis se tardará unos 25 años en recuperar.

Todas las instituciones públicas, desde la clase política a la Monarquía, pasando por los sindicatos, los bancos, la Iglesia, la Policía, la Justicia, las patronales, los ayuntamientos o los medios de comunicación deben tener claro que cualquier alternativa que se elija que marque el futuro de las próximas generaciones de españoles tiene que ser refrendada por el pueblo para evitar tener que poner a prueba el aguante de los españoles que ya no consentirán que les sigan engañando.

José Luis Sanchís es fundador del marketing político en España y presidente de honor de Torres y Carrera.

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