Las tres tragedias de España

Tres tragedias se ciernen sobre España desde las elecciones generales celebradas en noviembre de 2019, el año en que definitivamente perdimos el tiempo y entramos todos en rumbo de hundimiento.

La primera tragedia, de política territorial identitaria, comienza en enero de 2020, cuando Pedro Sánchez, secretario general del partido socialista, es investido presidente del Gobierno con el apoyo de la más alambicada y contrahecha mayoría parlamentaria que se recuerda. Requirió la abstención de independentistas como Esquerra Republicana de Cataluña y Euskal Herria Bildu, partidos minoritarios que apenas suman 1.146.000 votos (4,76% del total) y desde antiguo propician el despiece de España, porque no les gusta, y dicen que no les conviene ni les interesa. Por esos motivos los vascos asesinaron y amenazaron en toda España con la banda terrorista entre 1968 y 2011, la peor sucesora del general Franco. No hizo falta que ERC y EH Bildu formasen parte del nuevo Gobierno, porque para eso ya entró Unidas Podemos, con cuatro ministros y sobre todo un vicepresidente de derechos sociales que intenta omitir sus ancianos muertos y trata de justificar su impulso de una reforma constitucional en España. Dice que traerá una democracia más directa y participativa que la vigente Constitución de 1978. Ferviente devoto comunista de Lenin y de Hugo Chávez, Pablo Iglesias nos explica con ira su intención de cabalgar nuestras contradicciones españolas, nos venía contando que el terrorismo fue bueno o al menos necesario, llama "perspicaces" a los criminales de ETA, e insiste en que la actual Venezuela es un paraíso de libertades y riqueza en manos del pueblo.

La segunda tragedia, de salud pública, empieza en febrero de 2020 ,cuando el Gobierno de España fracasa en la prevención sanitaria de la epidemia Covid-19. No logra articular e incluso retrasa indebidamente medidas de contención de las infecciones. No consigue acopios de test ni de otros materiales médicos necesarios. Y el sistema sanitario español, del que nos sentíamos tan orgullosos, revela ser la suma desagregada de 17 servicios de salud de comunidades autónomas. Llevamos entre todos más de 40.000 fallecidos imputables al virus, con el peor resultado de gestión en el mundo desarrollado. Sin la prevención adecuada al principio del año evitando riesgos que ya eran conocidos, los tramos finales quedan desbordados y ni los médicos ni el personal sanitario, auténticos héroes de la nación, pudieron impedir la mortalidad catastrófica de marzo y abril.

La tercera tragedia, social y económica, se inicia en marzo de 2020 y es la que tenemos en curso. No sabemos cuándo ni cómo acabará. Más valdrá que la epidemia no rebrote y que la recuperación social sea rápida, aunque los datos laborales y económicos de España no hacen ver que lleguemos enteros al año próximo. El estado de alarma termina en junio de 2020. Pero el dinero se acaba. El verano no va a ser verano. El otoño será crítico, es posible que de hambre como mínimo. El invierno no sabemos cómo nos alcanzará. Por si acaso las declaraciones de insolvencia y concursos de acreedores han sido aplazados legalmente hasta el 31 de diciembre de 2020, como si el año en curso hubiera dejado de pasar.

España ha retrocedido súbitamente varias décadas, a épocas en que éramos un país de corte catastrófico, donde la situación política general era una chapuza despótica y sanguinaria, los asuntos sociales y de riqueza parecían condenados a salir mal una y otra vez o solo a favor de algunos, la cultura se limitaba a la lengua y buen español era quien emigraba.

El actual panorama de tres tragedias simultáneas suscita muchas preguntas. Una es ¿cómo ha logrado el partido socialista convertirse en una especie de gafe estructural, cuando la derecha está igualmente dividida y gira sobre sí misma sin ton ni son y sin líderes apreciables? Pedro Sánchez no debe andar muy lejos de esa pregunta, si su cabeza piensa algo más que flotar como sea en el poder. Hasta ahora no conocemos su respuesta. Aunque tanto vaivén como dice y hace, donde vale tanto algo como lo contrario según convenga, muestra una cabeza hueca. Con buenas formas pero sin fundamento alguno. Y sujeto a quien le insufla el viento en cada momento.

Que había una primera contaminación nacionalista, ya lo sabíamos desde hace mucho tiempo. El partido socialista se contaminó antes y con más simpatía por los nacionalistas ante el adversario común del franquismo. Pero el Partido Popular, con los años, no le anduvo a la zaga y llegó también a pactos y dejaciones inverosímiles con nacionalistas vascos y catalanes. De ambos nacionalismos, por cierto, los datos demográficos siguen cayendo a plomo y son graves ejemplos de decadencia de sus poblaciones e identidades al cabo de 40 años de sus respectivos Gobiernos autonómicos entre 1980 y 2020. Veremos esos detalles cuando termine el año actual.

Que llegase una segunda y más reciente contaminación totalitaria, comunista con añoranzas estalinistas desde el pacto con Unidas Podemos y su ascensión al Gobierno, no lo creemos ni aun frotándonos los ojos ante los desvaríos populistas y despóticos que vemos y sufrimos. No lo queremos. ¿Qué hace el partido socialista con sus órganos de debate y decisión volatilizados y convertidos en apéndices de aclamación? ¿Y todos los militantes y cargos públicos siguen callados y mirando para otro lado? ¿Quizás por miedo? ¿Qué legitimación da una votación telemática entre los militantes respondiendo a una pregunta sin alternativas sobre la gobernabilidad del país? ¿Nos jugamos en esa ruleta trucada la Constitución, la igualdad y nuestras libertades? ¿Y ahora también la miseria?

El país está destruido y no puede girar más a la izquierda. Nos estamos yendo a pique y resultamos incomprensibles desde el exterior. ¿Alguien nos va a ayudar? España no se arregla eliminando gente. La asistencia social, lo más urgente, empieza a ser una gran mentira que se dice pero no funciona cuando el dinero prometido no está o no llega a tiempo. El caudal no alcanza para tantos ERTEs, parados y pensiones, y los desasistidos quedan sin nada. Las inversiones públicas podemos olvidarlas por muchos años, y por tanto sus empleos.

Si algo se soluciona será virando hacia el centro, encontrando una mínima concordia entre españoles que somos todos, pactando esfuerzos colectivos, evitando polarizaciones y venganzas. El partido socialista, si hay alguna cabeza que lo dirige, debería soltar peso muerto y girar sin perder más tiempo, antes de que nos estrellemos contra nosotros mismos. Y contar con Europa antes de que sea imposible.

Fernando Múgica es abogado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *