Las tres valientes

Este es un extracto de 'Volver a pisar las calles', libro que analiza el movimiento por la cooperación internacional y la justicia social en España y el mundo, pasando por revoluciones, como la sandinista.

Este lunes ventoso de marzo [día 1], entre las ramas secas se nos ha ido volando también Ernesto Cardenal. Uno de esos compañeros de viaje a los que me refiero en Volver a pisar las calles, pero de los que supieron abandonar las vías muertas y avanzar por la senda más larga y difícil. No cayó prisionero de las fidelidades terrenales, ni de los iconos impresos en T-shirts postmodernas, ejerciendo la crítica y la lucidez hasta el final. Entrevistamos a su hermano Fernando quince años atrás, con motivo de un documental sobre la cruzada de alfabetización en Nicaragua. Ambos estaban ya cuestionados tanto por un sandinismo a punto de asaltar de nuevo el poder, como por la curia vaticana, que se vengó de ellos alejándolos del culto, en el caso de Ernesto hasta la llegada del Papa Francisco.

Mientras Ernesto siguió escribiendo después de su paso por el gobierno revolucionario, a Fernando, que partió con otro vendaval hará algunos años, le marcó aquella gigantesca movilización juvenil que supuso la cruzada. Recuerdo que en todas nuestras conversaciones apelaba al poder de la movilización estudiantil, como una especie de fórmula mágica contra la ceguera. Sospecho que murió anhelando volver a ver todos los prodigios de aquellos días, pero convencido de distinguirlos claramente de los despojos en los que se convirtió aquella revolución. Quizás era eso lo más difícil: transmitir toda la ilusión que necesitamos para movilizarnos, aceptando que hay que reconstruirlas a cada paso.

Escribí Volver a pisar las calles, un libro sobre los últimos años del movimiento internacionalista en Cataluña y España, para estos días de viento. Parecen llevárselo todo y cambiarlo de sitio, aunque también consigan limpiar el aire y dejarnos ver mejor.

Ha pasado más de un cuarto de siglo de la firma de los Acuerdos de Paz en Chapultepec (México DF), cuarenta años desde que triunfara la revolución sandinista, sesenta desde que aquellos barbudos entraran en La Habana. Probablemente nos hemos hecho a los procedimientos administrativos pero lo que ha costado algo más es actualizar la lectura de algunos procesos y aceptar los caminos que ha tomado, en ocasiones lejanos a las esperanzas y la solidaridad que despertaron en su momento.

En junio del 2018, meses después de las protestas contra Ortega y Murillo en Nicaragua, y en medio de la represión perpetrada por su gobierno, miembros del movimiento estudiantil y civil organizaron un gira por Europa que acabó recalando en Barcelona y en otros ciudades del Estado. Una gira para explicar en primera persona qué estaba pasando en nuestra nicaragüita, aunque también para poner pies en polvorosa en algunos casos, volver era exponerse a una captura segura por parte de la policía.

Recuerdo a aquellas tres muchachas valientes sentadas ante un aforo divido ante los últimos acontecimientos, confundido por noticias contradictorias y atormentado por no saber a quién creer. ¿Cómo no apoyar al Frente Sandinista, después de todo lo vivido, trabajado y sufrido juntos?¿Cómo no continuar creyendo en la última de las revoluciones, tal y como las conocimos? Las consignas de que aquellas barricadas de adoquines de concreto eran un contubernio imperialista había calado en muchos compañeros y compañeras allí presentes, sobre todo los que habían estado en contacto con el sandinismo más al principio. Izquierda Unida lanzó una proclama para explicar la situación bajo la óptica de la teoría del golpe blando, de viaje por las Américas desde que fuera puesta en marcha en Venezuela y desplegada con éxito en Honduras. El grupo municipal de las CUP en Barcelona no se avino a firmar una declaración de rechazo contra la represión, adoptando sin duda el relato de la conspiración extranjera, pese a la indignación de compañeras notables, en la formación y en la historia de la cooperación catalana, como Gabriela Serra, diputada en el Parlament.

Y sin embargo, allí estaban aquellas tres valientes, dando la cara ante propios y extraños, nicas exiliados e internacionalistas locales. Contando la historia de un país que en un suspiro se había ido a la mierda, o que no habíamos sabido ver que cogía ese camino, embelesados por los avances materiales de los últimos gobiernos sandinistas. Si hubiéramos hecho caso a las organizaciones feministas, denunciando el retroceso de los derechos de las mujeres y la persecución que sufría, o tomado en consideración los abusos autoritarios de los que hablaban los periódicos, quizás no nos habría sorprendido tanto que los jóvenes estudiantes, de nuevo, se tomaran las calles.

Pero la imagen del triunfo por encima de todo, del orgasmo de la batalla final, sigue colmando la idea construida de la revolución para mucha gente. Así que todo vale por esa fotografía de libertadores pertrechados de armas a lomos de un blindado, ocupando plazas y avenidas. El triunfo y el poder justifican mirar a otro lado, el bloqueo imperialista y sus upgrades pueden aclarar cualquier duda y reconfortarle, camarada. "¿Yo que me crié leyendo el Granma? ¿A mí me van a decir que la embajada gringa me da órdenes?", espetaba a la fracción de público incrédulo una de aquellas muchachas. "¿Ustedes creen que en medio de los disparos, ocultas tras las barricadas, hemos tenido tiempo de pensar en un programa de gobierno?", contestaba a quienes demandaban por las alternativas al poder sandinista.

Desde luego, uno volvería a quedarse prendado una y mil veces de tanto coraje y dignidad.

Miquel Carrillo es vocal de coherencia de políticas de la Coordinadora estatal de ONGD Autor de Volver a pisar las calles. Internacionalismo, cooperación y justicia global para el siglo XXI, Icaria Editorial.

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