'Las troyanas' de Mario Gas

"Los siglos pasan, los conflictos permanecen..." Así empieza Mario Gas la nota para el programa de su puesta en escena de Las troyanas, la magna obra de Eurípides que, después de triunfar en el teatro romano de Mérida y el Grec de Barcelona, ahora llega a Madrid. Viendo esta tragedia compuesta hace casi 2.500 años --se estrenó en el 415 a.C.--, uno se pregunta si el ser humano será capaz por fin un día de aprender la lección de los desastres de la guerra acumulada a lo largo de los milenios, y dejar de comportarse como un títere desmemoriado en manos del megalómano de turno con su inquebrantable apetito de poder y dominio. ¿Para cuándo la razón, la mesura, la componenda, la solución de compromiso, la buena fe? ¿La sensatez? ¿El razonable escepticismo (otro invento griego)?

La acción de la tragedia de marras se sitúa justo después de la caída de Troya, gracias al innoble ardid del caballo de madera. Han muerto todos los defensores de la ciudad, no queda con vida un solo líder, y, en el momento más desgarrador de la obra, el pequeño hijo de Andrómaca (la viuda de Héctor) es arrancado de los brazos de su madre para ser arrojado al vacío desde lo alto de una torre. Son las escenas que siempre ocurren después de las guerras, producto de la insaciable sed de venganza de los ganadores y cuyas principales víctimas, como siempre, son las mujeres. Mujeres, en este caso, que han perdido todo y que, sorteadas y repartidas entre los oficiales griegos, morirán --esclavas, concubinas y criadas-- en el exilio, sin volver a respirar jamás el aire de la patria.

Un castigo fulminante les espera a los griegos, sin embargo. Al profanar, olvidadizos, un altar de Atenea, han provocado la rabia de la diosa, antes propicia, que, en la primera escena de la obra, planifica con Poseidón, dios del mar, la destrucción de su flota durante la tan anhelada vuelta a casa. El dramaturgo nos está indicando que, a la larga, la guerra destroza no solo a los perdedores, sino a quienes creen, con vanagloria, que el triunfo les permite la perpetración impune de todos los abusos.

Eurípides estaba bien informado acerca del horror de la guerra, como señala Ramón Irigoyen, responsable de la hermosa versión española de la obra con la cual han trabajado Gas y su elenco (publicada por Alianza). Concretamente, el año antes de que estrenara su tragedia, los atenienses, tras vencer a los habitantes de la isla de Milos, pasaron a cuchillo a todos los varones sobrevivientes, vendieron a sus mujeres y niños como esclavos, y se entregaron a una orgía de pillaje. El dramaturgo, como Goya muchos siglos después, tomó buena nota y actuó --escribió-- en consecuencia.

Maravillosa su orquestación de las conmovedoras voces femeninas de la pieza, del ir y venir de lamentaciones y diatribas entre el coro y los personajes principales. Y bellísimo el despliegue de estas voces en el fabuloso montaje del director del Teatro Español. Gloria Muñoz, sobre todo, es inolvidable en el papel de Hé- cuba, máxime cuando rebate el razonamiento de Helena (Clara Sanchis), que achaca la responsabilidad de la guerra a las diosas Hera, Afrodita y Atenea, e insiste en que ella no ha sido más que una víctima de tejemanejes divinos. ¿Somos dueños de nuestros actos, de nuestras decisiones? Eurípides, a través de Hécuba, nos dice que sí. Helena miente. Hay algo que se llama honradez.

Me fue difícil, viendo Las troyanas, no recordar, por analogía, la tragedia sobrevenida al pueblo español tras la victoria de Franco en 1939. ¡Cuánto inmisericorde revan- chismo! ¡Cuántas fosas comunes hoy todavía sin localizar y abrir! ¡Y cuánto cinismo de la derecha de siempre al seguir acusando de "remover odios" a quienes solo reivindican el derecho a recuperar el conocimiento del pasado, a dar digno entierro a los inmolados!

Fue imposible, además, no tener tenazmente presente el horror de lo ocurrido esa misma tarde en el aeropuerto de Barajas. Antes de que empezara la representación, Mario Gas explicó desde el escenario que, tras debatir la posibilidad de suspender la obra, habían decidido por unanimidad seguir adelante, dado su tema rotundamente antibélico y solidario.

Durante el momento de silencio que nos pidió a continuación, muchos reflexionaron, me imagino, sobre la relación de la catástrofe que acababa de ocurrir en Madrid con el tema de la inexorabilidad del destino, tan desarrollado en las tragedias griegas, una de las cuales íbamos ahora a presenciar. Las criaturas que subieron al MD-82 creyendo que salían de vacaciones, el mal agüero del primer despegue abortado, la conjunción de otras circunstancias adversas, el intento de los pilotos de evitar lo tal vez ya inevitable... ¿no parecían elementos sacados de tan larga tradición dramática? La coincidencia era escalofriante.

Salí de Las troyanas sintiendo honda compasión por esas pobre mujeres, y reafirmado en el más absoluto rechazo de la brutalidad humana. He aquí gran teatro, teatro necesario, teatro catártico, teatro antiguo para hoy mismo.

Ian Gibson, escritor.