Las UCI tras un año de pandemia: retos y mejoras

Un enfermero vestido con el Equipo de Protección Individual (EPI) atendiendo a un paciente afecto de COVID-19. Rafael-Jesús Fernández Castillo, Author provided
Un enfermero vestido con el Equipo de Protección Individual (EPI) atendiendo a un paciente afecto de COVID-19. Rafael-Jesús Fernández Castillo, Author provided

Hace poco se cumplía el primer aniversario desde que un virus desconocido hasta la fecha paralizó nuestras vidas a nivel mundial. Aunque había antecedentes de otras pandemias, nadie hubiera imaginado que el reloj sociocultural se pararía en seco por el virus del SARS-CoV-2.

Quizás la parte más dura se la han llevado las unidades de cuidados intensivos (UCI) de los hospitales. La situación los ha enfrentado a una situación de gran carga emocional, la cual ha influido sobremanera en la vivencia personal y profesional de todos y cada uno de quienes trabajan en ellas. En concreto, las enfermeras, como especialistas en la administración de cuidados a los pacientes, han tenido y tienen mucho que contar.

La dificultad de atención en las UCI al inicio de la pandemia

Nada más empezar la pandemia, la incertidumbre acerca de los efectos y las consecuencias del virus hizo mella a todos los efectos en las UCI. Así lo comprobamos en un estudio colaborativo entre la Universidad de Sevilla y la UCI del Hospital Universitario Virgen Macarena que buscaba explorar las experiencias de las enfermeras en UCI durante la primera ola de COVID-19.

El estudio sacó a la luz que la humanización en la asistencia sanitaria, con protocolos como la ampliación de visitas de los familiares, se vió mermada al priorizar otros aspectos emergentes que ponían en peligro la vida de los pacientes. El aislamiento necesario para evitar el riesgo de contagio de los profesionales, sumado a los equipos de protección individual (EPIs), hizo que fuera mucho más complicado proveer una atención integral a los enfermos.

Por otro lado, el miedo de los profesionales, la falta de protocolos específicos y stock de material de protección adecuado, afectaron seriamente a las enfermeras. En este sentido, a la mencionada incertidumbre ante un virus desconocido y muy letal se sumaba temor de los profesionales de contagiar a otras personas de su entorno.

De hecho, la situación vivida hizo que muchas profesionales de la enfermería necesitaran ayuda psicológica y vieran disminuida su capacidad de trabajar como antes.

El temor a lo desconocido aumentó los sentimientos negativos, favoreciendo la aparición de emociones nunca vividas en el entorno de la UCI. A lo complicado de la situación, se sumó la poca formación específica en UCI del personal de nueva incorporación. Enfermeras de otras áreas trasladadas a UCI y profesionales sin experiencia clínica previa acabaron convirtiéndose en víctimas de la pandemia al no poder desenvolverse con soltura.

La pandemia en las UCI hoy: retos y mejoras

Un año después, las UCI siguen trabajando a máxima potencia, actualmente viviendo una tensa calma esperando una posible “cuarta ola”.

Muchas cosas han cambiado desde la primera ola, por experiencia o por necesidad, aunque siguen existiendo retos que superar:

1. Inmunizados y con menos contagios

La vacunación ha ayudado sobremanera a que la carga de trabajo disminuya. La inmunización de la práctica totalidad de la plantilla sanitaria, sumada a la ampliación del conocimiento sobre el COVID-19, ha influido sobre todo en el menor número de contagios entre sanitarios y en el mantenimiento de una plantilla de trabajadores estable.

2. Burnout

El “síndrome del quemado” sigue haciéndose patente en unos profesionales que ven como todos sus intentos por salvar la vida de los pacientes que ingresan en UCI son en vano. Para muchos de ellos, cuidar de un enfermo de COVID-19 supone, en muchas ocasiones, saber que nada va a terminar bien.

3. La creación de una especialidad de enfermería de cuidados críticos e intensivos

Las enfermeras llevamos muchos años demandando esta posibilidad, con prácticas reales en entornos intra y extrahospitalarios que favorezcan la incorporación posterior de personal bien formado. Aunque la evidencia científica avala esta necesidad, los intentos son infructuosos por parte de los dirigentes. Esta especialidad hubiera mermado la carga de trabajo de las enfermeras de equipo habitual que tenían que enseñar a los profesionales de nueva incorporación.

4. Cooperación ciencia y sociedad

Gracias a la ingente cantidad de investigadores e investigadoras de todos los campos científicos dedicados en cuerpo y alma a la COVID-19, podemos decir que se va avanzando poco a poco en el tratamiento de la enfermedad. Sin embargo, sin la colaboración de la población guardando las medidas de seguridad y la atención focalizada de los gestores, nunca podremos abrazar la “nueva normalidad”. Mucho queda por hacer y, sobre todo, mucho queda por aprender.

Dos cosas hemos sacado en claro tras un año de pandemia. Que sin salud no se puede disfrutar de nada; y que, sin enfermeras, los sistemas sanitarios pierden lo más importante: la humanidad de los cuidados.

Rafael Jesús Fernández Castillo, Profesor Cuidados Críticos y Paliativos, Enfermero de UCI, Departamento de Enfermería, Universidad de Sevilla.

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