Las universidades españolas y los «rankings» internacionales

En las últimas semanas la Prensa ha publicado noticias de los rankings internacionales de universidades, destacando el ascenso de la Universidad de Cambridge en alguno de ellos (el «QS World University Ranking»), o la buena nueva de que, en otro (el de «The Times Higher Education World University Ranking 2010»), hay dos universidades españolas (la de Barcelona y la Pompeu Fabra) entre las 200 mejores del mundo. En el ámbito universitario español este tipo de clasificaciones genera cierto escepticismo y hasta perplejidad. ¿Acaso las universidades españolas no son suficientemente buenas y no resisten la comparación con las mejores del mundo? Es un hecho conocido, sin embargo, que nuestros egresados en una variada gama de disciplinas gozan de buena fama en el exterior. Muchos de nuestros graduados en ciencias experimentales y biomédicas, por ejemplo, son contratados por centros de investigación en el resto de Europa y en Estados Unidos; nuestros graduados en ciencias sanitarias tienen un reconocido prestigio internacional, y reciben ofertas para emplearse en otros países.

Este tipo de reconocimiento no es ajeno, naturalmente, al espectacular aumento de la producción científica española en las dos últimas décadas del pasado siglo y los primeros años del actual. El último informe (2010) del SIR («Scimago Institutions Rankings») destaca precisamente que las universidades españolas ocupan el 10º puesto en volumen de producción científica a nivel mundial, aunque su repercusión (medida por el impacto de las publicaciones científicas en cada rama del conocimiento) es lamentablemente más débil: estamos en ese caso en el puesto 21. Hay que preguntarse obviamente el porqué de ese desequilibrio. ¿Por qué no hay ninguna Universidad española, por ejemplo, entre las primeras cincuenta, como las hay del Reino Unido, Francia, Suiza, Dinamarca, Japón, además de Estados Unidos, Canadá y Australia?

Recordemos que el fenómeno de los rankings es relativamente reciente, pues fue a finales de 2004 cuando se presentaron los dos primeros rankings internacionales, el británico elaborado para The Times Education Supplement, y el de la universidad china Jiao Tong de Shanghai, aunque año tras año han ido actualizándose con nuevos datos, y se han añadido otras clasificaciones. Si bien ambos fueron realizados de manera independiente, y con criterios distintos, los dos coinciden básicamente en su identificación de las mejores universidades del mundo. El primero clasificaba a 200 universidades de 29 países, usando cinco indicadores; el segundo incorporaba un listado de 502 universidades de 35 países, y usaba seis indicadores para valorarlas. Las diez mejores universidades eran (y siguen siendo) prácticamente las mismas en los dos rankings, aunque a veces ocupen posiciones ligeramente distintas en cada uno de ellos (predominan las norteamericanas y las británicas de Oxford y Cambridge).

Tal vez estemos dispuestos a aceptar de buen grado que no haya ninguna universidad española en ese top ten, pues tampoco hay francesas, o alemanas, o suizas, o escandinavas… pero ¿por qué no entre las cincuenta mejores? La verdad es que un análisis de los modelos con los que se miden las universidades no permite, de manera realista, pensar que podamos acceder pronto a ese listado de cincuenta. Piénsese que, entre los indicadores usados, los que más puntúan (en el caso del ranking del Times) son la opinión de los académicos sobre las universidades que conocen (es decir, el prestigio que tienen o del que carecen) y su productividad científica; o, en el caso del ranking de Shanghai, además de la producción científica y su impacto en la comunidad internacional (mediante citaciones), el número de estudiantes y profesores que han recibido el Premio Nobel (en física, química, medicina, o económicas; pero no en humanidades).

Hay algunos aspectos en los que nuestras universidades ocupan una posición razonable; por ejemplo, en productividad científica, o en la ratio de estudiantes por profesor. Pero hay otros en los que, en términos globales, aún son débiles e incluso muy débiles, como la presencia en nuestras universidades de profesores o investigadores, y estudiantes, extranjeros. Hay que decir, en este punto, que es muy difícil, con el actual sistema de incorporación del profesorado a nuestras universidades, que podamos reclutar a científicos que hayan recibido, o que estén en disposición de recibir, un Premio Nobel en las materias citadas, por ejemplo. La capacidad real de nuestras universidades para hacer contrataciones de ese tipo es muy limitada, dado su modelo de gobierno, pues la presión interna y los recursos económicos disponibles lo dificultan. Por eso es tan necesario que cambien los sistemas de financiación y de gobernanza. Muy posiblemente si esos cambios se hicieran en el sentido en que se han hecho en otras universidades europeas la posición de las universidades españolas en los rankingsinternacionales sería dentro de unos años mucho mejor que la actual.

Hay un dato revelador, y esperanzador, en el reciente «QS World University Ranking» (2010), que sitúa a la Universidad de Barcelona en el puesto 148, a la Autónoma de Barcelona en el 173, a la Autónoma de Madrid en el 213, y a la Complutense en el 269. Se trata de que este ranking indica que el sistema universitario español ocupa la posición 16ª entre todos los del mundo, estando por delante de otros, como Hong Kong, Taiwan, Finlandia o Dinamarca, que tienen, sin embargo, universidades entre las primeras 100 de esa lista de QS. Pero nos aventajan países como el Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda, Suiza, Suecia, Bélgica, e incluso Italia. Para la elaboración de ese listado de países se han tenido en cuenta criterios de posición en el rankinggeneral de universidades, pero también el número de estudiantes universitarios en proporción a la población del país, o la posición de las universidades en proporción al PIB per cápita nacional, etcétera. Es discutible, como dice el propio informe de QS, que Italia se encuentre en el 12º puesto, pero las cifras de estudiantes universitarios de ese país la favorecen en ese caso.

En conclusión, si queremos que los indudables logros y fortalezas de las universidades españolas destaquen internacionalmente, es necesario que se hagan reformas profundas en su sistema de gobierno y de financiación, para que puedan verdaderamente competir con las mejores, tanto en Europa como en el resto del mundo.

Fernando Galván, catedrático de Filología Inglesa y rector de la Universidad de Alcalá.