Las vacas gordas engendran las vacas flacas

Hace 12 años, James Grant, uno de los comentaristas más sagaces de Wall Street, escribió un libro titulado The Trouble With Prosperity [Los problemas de la prosperidad]. El repaso de Grant a la historia de las finanzas reflejaba su correosa teoría de la predestinación económica: si las cosas parecen marchar espléndidamente, se pondrán peor. El éxito inspira demasiada confianza y excesos. Si las cosas parecen ser poco prometedoras, se pondrán mejor. Las crisis generan oportunidades y progreso. Nuestros triunfos y nuestras locuras siguen un ritmo cuyo rumbo, aunque quepa influir en él, no puede corregirse.

Los buenos tiempos alimentan los malos y viceversa. Tener esto presente nos puede ayudar a comprender la confusión y las recriminaciones ante la situación que estamos viviendo en estos momentos. Los hechos asombrosos recientemente acontecidos, como la adquisición de las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac por el Gobierno estadounidense, las inversiones del Departamento del Tesoro de EEUU en bancos privados y las oscilaciones brutales de la Bolsa, nos han sumido en agrios debates. ¿Se ha hecho lo suficiente para proteger la economía? ¿Quién o qué ha causado este desastre?

Los ciudadanos queremos soluciones inmnediatas a los problemas. Reclamamos un mundo de certidumbres morales claramente nítidas, pero el mundo real está inundado de ambigüedades turbias. Así es como está ahora. Empecemos por la preguta más inmediata: ¿se ha hecho lo suficiente? Vamos a ver, ¿lo suficiente, para qué? Si el objetivo es impedir un hundimiento catastrófico del crédito bancario, la respuesta probablemente sea afirmativa.

La semana pasada, el Gobierno de EEUU garantizó prácticamente todos los préstamos interbancarios (los préstamos que se hacen los bancos entre sí) y presionó a los nueve bancos más importantes para que aceptaran 125.000 millones de dólares de una inyección de confianza. En conjunto, estas medidas hacen más fácil que los bancos presten y tomen prestado. Hay menos necesidad de acumular dinero en efectivo. Ahora bien, si el objetivo es vacunarnos contra la recesión y contra nuevos problemas financieros, la respuesta es negativa.

Probablemente, EEUU haya entrado ya en recesión. En septiembre, las ventas al por menor cayeron un 1,2%. El hundimiento de la vivienda, los precios más altos del petróleo (ahora a la baja), la pérdida de puestos de trabajo y la debilidad de las acciones han dejado maltrecha la confianza. Es posible que en el tercer trimestre haya caído el gasto de los consumidores por primera vez desde 1991. Se ha vuelto más difícil conseguir un crédito porque se han endurecido las anteriores condiciones poco rigurosas de concesión de créditos. El desempleo, ahora en el 6,1%, habrá alcanzado posiblemente el 7,5% o más a finales del año próximo.

Similares reservas cabe aplicar a los peligros financieros. «Estados Unidos dispone de un sistema financiero de grandes dimensiones al margen de los bancos», afirma el economista Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago. Piénsese, por ejemplo, en los hedge funds (fondos de cobertura de riesgos). Administran unos dos billones de dólares y dependen en muy gran medida de dinero prestado. Han experimentado amortizaciones muy cuantiosas (43.000 millones de dólares en septiembre, según el Financial Times). Vender bajo presión puede desestabilizar los mercados. Se está produciendo, además, una hemorragia global. Valga como ejemplo el hecho de que la Bolsa de Brasil ha perdido prácticamente la mitad de su valor desde la primavera.

En esta situación tan fluida, hay una cosa que sí se puede predecir: la crisis va a dar lugar a toda una industria casera de intelectuales, periodistas, expertos, políticos y blogueros repartiendo culpas a diestro y siniestro. ¿Es Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal, responsable de haber mantenido los tipos de interés excesivamente bajos y de no haber impuesto unas normas más estrictas al crédito hipotecario? ¿Vio venir esta crisis con antelación el secretario del Tesoro con Clinton, Robert Rubin? ¿Fueron los ideólogos republicanos del libre mercado los que dejaron campar a sus anchas a los codiciosos individuos de Wall Street?

Algunas cosas que se cuentan son puras fantasías. Después de abandonar el Gobierno, Robert Rubin aterrizó en el Citigroup como uno de sus máximos ejecutivos. Fue incapaz de identificar los avales de las hipotecas tóxicas como un gran problema dentro de la propia cartera de inversiones del banco. No resulta verosímil pensar que hubiera detectado eso mismo en Washington. Como demuestran informaciones recientes publicadas en los diarios The New York Times y The Washington Post, el Gobierno de Clinton apoyó sin reservas las desregulación financiera que ahora los demócratas denuncian poniendo el grito en el cielo.

Lo de Greenspan es más peliagudo. Son legítimas las críticas a su resistencia a una regulación más rigurosa de los préstamos hipotecarios, pero la historia de su política de bajos tipos de interés es más complicada. Ciertamente, el tipo de los fondos de la Reserva Federal a un día cayó al 1% en el año 2003 para compensar los efectos del estallido de la burbuja tecnológica y los atentados del 11 de septiembre del 2001. Aun así, la Reserva Federal empezó a elevar los tipos a mediados del 2004. Desgraciada y sorprendentemente, no se vieron secundados por los tipos de interés de las hipotecas a largo plazo (unos tipos que fija el mercado), lo que suponía que estaban más baratos que los de la Reserva Federal, fenómeno que se suele atribuir a la entrada de capital barato de China y de otros países asiáticos.

Aquí hay una lección más general. Cuando las cosas van bien, todo el mundo quiere subirse al carro. A los escépticos se les considera unos locos. Para el Gobierno, como para cualquiera, resulta difícil decir «¡Eh, chicos! ¡Esto no va a durar siempre!». Mientras fue engordando el boom de la vivienda, el precio de las casas de segunda mano se incrementó en un 50% entre los años 2000 y 2006. Los banqueros de inversiones empaquetaban préstamos dudosos dentro de títulos opacos. Al final, para su mal, esos mismos banqueros se quedaron muchos créditos malos. Prácticamente no hubo nadie que no diera por hecho que los precios de las viviendas seguirían subiendo eternamente, por lo que se consideró que los riesgos eran mínimos. El Congreso autorizó a Fannie y a Freddie a funcionar con un capital escaso. El Congreso incrementó asimismo el porcentaje de hipotecas de ambas sociedades que tenían que ir a parar a compradores de rentas bajas y medias, que pasaron de un 40% en 1996 a un 52% en 2005. Eso es lo que fomentó los préstamos hipotecarios basura.

Así pues, se confirman las tesis de Grant. Atravesamos ciclos en los que nos hacemos vanas ilusiones, en unas ocasiones dejándonos llevar excesivamente por el vértigo y en otras dejándonos llevar excesivamente por el pesimismo. El consuelo es que la génesis de la siguiente recuperación late por lo general entre las ruinas de la última recesión.

Robert J. Samuelson, periodista y columnista del periódico estadounidense The Washington Post.