Las variedades de la experiencia populista

La decisiva derrota de Marine Le Pen a manos de Emmanuel Macron en la segunda vuelta de la elección presidencial francesa fue una importante victoria para la Europa liberal. Pero fue una batalla, no la guerra. Hace muy pocos años, la idea de que uno de cada tres ciudadanos franceses votaran por Le Pen, del Frente Nacional, era inconcebible.

Los comentaristas han puesto el rótulo de “populista” a la ola de política demagógica que barre Europa (y gran parte del mundo). Pero más allá de la estridencia común a todos los movimientos populistas, ¿qué más comparten? Podemos (en España) y Syriza (en Grecia) son de izquierda. El Frente Nacional francés, el Partido por la Libertad neerlandés y Alternativa para Alemania son de derecha. Beppe Grillo, líder del Movimiento Cinco Estrellas italiano, dice que su partido no es de derecha ni de izquierda.

Y sin embargo, hay ciertos temas que se repiten en todos ellos: nacionalismo económico, protección social, antieuropeísmo, antiglobalización y hostilidad no sólo hacia el establishment político, sino hacia la política misma.

Para comprender las posibles derivaciones respecto de la política europea, pensemos en la historia del fascismo. Benito Mussolini, fundador en 1919 del fascismo italiano, comenzó siendo un socialista revolucionario. Y no olvidemos, en Alemania, que la palabra “nazi” era abreviatura de “Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán”.

Al principio, el fascismo era un movimiento nacionalista y anticapitalista. Más tarde confinó sus ataques al capitalismo liberal, especialmente representado en las “finanzas internacionales”. Y esto no tardó en derivar al antisemitismo (lo que el socialdemócrata alemán August Bebel denominó “el socialismo de los tontos”). El fascismo europeo se derrumbó con la derrota de Alemania en 1945, pero sobrevivió en otros lugares en formas menos agresivas, por ejemplo en Argentina con el peronismo.

La base social del fascismo de entreguerras daba motivos para verlo como un partido de derecha. En aquel tiempo, el apoyo de la clase trabajadora a partidos de izquierda estaba garantizado, y el único espacio político disponible para el fascismo era la pequeña burguesía: comerciantes, pequeños empresarios y empleados públicos de baja jerarquía.

Hoy, la base social de la izquierda se desvaneció. La clase trabajadora tradicional desapareció: los partidos socialdemócratas y los sindicatos son sombras de lo que fueron. Esto implica que los populistas de izquierda se ven obligados a competir con los populistas de derecha por el apoyo de exactamente los mismos colectivos que en entreguerras se volcaron al fascismo: jóvenes varones desempleados, “gente común” que se siente amenazada por la “oligarquía” de banqueros, cadenas de suministro globales, políticos corruptos, remotos burócratas europeos y toda clase de “peces gordos”. Los populistas de hoy, cualquiera sea su orientación política, coinciden cada vez más no sólo en la elección de sus potenciales simpatizantes, sino en la de sus enemigos.

¿Cuánto espacio hay para que el populismo siga creciendo, y qué variedad (la socialista o la fascista) atraerá los votos disponibles?

La respuesta general a la primera parte de la pregunta se dio en la campaña electoral del expresidente estadounidense Bill Clinton en 1992: “Es la economía, estúpido”. La UE ha sido entre los grandes centros económicos del mundo el que tardó más en recuperarse de la recesión posterior a 2008. En Francia, la tasa de desempleo es 10%. El desempleo juvenil es alrededor de 24% en Francia y 34% en Italia; esto crea condiciones favorables para el proselitismo de extrema izquierda y extrema derecha.

Aunque Macron no es un fundamentalista del equilibrio fiscal, quiere reducir el déficit del Estado francés de 3,4% a 3% del PIB, a tono con el tope fijado por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE (hay 120 000 funcionarios públicos en la mira). También quiere introducir un paquete de estímulo económico de 50 000 millones de euros (55 000 millones de dólares) y extender el Estado de bienestar.

Para que las cuentas cierren, Macron necesita crecimiento, y para lograrlo apunta a implementar reformas del lado de la oferta, entre ellas, reducir el impuesto a la renta de las corporaciones de 33% a 25% y eximir del impuesto al patrimonio las inversiones financieras. Macron es un crítico declarado del proteccionismo, y promoverá el Acuerdo Económico y Comercial Global entre la UE y Canadá, y la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión con Estados Unidos. Su apoyo a la “ley El Khomri” (que facilita el despido de trabajadores) y su oposición a la semana de 35 horas indican que su intención es aumentar la “flexibilidad” del mercado laboral francés.

Pese a su retórica de “economía verde” y los llamados a un programa paneuropeo de inversiones, la agenda de Macron es básicamente neoliberal, y espera que si se implementa en el nivel europeo, impulsará no sólo la economía francesa, sino la de toda Europa.

Pero es más probable que esas reformas perjudiquen a todos en Europa y den a los populistas la oportunidad que buscan. En ese caso, ¿qué clase de populistas saldrán beneficiados?

El economista Dani Rodrik analiza el atractivo del populismo y sostiene que democracia, soberanía nacional y globalización económica son mutuamente incompatibles; de las tres cosas, hay que renunciar a una. Muchos votantes en Europa y Estados Unidos sienten que la globalización los perjudica, así que los partidos populistas con un discurso nacionalista agresivo tienen ventaja sobre sus rivales.

Visto en esta perspectiva, a Le Pen la beneficia haber perdido contra Macron, que encarna a la élite globalista, se muestra blando en materia migratoria y (suponiendo que su nuevo partido político no consiga la mayoría en la elección parlamentaria del mes entrante) necesitará apoyo de los partidos tradicionales. Es pues muy posible que en los próximos cinco años las figuras del establishment hagan causa común en torno de políticas que fracasarán, lo que dará a Le Pen un blanco perfecto para la campaña presidencial 2022 del Frente Nacional.

Es verdad que en Francia no faltaría apoyo para un programa de izquierda. En la primera vuelta de la elección presidencial, cerca del 20% de los votantes respaldó al populista de izquierda Jean-Luc Mélenchon. En la segunda vuelta, hubo en Twitter un hashtag particularmente significativo: #NiPatronNiPatrie (“ni patrón ni patria”), evidencia de la insatisfacción de muchos votantes con tener que elegir entre el neoliberalismo y el nacionalismo. Compete a la izquierda dirigir la atención hacia los aspectos realmente problemáticos de la globalización económica (la financierización, la priorización del capital respecto del trabajo, del acreedor respecto del deudor, del patrón respecto del ouvrier) sin caer en una política reaccionaria.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. Traducción: Esteban Flamini.

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