Las Vegas con cachirulo

Más de 700 personas de la denominada sociedad civil acompañadas de unos 180 periodistas se reunieron en un céntrico local zaragozano para escuchar de las bocas de importantes autoridades políticas una buena nueva: la próxima construcción de un segundo Las Vegas en tierras aragonesas que llevará el muy baturro nombre de Gran Scala. El macroproyecto, diseñado por 16 promotores de diversas nacionalidades, después de ser ofrecido con nula fortuna a países muy dispares, parece haber encontrado su acomodo definitivo en las casi desérticas tierras de los Monegros.

Los cronistas del acto de presentación, que algunos calificaron de fastuoso como lo fue el suculento piscolabis que a su término se ofreció, hablan de auténtica y generalizada euforia. Parece que, llevado por ella, el presidente de la comunidad aragonesa afirmó textual e hiperbólicamente en su intervención que "Gran Scala será el escaparate de Aragón ante el mundo".

El proyecto es espectacular. Sobre unas 2.000 hectáreas se erigirán 32 casinos, 70 hoteles, 232 restaurantes, 500 comercios, una plaza de toros, más un conjunto de parques temáticos que incluirán una réplica del Pentágono en la que se podrá jugar a espías. No faltará, naturalmente, el inevitable campo de golf. Se creará una auténtica ciudad de 100.000 habitantes, y las expectativas hablan de 25 millones de visitantes anuales. Para que estas cifras sean realidad, las condiciones previas a cumplir son de dos tipos. Las primeras, de carácter legal y administrativo, como la recalificación de los terrenos o la modificación de la normativa sobre casinos. Las segundas son la construcción de costosas infraestructuras, que van desde las carreteras y la traída de agua hasta una estación del AVE, sin que por ahora se conozca el importe que comportan. En palabras del portavoz de los promotores, "de todo esto se encarga el Gobierno de Aragón".

Este asume así un importante compromiso que esperamos que no empezará a ejecutar hasta tener las plenas garantías de que los promotores disponen de los 17.000 millones de euros que deben aportar para hacer tangible lo que ahora está en el papel. No fuera a ser que después de hacer el esfuerzo todo acabara en aguas de borrajas.

No quisiera pecar de aguafiestas pero no puedo negar que son muy fuertes los recelos que el proyecto me provoca. Primero, porque los antecedentes demuestran que el trasplante a Europa de los modelos lúdicos norteamericanos suele conducir a sonados fracasos que ahora no es preciso enumerar. Segundo, porque no parece que los puestos de trabajo que creará generen mucho valor añadido ni respondan a la necesidad de elevar el nivel tecnológico y el capital humano de nuestra economía. Figurantes disfrazados de hombres de cromañón, de romanos o de caldeos, crupiers y camareros no son precisamente ejemplos paradigmáticos de la sociedad del conocimiento. Tercero, porque el impacto ambiental que provocará es muy importante. Sorprende que no se haya encontrado una vía más respetuosa con el entorno, que no rompa tan brutalmente su demografía, para mejorar las condiciones de vida en los Monegros.

Finalmente, ya sé que contra gustos no hay nada escrito. Pero también suele decirse que hay gustos que merecen palos. A los ojos de muchos europeos, Las Vegas es un exótico paradigma de una peculiar, por utilizar un eufemismo, estética norteamericana. Es un monumento de cartón piedra, un himno a la falsificación y a la superficialidad, que, sin duda, vale la pena visitar para apreciar los disparates que una sociedad rápidamente enriquecida puede llegar a cometer. Pero en modo alguno es un ejemplo a clonar en un entorno con tradiciones y valores muy distintos, hecho que incrementa su posibilidad de fracaso.

Cuando Berlanga rodó su Bienvenido, Mister Marshall, España era un país atrasado. No resultaba, pues, extraño que todo los habitantes de un pequeño pueblo, con su alcalde al frente, se disfrazaran ridículamente de bailaores flamencos para conseguir que unos norteamericanos que por él habían de pasar dejaran unos cuantos dólares con los que salir de la miseria. Hoy, 50 años después, las condiciones son muy distintas. Nuestro nivel de vida, nuestro potencial económico y tecnológico nos obligan a dedicar nuestros recursos a la creación de puestos de trabajo que no comporten conductas similares a las de los personajes de Berlanga.

Naturalmente, habrá quien piense de manera distinta. Pero seguro que muchos coincidirán en que, gracias a Dios, Aragón tiene cantidad de monumentos históricos, de bellezas naturales y de legados dejados por personajes de la talla de Goya o de Luis Buñuel que constituyen un escaparate de mucho mayor calado que el de un remedo del psicodélico Las Vegas donde unos aprendices de ludópata son distraídos y atendidos por personas obligadas a celebrar todo el año el Carnaval.

Antonio Serra Ramoneda, presidente de Tribuna Barcelona.