Las veinte banderas

Ignacio Camuñas Solís, el ministro para las Relaciones con las Cortes del Gobierno de Suárez, al que Umbral llamaba «Nacho de noche», quizás por su aspecto juvenil de entonces y por ser motero, publicó el pasado 13 de febrero una Tercera en el ABC a la que quiero prestar toda mi atención porque lo que en ese texto denuncia no puede pasar desapercibido para nadie que se preocupe hoy por la salud política de España.

Parte Camuñas, en su sugerente Tercera, del escándalo que le produjo la «foto de familia» de los presidentes de las comunidades autónomas en la conferencia que tuvo lugar en el Senado el pasado mes de enero. Una escándalo que no se debía a la imagen de los presidentes autonómicos, Rajoy, García-Escudero, Soraya Sáenz de Santamaría o del Rey, sino al ondear de veinte banderas, las de las comunidades, más las de Ceuta y Melilla y, como una más, la de España, que se encontraban detrás de los protagonistas.

Las veinte banderasEsas veinte banderas alineadas como si fueran las de «una importante conferencia internacional, quizá del área Asia-Pacífico» servían al exministro para desarrollar una serie de reflexiones sobre nuestro Estado Autonómico que no tienen desperdicio, y con las que es difícil no estar de acuerdo en gran medida.

A Camuñas, y a cualquiera, le chocaba que a esa reunión, convocada para hablar de financiación autonómica, no hubieran ido los presidentes de Cataluña y País Vasco, como si eso de la financiación no fuera con ellos.

Esa profusión de banderas, las más de ellas inventadas deprisa y corriendo para dar vida al Estado Autonómico, y ese desprecio con el que los representantes de Cataluña y País Vasco tratan, precisamente, a ese Estado Autonómico, nos deberían obligar a pensar si esa invención es útil hoy para los españoles.

Porque el Estado Autonómico fue un invento –con la perversión del «café para todos» incluida– que pretendía diluir las ansias que los nacionalistas catalanes y vascos tienen, desde finales del XIX, en un Estado como el que representado en la foto, un Estado de veinte banderas.

Y hay que reconocer sin paliativos que ese primer objetivo, que los nacionalistas catalanes y vascos se encuentren a gusto dentro de la gran Nación española, no se ha logrado, sino todo lo contrario. Y no hace falta insistir en cuál es la actual situación catalana para demostrarlo.

Al mismo tiempo, el «café para todos», ha desembocado, como dice Camuñas en un «Estado innecesariamente complejo que nos cuesta un ojo de la cara mantener».

Creo que ya es hora de decirlo tan claramente como lo dice el autor de este artículo valiente. La indiscutible variedad de las tierras de España no es razón suficiente para mantener 17 gobiernos, 17 parlamentos (con 1.248 diputados), 17 tribunales superiores de Justicia, y un montón de organismos multiplicados por 17. Por no mencionar la maraña de legislaciones y normativas que las 17 Comunidades producen, que se acerca al millón de páginas anuales, que se dice pronto.

¡Tantas diferencias hay entre un asturiano, un murciano, un leonés, un andaluz, etc, como para justificar este Estado carísimo que no ha solucionado el único problema que tenía que solucionar!

En abril de 2012 Rajoy estaba empezando a dar sus primeros pasos como presidente del Gobierno y, como tal, me convocó a una reunión oficial en La Moncloa para que yo, como presidenta de la Comunidad de Madrid, le expusiera los problemas de la Comunidad y le diera mis ideas para salir de la crisis, que estaba entonces en un momento álgido.

En esa entrevista, cordial como lo son todas con Rajoy, y desde mi experiencia entonces de nueve años al frente de Madrid, vine a decirle que sería bueno que se empezara a desmontar el inmenso tinglado del Estado de las Autonomías y que el Estado podría empezar a recuperar competencias. Incluso llevé un estudio, no muy exhaustivo pero sí riguroso, que cifraba en más de 50.000 millones de euros los que se podrían ahorrar si España fuera un Estado con sólo las autonomías de Cataluña, País Vasco y Galicia.

Sé, como Camuñas, que decir esto es remar contra corriente, pero alguien tiene que empezar a decirlo. Él, desde su experiencia y su patriotismo, lo ha dicho claramente. Yo siento que mi larga experiencia política y mi sentido de la responsabilidad me llevan a unir ahora mi voz a la suya. Hay que atreverse a revisar críticamente este Estado de las Autonomías, que es muy caro, que ha creado unas burocracias y unas clases políticas inmensas, que está inventando micronacionalismos que rozan el ridículo y que, además, no ha servido para integrar a los nacionalistas catalanes y vascos, que, a lo mejor, en un Estado que sólo a ellos les reconociera un estatus diferenciado estarían menos beligerantes.

Esperanza Aguirre, concejal del Partido Popular en Madrid y portavoz de su grupo.

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