Las víctimas y la sangre helada

En una sociedad que consigue derrotar a un terrorismo que la ha azotado durante años, lo normal y lo lógico es que el reconocimiento a las víctimas de éste abandone el terreno de la calle y la reivindicación para institucionalizarse. La calle fue necesaria para denunciar ese horror y demandar ese reconocimiento. Pero, atendidas dicha denuncia y dicha demanda de la ciudadanía por el Estado democrático, es a las instituciones a las que corresponde ya la tarea de preservar la justicia, la memoria, la verdad y la dignidad de los caídos o los señalados. La institucionalización del reconocimiento a las víctimas del terrorismo significa que ese Estado ha asumido la deuda que tiene con ellas en nombre de todo el cuerpo social. Que las víctimas no estén en la prensa diaria ni en la continua movilización no quiere decir que el Estado ni la sociedad se hayan olvidado de ellas o las hayan traicionado. Puede ser un síntoma de lo contrario. Justamente porque su testimonio es ya patrimonio de la democracia y de la Nación no tienen que verse en la penosa necesidad de darlo en el megáfono ni en la pancarta.

En nuestro país y en lo que se refiere a ETA, aún faltan algunos pasos indispensables para llegar a esa deseable fase de normalidad democrática, pero es innegable que estamos muy cerca de ella, rozándola con la punta de los dedos. Por esa razón han disminuido las movilizaciones que las reivindicaban y su propia presencia en los medios de comunicación. Los principales y obvios obstáculos que aún hay que superar son la supervivencia de la propia banda armada, aunque en marzo se cumplan los tres años sin asesinatos, y el regreso de sus representantes políticos a las instituciones sin un previo y elemental proceso de revisión ideológica y regeneración ética. Lejos de lo que ha defendido el PSOE, la precipitada legalización de Bildu, Amaiur y Sortu no ha facilitado las cosas en el terreno de esa normalización sino que ha servido para desposeer a ésta del necesario contenido moralizador, para desvirtuarla e incluso dilatarla. La normalidad está llegando así, a la vida vasca por una vía pragmática, estrecha e incompleta. El totalitarismo abertzale renuncia al terrorismo porque no le resulta útil, pero no exige la disolución de ETA ni se desvincula de ella totalmente por la misma razón: por la utilidad que ve en mantener ese vínculo. Está midiendo a la democracia para ver hasta dónde puede tirar de la cuerda. Un día exige el acercamiento de los presos; otro su libertad; otro día reclama la negociación política o el silencio cuando designa como senador a Goioaga. Es lógico que esas demandas hieran a la ciudadanía democrática y especialmente a las víctimas, pero no hay que olvidar que, si las hacen, no es porque vayan a ser atendidas sino porque no lo han sido hasta ahora. Lo que es la prueba evidente de una negativa a las pretensiones de ETA, que se escenificó este jueves en el discurso de Borja Sémper en el Parlamento vasco, sólo puede ser interpretado malintencionada y retorcidamente como una concesión.

En este contexto, complicado pero explicable y ni mucho menos catastrófico, Ángeles Pedraza, presidenta de la AVT, ha dicho cosas como que «ETA está más viva que nunca», que «ha ganado», que «2013 será el peor año de la lucha contra el terrorismo», que «a las víctimas les espera mucho sufrimiento» y que «verán cosas que les helarán la sangre». Sinceramente, no creo que se pueda decir algo así con objetividad después de la larga tragedia que ha vivido este país durante décadas; después de aquellos años ochenta y noventa en los que ETA asesinaba diariamente. ¿Se nos ha olvidado lo que era convivir con aquella tragedia diaria? Se lo digo a la señora Pedraza con todo el respeto y por respeto a las víctimas precisamente. Una cosa así no la puede decir una víctima del terrorismo. Ya sabemos que queda camino por delante y que no basta con que deje de haber asesinatos para derrotar a ETA definitivamente. Pero no valorar la ausencia de muertes y todo lo que se ha avanzado en la lucha contra esa lacra totalitaria gracias a las fuerzas del orden y a la propia ciudadanía es también una injusticia de una desproporción ciertamente sangrante y heladora.

La alusión de la presidenta de la AVT a la sangre helada remite a una frase similar que escribió Pilar Ruiz, la madre del asesinado Joseba Pagazaurtundua, en una carta que dirigió a Patxi López y que publicó este periódico precisamente en un contexto bien distinto al de hoy. Era el 12 de mayo de 2005, es decir, cinco días antes de que Zapatero sacara adelante en el Congreso de Diputados la moción que abría la puerta a la negociación con ETA. Por muchos errores y torpezas que pudiera haber cometido el actual Gobierno, cualquier comparación que se haga de aquella situación con la presente no se sostiene. Y arrojar contra el PP de hoy la frase acusatoria que otra víctima escribió contra la política explícitamente negociadora del PSOE de ayer es a todas luces un exceso que resulta ininteligible para la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles y que, ciertamente, los aleja de las víctimas, pero no por falta de solidaridad sino por puro desconcierto.

Se ha convertido ya en un lugar común hablar del «relato de ETA», de que «ETA está consiguiendo escribir el relato de lo que aquí ha pasado». Sinceramente, no creo que podamos evitar semejante monstruosidad literaria. Pero una cosa es que lo escriba, dado su amor a la ficción, y otra que lo imponga. Para alejar este último peligro novelesco que algunos tanto temen, debemos oponer nosotros nuestro propio relato y sobre todo tener claro cuál es el nuestro. Pero, si lo que hacemos es romper el relato democrático que ya teníamos; llenarlo de confusión; discrepar en el planteamiento, el nudo y el desenlace; aventurar que han ganado los malos; contar que están contra las víctimas sus más fieles aliados, lo que aquí nos va a salir es una mala novela de espías, peor que las hazañas bélicas que narran los neobatasunos.

En el largo relato de la lucha anti-terrorista, hay un triste episodio que es el de una negociación a la que definitivamente pasaron página las elecciones del 20-N de 2011. Estamos en otro capítulo que no puede ser un plagio del anterior. Y de la misma forma que resultan extemporáneas las movilizaciones y las palabras de ayer contra un Gobierno que proclamaba su deseo de negociar, también las similitudes que buscan con el pasado los Bardem y los Willys Toledos tienen una interpretación distinta. Ayer se alineaban con los socialistas para hacer valer las pretensiones de ETA y la promesa que había de atenderlas. Hoy se manifiestan contra los populares para hacer valer esas mismas pretensiones, pero por lo contrario, porque son claramente rechazadas. Se está intentando reconstruir aquel escenario, pero por más que acuden a él algunos actores, ha cambiado todo, desde el argumento a los decorados.

Si la alusión de Ángeles Pedraza a la sangre helada remitía a la de Pilar Ruiz, ambas remiten a unos conocidos versos de Machado: «Españolito que vienes al mundo/te guarde Dios./Una de las dos Españas/ha de helarte el corazón». Cuando los leí de muy joven interpreté esos versos en clave política, pero me equivocaba. Sólo he ido entendiendo todo su significado con la edad. Lo que de verdad a uno le ha helado el corazón en su vida no han sido la izquierda ni la derecha, ni siquiera el infierno vasco, sino ver enfrentadas a las víctimas. Eso me lo heló para siempre.

Iñaki Ezquerra, escritor.

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