Una de las grandes sorpresas de la temporada es lo del Ayuntamiento de Getafe instando a las niñas a masturbarse. Uno se espera cualquier cosa de los socialistas. Huelgas generales revolucionarias, bien, sabido es. Golpes de Estado, vale, ya nos conocemos. Malversaciones, venga, sin límite. Regímenes de carné en la boca, qué me vas a contar. Pero lo de la alcaldesa Sara es otra cosa, te despierta de golpe. De entrada no te lo crees: lo habré leído mal. Pero no, Sara ha trascendido la cosa pública y está ya en la gestión de la cosa púbica. De la cosita, porque el Ayuntamiento de Getafe (¿qué hago yo hablando del Ayuntamiento de Getafe?) se dirige a las niñas con este lema memorable en una de sus guías: «Apaga la tele, enciende tu clítoris». Vayamos por partes.
Con el primer mandato imperativo no puedo estar más de acuerdo. Es decir, si los entes locales tuvieran algún modo de influir en los índices de consumo televisivo, acomodaría mi natural liberal para hacerle un hueco a este intervencionismo benéfico. A fin de cuentas, las preocupaciones últimas de Karl Popper atañeron a la televisión, abriendo la puerta a la censura. Pocas cosas peores para la receptora del mensaje de la alcaldesa Sara que ese veneno que están sirviendo al pueblo a costa de la hija de una folclórica. Sucede que no hay pruebas de la eficacia de campañas tan ambiciosas, y no me refiero a la invitación a encenderse los bajos, sino a la de apagar la tele. Pasa como con la publicidad que invita a la lectura en general. Que no. Que nadie lee porque lo diga una valla publicitaria.
Ahora bien, yendo a la segunda parte del lema de Getafe, y suponiendo que las niñas apaguen alguna vez la tele o el móvil, lo que Sara quiere es que enciendan su clítoris. Todo esto puede resultar obsceno, soy consciente, pero es Sara quien nos ha traído aquí. Es Sara con su nuevo concepto de la socialdemocracia y de las administraciones locales quien nos obliga a entrar en este lugar oscuro del sexo infantil. Y para que no quede ninguna duda, conste aquí lo que Sara respondió a un concejal que le afeó la campaña (disculpen la falta de sindéresis y de sintaxis de Sara, su intolerable abuso de los adverbios de modo): «Es gesto [sic] claro de este equipo de Gobierno el que todos los niños y niñas de Getafe, todos los adolescentes, todos los jóvenes y las jóvenes de nuestro municipio tengan relaciones sexuales evidentemente y claramente satisfactorias y evidentemente y claramente igualitarias». Una vez desbrozado su descuidado jardín mental, la conclusión es inevitable: Sara quiere que los niños de Getafe tengan relaciones sexuales.
Bueno, Sara, te voy a dar un disgusto, pero encenderse el clítoris no es tener una relación sexual. De todos modos, atendiendo al principio general del Derecho que reza «quien puede lo más puede lo menos», no negaré que el masturbarse de la niña de Getafe es menos polémico que el mantener relaciones sexuales de esa misma niña. Ha llegado el momento, Sara, mujer, de preguntarle muy seriamente: ¿quién se ha creído usted que es? Oh, veo otro de los lemas a cuya concepción y difusión dedica usted el dinero de los contribuyentes: «Un poquito de autocoñocimiento, por favor». Ay, fíjate qué graciosa, ‘autocoñocimiento’, qué humor tiene Sara, si es que es única. Espera, Sara, que acabo de reírme y te lo vuelvo a preguntar, pero más en tu línea: ¿quién coño te has creído que eres?
Porque hay algo insultante en Sara que debe examinarse una vez analizadas las dos partes de su mensaje antitelevisivo y promasturbatorio. Algo inadmisible: el tuteo. Imaginen el mismo mensaje con un poquito de respeto: «Apague la tele, encienda su clítoris». Pues oye, Sara, no queda tan mal. Por un lado, respetarías por primera vez a tus administrados. Por otro, no sería tan evidente que pretendes interferir en las actividades sexuales de los niños, justificando los crecientes recelos de un gran segmento social que tiene la mosca detrás de la oreja por culpa de guías como la tuya. En tu seno interno, Sara, maja, sabrías que tu público es el que es.
Cuando yo iba al cole, a mediados del siglo pasado, nos llamaban de usted. Llego a los siete años a los jesuitas y me llaman señor Girauta los curas, los profesores, las camareras que nos servían un poquito de vino con la comida. Imagínate, imagínese. No, a ti no puedo sino tutearte. No veas en esto una contradicción, te tuteo porque eres tú, alcaldesa, porque te lo has ganado. Todos deberían tutearte. Es más, todos deberían tratarte con la misma confianza y desparpajo con que se habla a un amigo de infancia, pues tú te has metido en su intimidad. Es una cosa bastante repulsiva, si lo piensas: la alcaldesa de Getafe se ha metido en la intimidad de todos los menores de su municipio para animarles a la realización de prácticas sexuales.
Pero, ¿qué te importará a ti lo que hagan, Sara? Pues de algún modo te importa. Mi problema es opuesto al tuyo: no quiero meterme en lo que libremente se practica en dormitorios y baños. Y ni siquiera me permito pensar en ello cuando se trata de niños. Porque eso tiene un nombre, Sara. Y yo no te lo voy a colgar porque, como te decía, mi problema es el contrario del que tienes tú: una contención infinita cuando se habla de lo sagrado, como el sexo y como la infancia. Pero una cosa me reconocerás, Sara, tía: si uno trata de imaginar qué tipo de contraestímulos son capaces de apagar el deseo sexual, de desmotivar ‘ipso facto’ al excitado, de cortar la libido por lo sano, es difícil dar con algo más eficaz que un mensaje del Ayuntamiento de Getafe diciéndote que te pongas cachondo.
Juan Carlos Girauta