Lastra, los socialistas y la juventud

Aprecio en las señales de mi cuerpo los presagios de lo que vendrá. No siempre seré joven, no siempre seré fuerte. De hecho, ya no soy joven, a pesar de lo que opinen mis amigos de setenta años. Precisamente eso, tener amigos de setenta años –pero no ahora, sino desde que comencé a escribir–, es uno de los más inmensos dones recibidos por mi vocación: alcanzar una cercanía honda en la amistad, compartiendo noches de vino y rosas pálidas entre conversaciones con poetas y escritores que te sacan más de cuarenta años. Esa gozada. Poder intercambiar opiniones, credos y gintonics con gente que has leído con veneración y contarle lo mal que lo has pasado, o tu liberación, tras volver a dejarlo con la novia. De entre todos los bienes recibidos por este arte modesto de escribir, con vaivenes de íntimo fulgor, sus presencias son un privilegio. Es más: casi podría decir, o asegurar, que luego acaban siendo una de las razones principales para perseverar. Ese aliento de luz, esa continuidad con los maestros que a su vez también tuvieron ellos. Esa línea de fuego en la aspereza, esos libros que son otra historia vivida por los hombres. Pero no exactamente por esa edad longeva, como pudiera pensarse, no por ese respeto a la fragilidad de las horas de vuelo y su kilometraje: porque quien no da más de sí recién pasados los cuarenta años, quien no ha empatado con nadie, lo normal es que siga por el mismo sendero. Pero también, mirado desde el ángulo contrario, quien ya era brillante con cuarenta, luego lo seguirá siendo con setenta, pero con mucha más narrativa a cuestas.

Todo esto viene a cuento por una sonriente afirmación de la vicesecretaria general del PSOE: «Siempre escucho atentamente a nuestros mayores, pero ahora nos toca a nosotros. Somos una nueva generación a la que toca dirigir el país y la dirección del PSOE». Se refería a Alfonso Guerra, Nicolás Redondo Terreros, Joaquín Leguina, Juan Carlos Rodríguez Ibarra y, por supuesto, aunque se pronunció ayer, a Felipe González, con idéntico nudo en la garganta, críticos con el cacareado entendimiento entre el que sigue siendo su partido y EH Bildu. Es decir: no sólo Emiliano García-Page, sino los representantes del pasado. Pero es que ese pasado no resulta, en realidad, tan remoto: porque también por una cuestión de edad estos antiguos dirigentes han tenido que asistir, entre 1979 y 2008, a los entierros de Germán González López, Enrique Casas, senador y secretario de Organización del PSE-PSOE; del policía municipal de Rentería y militante del partido Vicente Gajate; de Fernando Múgica, del profesor y ex presidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente, del líder de los socialistas de Álava Fernando Buesa, de Juan María Jáuregui, de Ernest Lluch, del teniente de alcalde de Lasarte Froilán Elespe, de Juan Priede, concejal en Orio, de Joseba Pagazaurtundua, ex jefe de la Policía Local de Andoáin y militante del PSE; y del concejal de Mondragón Isaías Carrasco. A tiros todos ellos, y todos ellos con sus familias y el dolor por delante. Y mientras se saca la Guerra Civil a pasear como si estuviéramos en ella, la memoria histórica no existe para ETA y Arnaldo Otegi, como dijo Zapatero, es un hombre de paz. Y como todavía no han condenado inequívocamente el terrorismo de ETA, más allá de la legalidad de HB Bildu como grupo parlamentario, estos socialistas críticos mantienen un manto de duelo y de lealtad con lo sufrido, frente a un PSOE que está en la destrucción del pasado.

Quizá no era su intención, pero la afirmación de Adriana Lastra no pareció respetuosa. Qué van a decirnos ahora todos estos abuelos cebolleta. Y este menosprecio nada velado indigna más aún con los miles de muertos por la pandemia en las residencias y fuera de ellas; los mismos que antes, en la anterior crisis, tanto nos sostuvieron cuidando de los nietos y con sus pensiones. Quizá se debe a una cierta torpeza comunicativa: a fin de cuentas somos lo que hemos estudiado, lo que hemos trabajado y lo que hemos vivido. Pero su tono displicente sólo estaba fundamentado en la edad, no en la capacidad ni en la preparación de los aludidos. Alguna vez he leído en alguna parte, o la he imaginado y ya no lo recuerdo, una cita de Jaime Gil de Biedma: “Cuando te compres una chaqueta u otra prenda, que sea buena. Porque algún día será vieja, pero siempre será buena”. Pues bien: Adriana Lastra, cuyo único mérito laboral conocido es haberse afiliado al PSOE con dieciocho años, a diferencia de sus “mayores”, algún día será vieja, pero nada más. Y el reflejo puede ser mucho peor si has vendido tu alma en la degradación de Dorian Gray.

Luego está el asunto de elegir entre los incapacitados que han llegado a un lugar por precipitación atmosférica y la inanidad solemne, que siempre acaba siendo peligrosa. José Luis Rodríguez Zapatero apoya a este PSOE porque la unión de Pablo Iglesias con Pedro Sánchez es la perfección de su legado de tierra quemada. Pero también Zapatero será viejo algún día, y habría que preguntarse por la calidad del traje que él mismo empezó a confeccionar. Sin embargo, ni siquiera Zapatero se atrevió a dinamitar la Transición: quizá porque le quedaba algo más cerca, y lo que no se conoce por los libros puede olisquearse por vivencia. Por eso creo que estos mayores, que todos estos viejos que han sido lapidados en las redes sociales por haber sido críticos, están siendo atacados precisamente por representar el carisma de un tiempo en el que lo esencial era el respeto y el entendimiento. Porque una cosa era sentarse con los terroristas, que todos lo han hecho, y otra muy distinta convertir a sus fieles en socios presupuestarios.

Si me miro las manos, no tienen interés: son las manos de un hombre. Estoy en el momento en el que se hace la vida. Sin embargo, en las manos pequeñas, en su levedad frágil, todo está por escribir, y en las manos de un viejo podemos aprender una cartografía de la existencia. Quien no escucha su rumbo, y se jacta de ello, solamente demuestra una carencia: la de quien ha ascendido porque ha buscado padrinos, no maestros. Como diría el poeta, ya no soy joven y no volveré a serlo. Pero quien no tiene más que azar y juventud, después sólo podrá aspirar a la nada.

Joaquín Pérez Azaústre es escritor. Su última novela es Atocha 55 (Almuzara, 2020).

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